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Sábado, 16 de abril de 2011

MUSICA › FACUNDO CABRAL ESTá PRESENTANDO SUS CANCIONES CONVERSADAS

“Yo le canto a cada uno individualmente”

El músico se define como un “agitador espiritual”. Y despliega saberes populares y religiosos, impregnados de su experiencia recolectada en 73 años de trote por más de 160 países.

 Por Facundo Gari

El hotel Suipacha roza la elegancia desmedida. Frente a su fachada de cristal, Facundo Cabral desciende de un taxi. Del brazo de Eliana, amiga y “asistente”, el cantautor y escritor atraviesa el hall de entrada hacia su departamento, sólo interrumpido brevemente por un paquete que le entrega el conserje. “Antes recibía cartas de amor, ahora antibióticos”, lamenta. “Yo que era un sex symbol”, añade, sostenido por su bastón –que pretende remediar las consecuencias de un accidente de auto, una debilidad congénita y dos balazos en Santo Domingo– y con sus lentes binoculares sobre el mostrador, desde donde el encargado le devuelve un elogio. No pasa un minuto sin idas y vueltas de palabras y gestos, de “provocaciones”, dirá él, que desde febrero y luego de una ausencia de más de dos años de los escenarios porteños presenta el ciclo Canciones conversadas en el ND/Ateneo (Paraguay 918), los sábados 23 (con el cuatrista venezolano Hernán Gamboa como invitado) y 30 de abril a las 21. “Más que conciertos son encuentros con invitados especiales, charlas como con el tachero, pero que se desarrollan en un teatro, el templo de la palabra”, resume el autor de “No soy de aquí ni soy de allá”.

Dialogar con Cabral es como nadar en un mar mitológico de saberes populares y religiosos, siempre impregnados de una vasta experiencia recolectada en 73 años de trote por más de 160 países. “Mi sueño más grande era imposible: conocer Buenos Aires. Y fui de pueblo en pueblo, hasta que un día desperté en China”, se maravilla. Autista curado, “letrado tardío”, profeta pagano, leyenda viva. “La otra vez, en México, un tipo me dijo: ‘Usted es un filósofo’”, reseña ya en su departamento, frente a un escritorio ordenado aunque lleno, y libros y pinturas de toda clase que abrazan la habitación, nada a la vista que avise que es la morada de un músico. “Qué grato, pero le dije, y no por hacerme el pícaro: ‘¿Usted leyó a Schopenhauer? Si no lo leyó, soy un filósofo. Si lo leyó, soy un cantor de milongas’.”

–En 1996, la Unesco lo nombró “Mensajero Mundial de la Paz”. ¿Es un título que sí admite?

–Con orgullo. ¿Sabés lo que es hablarle a un budista zen en Kioto sobre nuestro cristianismo? ¿Lo que es explicarle a un descendiente maya quién es Erich Fromm y que se fascine? He juntado culturas y no a propósito. Por eso fui dos veces ternado para el Premio Nobel de la Paz y declarado por la Unesco. Junté gente rarísima, diversa. Por eso en mis espectáculos hay botas texanas. Podés pasar datos de tu experiencia pero no ponerte en maestro. En el fondo, lo mío fue siempre muy coloquial.

–“Facundo”, de hecho, significa “elocuente”.

–Bueno, ves, no es casual. Estoy seguro de que mi madre, Sara, ni sabía. Decía que me parecía a la Madre Teresa, que era convencedor, que convencía a los médicos de que la dejaran ir. Cuando ella tenía un pleito, me llamaba al país en que estuviera y me decía: “A ver si podés arreglar esto”. Tenía la palabra, y es muy loco porque se suponía que no iba a poder hablar, hacer un trabajo responsable, menos intelectual. Tenía ocho años. Le dijeron a mi madre que nunca me podría comunicar. Ni siquiera quería, no tenía intención de vivir. Me recuperé milagrosamente: un jesuita me enseñó a leer y empecé no a hablar, sino a enamorarme de la palabra.

“El decir de Quevedo y la gracia de Góngora” lo sedujeron en tiempos en que Sara (la evoca como un “edípico admitido”) y sus hijos “envidiaban a los pobres” en Tandil. Catorce años antes había nacido en La Plata, donde junto a sus seis hermanos fue abandonado por un padre prófugo, que conoció recién a los 46. Más tarde aprendería a tocar la guitarra con los “paisanos”, por “hobbie”. Y a yirar como “peón golondrina”.

–¿Qué lo enamoró de la palabra?

–La palabra es el principio de todo. Cuando una mujer te dice “te amo”, comenzás a ser un hombre. La Biblia comienza: “Y Dios dijo: hágase la luz”. Yo dije una vez frente al espejo: “Soy feliz”. Y lo fui. Y fue un estado que me acompañó toda la vida. La palabra puede levantar y derrocar imperios. Al principio de las revoluciones primero se escuchan las voces de sus ideólogos y poetas. Vivo para la palabra, me gusta ejecutarla, gozarla. Me gusta cómo me cuentan una historia Galeano o Antonio Gala. Canto al buen decir y amo las malas palabras de los rockeros más violentos porque tienen muchas connotaciones de la calle, los bares, los burdeles.

