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Jueves, 22 de enero de 2009

MUSICA › ENTREVISTA CON EL GUITARRISTA Y COMPOSITOR ERNESTO SNAJER

“No desecho nada, voy sumando”

Arreglador de Pedro Aznar, productor de Liliana Herrero y de Verónica Condomí, instrumentista junto a innumerables artistas y solista de impactante originalidad, Snajer acaba de terminar dos discos, Bom Zapar y el casi secreto Simple.

 Por Cristian Vitale

Suena milonga, o chacarera, o zamba, o tango, o candombe, o vals, pero todo trasvasado –o pasado– por el tamiz de su estilo: el estilo Snajer. Si se pone entre paréntesis la vaga idea de que cada músico es único e irrepetible, hay dos formas de descifrarlo. O se piensa en un guitarrista que se apropia de una amplia gama de géneros argentinos y los universaliza a través del jazz. O, al revés, se trata de un músico de vena folklórico-tanguera, que se vale de la libertad del jazz para sacarles brillo a sus encares telúricos. ¿Qué piensa él? En principio, en una unificación de miradas.

“No sé. Mil veces me hice esa pregunta –dice a Página/12–. Me pasa que no desecho nada. Voy sumando rock, pop, folklore, jazz... algo distinto a quien se fanatiza con un género y descarta los demás.” Snajer, para ser más claros, pone su historia personal al servicio de la explicación. Confiesa que empezó siendo fan de Los Beatles (“usaba flequillo y todo”) y que aún lo es (“estoy esperando cada disco que saca McCartney para estar primero en la cola”). Pero que tal inclinación atemporal no le impide –ni le impidió nunca– abrevar en folklores y tangos que hacían estremecer el alma de su abuelo ucraniano. Tampoco pudo, ni quiso, abstraerse de Piazzolla, Gismonti o Caetano. “Cosas que se te meten dentro, te las pegás y no te las sacás más. Yo fui sumando, jamás resté.”

–¿Hubo resistencias?

–Y... mi viejo me decía: “Sos un tarado, vos tenés que definir lo que hacés”. A ver; me hice artista para que nadie me dijera lo que tengo que hacer, ¿y me dicen lo que tengo que hacer? No da.

–¿Su padre es músico?

–No. Es contador y sólo ve dos más dos cuatro. No tengo nada que definir con palabras. Ese problema lo tienen los demás. Yo toco nada más, le guste o no a la gente. Lo único fuerte, tal vez, es que mi formación académica se dio a través del jazz, quizá por su importancia en el sistema. El tango, en el momento que yo empecé a tocarlo, no estaba codificado para transmitirlo: recién Salgán estaba escribiendo su libro.

El “toco y nada más” no es literal en su disco más reciente: Bom Zapar. En él, el guitarrista y compositor, junto a Diego Alejandro en batería y Guido Martínez en bajo –una muy buena base de jazz– toca y –es más–- atrae, mediante doce temas instrumentales que atraviesan todos esos géneros nombrados al principio, pero, claro, a su versátil manera. La imagen-tapa resulta eficaz para definirlo: un mate con una guitarra superpuesta. “Es un matestrato –se ríe–. No sé, yo antes hacía discos con veinte temas totalmente distintos entre sí: un power trío con Javier Malosetti, mezclado con una baladita súper intimista con Pedro Aznar, a su vez con un arreglo de cuerdas... digo, cosas que me gustaban mucho pero que provocaban que a la gente la cacheteara demasiado. Antes no me importaba pero ahora sí: quiero cachetear a la gente, pero desde el lado de la impresión musical. Me quiero hacer amigo. Del collage pasé al concepto”, define. Snajer grabó, dice, el 95 por ciento del material en vivo, y el pequeño resto está sobregrabado o arreglado. “Estuvimos en el estudio dos días... preferí alquilar por ese tiempo uno carísimo como Circo Beat, para estar cómodos, mirarnos las caras y tocar, que grabar en mi propio estudio en 15 sesiones.”

En eso, el guitarrista se mandó con otro disco más intimista que, a la inversa de Bom Zapar, prefiere difundir poco. Se llama Simple y lo comparte con Pablo Ramos, escritor, y Pablo Fliaszman, dibujante. “Es casi un disco entre amigos. Yo componía una música, se la daba a Ramos e, incluso, me permitía decirle sobre qué quería que escribiera. ¿Por qué no? A mí, cuando me dan a componer una música, también me dan indicaciones. ‘Viene Volando’ –track 9– está relacionado con el nacimiento de mi hija. Fue un disco ‘express’: lo hicimos en una semana”, cuenta. Contraejemplo de la maratónica tarea que tuvo que emprender como productor del nuevo disco de Liliana Herrero, Igual a mi corazón. Porque Snajer, además de haberse forjado y formado como músico-acompañante en proyectos de Pedro Aznar, Lito Vitale y un largo etcétera de músicos argentinos, también es productor. “¿Rol cómodo? Sí, pero no para hacerlo todo el tiempo. No me gusta ser un especialista absoluto en algo... producir es sólo una de mis inquietudes.”

–¿Cuál es el tono que intenta imprimir a sus “producidos”?

–Cuando no me piden lo contrario, prefiero no imprimir ningún tono. Distinto es si te contratan como arreglador. En Remedio pal alma, el disco que le produje a Verónica Condomí, por dar un ejemplo, mi trabajo era el de un ente que decía “va de nuevo” o “se corrió el tempo”, pero es una obra de Verónica. El tono es el suyo. Simplemente trato de lograr que el producto del artista quede lo mejor posible, e intento poner calentura en la frialdad del estudio. Y no me desvela, en esta búsqueda, eliminar algunos ‘pifies’. Antes era un enfermo de la perfección, ahora no.

–¿Y la experiencia con Aznar cómo resultó?

–Me había llamado para una serie de homenajes. Eran tres: uno a Gardel, donde hicimos una linda versión de “Soledad”, otro a Troilo y otro a Piazzolla. Le agradezco que después me haya llamado para arreglar un tema para Jairo, con mi guitarra de diez cuerdas y un cello. Y el cellista era Jacques Morelembaum, nada menos. El arreglador de Caetano. En un momento me vi tocando a dúo con el tipo, en el living de la casa de Pedro y Jairo metido en el baño. Alucinante.

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En Ernesto Snajer coexisten el tango y el folklore con el jazz, Caetano y Gismonti.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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