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Sábado, 7 de febrero de 2009

MUSICA › ENRIQUE BINDA HABLA DE EL TANGO EN LA SOCIEDAD PORTEñA (1880-1920)

Una revisión de los mitos tangueros

Con rigor y abundante documentación, el libro refuta los relatos que hasta hoy se conocían sobre el primer período del género.

 Por Carlos Bevilacqua

Malevos, burdeles, prostitutas, clandestinidad. Las imágenes surgen solas en medio de una atmósfera oscura al pensar en los primeros años del tango. Sin embargo, esa asociación sería producto de un gran equívoco, según postulan Hugo Lamas y Enrique Binda en El tango en la sociedad porteña (1880-1920), una exhaustiva investigación histórica reeditada a fines de 2008 por Abrazos Books. En sus 453 páginas, los autores se valen de archivos de acceso público para demostrar que el tango fue en esos cuarenta años un fenómeno cultural bien visible y que atravesó todas las clases sociales. “Lo que más nos motivó para escribir este libro fue el deseo de esclarecer, luego de escuchar durante años la misma versión errónea de la historia, basada en anécdotas. La nuestra es una reconstrucción histórica que sigue un método científico. El tango merecía que alguien dijera la verdad”, se ufana Binda en nombre suyo y de Lamas, fallecido hace diez años.

Una de las certezas más cuestionadas por los autores es el supuesto carácter marginal del tango en aquel período. El texto da cuenta no sólo de los míticos organitos callejeros, sino de la ejecución de tangos en vivo por parte de músicos con cierta formación académica en cafés, teatros, calles y parques, dando lugar en muchas ocasiones a bailes multitudinarios. Todos esos datos, considerados con un enfoque histórico-social, llevan a Lamas y Binda a concluir que el tango era un fenómeno popular ya en 1890, más de veinte años antes de lo que consignan la mayoría de los historiadores. “Era lo más común, accesible y sencillo como actividad recreativa entre los trabajadores”, asegura Binda, un ingeniero de 62 años que lleva cuatro décadas coleccionando discos antiguos. Ese hobby lo ayudó a descubrir que entre 1906 y 1910 se grabaron en discos al menos 324 tangos, lo cual también supone una aceptación masiva del género. El libro analiza además otros indicadores, como la comercialización de partituras, instrumentos musicales y aparatos reproductores.

Para los autores, la violencia como ingrediente habitual de las milongas de la época es otro mito a derribar. Si bien transcriben documentos donde se narran peleas con armas blancas, a partir de la información disponible deducen que sólo pudieron ser episodios aislados. Tampoco aceptan como seria la teoría de que el tango se haya desarrollado en los prostíbulos. Siguiendo una serie de cálculos y razonamientos, afirman que el baile era una práctica por demás improbable en esos ámbitos. “Por otro lado, no era necesario ir a un burdel para bailar tango con mujeres”, asegura Binda. El contenido obsceno que ya desde los títulos muestran algunas de las primeras letras es explicado en uno de los 22 capítulos temáticos como consecuencia de una moda que tiñó durante algunos años a todos los géneros musicales criollos, entre los cuales el tango habría sido uno de los menos afectados.

Contrariando una épica oficial que habla de héroes desafiando a la ley con creaciones extraordinarias como “El Entrerriano” o “Mi noche triste”, el libro sostiene que el tango fue creciendo gradualmente y que nunca estuvo prohibido. Sí habría estado mal visto por algunos sectores de la aristocracia, cuyas voces encontraban eco en varios periódicos de la época. Así, el tono inmoral que se le adjudica al tango provendría en buena medida de la cercanía de los cuerpos durante la danza, toda una osadía para los parámetros victorianos de la época.

Al criticar dura y repetidamente las metodologías de otros historiadores, el libro cae por momentos en un tono soberbio. Otra posible crítica es que si bien los autores cuestionan las hipótesis sobre las influencias que podrían haber tenido la habanera, la payada y algunos ritmos africanos en la génesis del tango, no llegan a aportar sus propias teorías al respecto. “Preferimos no inventar orígenes”, responde Binda a la objeción. Según él, todas las tergiversaciones denunciadas se pueden explicar en dos etapas. Por un lado, los sectores más conservadores de las clases dominantes de aquellos tiempos habrían hecho todo lo posible por estigmatizar al tango en tanto manifestación de la cultura popular. El libro de Lamas y Binda tuvo una primera y más limitada edición en 1998. Como removió los cimientos de muchas otras obras, el ambiente académico no lo recibió con la mejor disposición. “Tuvieron una típica reacción corporativa –cuenta Binda–. Los primeros años el libro fue obviado. Recién en los últimos tiempos recibí un par de reconocimientos en privado y algunos colegas hasta moderaron sus posturas respecto de lo que venían sosteniendo.”

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Binda escribió El tango...junto con Hugo Lamas, que falleció hace diez años.
Imagen: Alfredo Srur
 
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