–¿Qué rockeros escucha?

–Ahora, a ninguno. A veces a Dylan y algunas cosas de los Rolling. Los Beatles no eran violentos pero eran extraordinarios artistas. Jimmi Hendrix... (La mira a Eliana, sentada en un sillón cercano.) No-sotros salimos a caminar y hablamos con el primero que pasa.

–¿De qué habla?

–De todo, porque me gustan las historias. Lo provoco y me cuenta. Me gusta decirle a la muchacha que sus senos son apetecibles.

–¿Eso le funciona?

–Que te lo cuente Eliana.

Ella sonríe, y en tono aprobador agrega: “Un gran provocador”.

“Nunca pude hacer el amor sin conversar”, pisa Cabral. “No entiendo las películas triple equis: el tipo nunca habla. A lo sumo dice: Oh, my god. Me excita tanto la palabra como la teta.”

–¿La palabra “teta”?

–Hay palabras que te excitan y dependen del momento. Si yo te digo “teta” a las siete de la tarde en este ámbito, no es nada; pero a la una de la mañana con la pelirroja, “teta” es un volcán. Una de las cosas más lindas que escribí alguna vez, parafraseando a la Biblia, fue: “En el principio fue el Verbo. Y lo sigue siendo”.

–Que lo digan la publicidad y los medios de comunicación...

–Los medios no le hicieron ningún favor a la palabra, la envilecieron y manosearon. Creo en la palabra que intercambiamos vos y yo. No es multitudinaria. En el escenario le canto a cada uno, no a la multitud, por eso lo hago en singular.

–¿Recuerda su primer recital?

–Sí, claro. Fue en el hotel Hermitage, en una fiesta de comienzo de 1960. Se equivocaron. Entré a pedir trabajo de lo que fuera, me vieron con una guitarra, informaron que había llegado el músico y yo no dije nada. Me subieron al escenario. Era un público muy elegante, las mujeres de largo, los hombres con ropa de gala, unas novecientas personas. Salí delante de un mostro: Ary Barroso, el autor de “Aquarela do Brasil”. Treinta músicos. Yo iba de soporte. No dije nada, subí con la guitarra y el bolso, los dejé en el piso y dije la verdad: “No sé qué hago aquí pero tal vez ustedes tampoco sepan qué carajo están haciendo en este momento”. Estuve una hora contando historias y tenía que estar quince minutos. Me bajé y un señor me abrazó. Fue una consagración: Sandrini. Levantó la mano y fui artista. Después esperaba todas las noches las doce en punto para subir al escenario, porque era mi casa, y podía hablar y me escuchaban nunca menos de quinientas personas. Y me pagaban y vivía en ese hotel por hablar. La llamé a mi madre. “¿Conseguiste trabajo?” “Sí.” “¿Dónde estás?” “En Mar del Plata.” “¿Y qué hacés?” “Soy artista.” “Ya te dije: nunca me llames cuando estés borracho.” Y cortó. Estuve meses para convencerla.

–No vino “a explicar el mundo”, ¿pero pudo resolver qué hace aquí?

–Me lo sigo preguntando. Sospecho que vine a agitar. Soy un agitador espiritual. No vine a destruir sino a agitar para construir. Totalmente fuera de la política. Y creo fuertemente en lo que dijo Jesús: la humanidad es una sola familia. Y eso es lo que vivo. Trato de contagiar ese estado de felicidad.

–¿Cómo?

–Creo en el individuo, en que puede ser autosuficiente. Que yo me quiera ocupar de tu vida es una locura para mí y una debilidad para vos porque te voy a amariconar. Vos sos responsable de todo: de tu coito y tu jubilación. Por eso los sistemas funcionan diez minutos, hasta que crean desilusiones. Viene otro y crea ilusiones nuevas hasta que las nuevas desilusiones aparecen...

–¿Y entonces, la felicidad?

–Hay una fórmula, eh. Es escuchar al corazón antes de que intervenga la cabeza, porque ella va de conflicto en conflicto: peronismo o Franja Morada, musulmanes o cristianos, clase media o clase trabajadora, Punta del Este o Villa Gesell, prostitutas o la Madre Teresa. La cabeza siempre pregunta porque nunca aprende. El intelecto es un juego maravilloso pero no es para vivir. El corazón sabe ejecutar una cosa sola: amar. Yo escucho a diez ideólogos y puedo cambiar diez veces de opinión. Lo que la vida espera es que seas un hombre pleno. Si todos fuéramos plenos, nadie jodería a nadie. Un lobo es una maravilla, muchos son una jauría. Es lo que vemos en televisión, las vedettes que recién empiezan y se matan unas a otras. ¿Eso es la vida? Hay cinco continentes, flaco. Montañas, lagos, gente maravillosa. No hay que perder el tiempo con los que no se animan a vivir.

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