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Sábado, 17 de marzo de 2012

MUSICA › CHRISTIAN BASSO ACABA DE LANZAR LA MUSICA CURA

Oscuridad que limpia el alma

Hijo de un músico de jazz, viajero incansable y bicho urbano por excelencia, Basso parió un disco que desafía los géneros y evoca, con cierto tono de humor, el melodrama, la oscuridad y el caos del conventillo.

En el supermercado de la calle Rosetti y Heredia, en Villa Ortúzar, la cajera china putea a la verdulera peruana; después le hace un chiste, le pega una palmada y todos ríen como salvajes. De fondo suena una cumbia que bailotean, a los empujones, cinco nenes. No muy lejos de allí, en la bicicletería del viejo Busato, sobre la calle Giribone, una familia de tanos-argentinos repara pinchaduras y comparte la grasa de las cadenas. Esos universos y unos cuantos más explora Christian Basso en su tercer disco, La música cura, banda de sonido probable de un conventillo en el que conviven, entre valses y tarantelas, Nino Rota, Goran Bregovic y varios inmigrantes sin brújula. Este trabajo, tercero en su carrera, cuenta con la participación de Gustavo Cerati en una de las canciones más oscuras y cavernosas del álbum.

Es muy posible que, a quien escuche La música cura, se le aparezca, en cueros y bastante chivado, tomando sol en el techo de una lancha colectiva, el mismísimo Sandro. Cierto tono deliberadamente kitsch salpica, con precisión de cirujano, la mayoría de las canciones. “Yo diría que, a diferencia de los dos anteriores, hay algo humorístico –no irónico– en este disco. Hay melodrama y escándalo, que son rasgos del ser argentino”, cuenta Basso, mientras apura su limonada (la máquina de café está rota) en un bar que queda a un par de cuadras de su casa, a tres del supermercado cumbiero y a seis de Don Busato.

A la vez que arma cigarritos de tabaco que se le apagan a cada dos por tres, Basso explica que el quilombo (título del track 2) es algo así como la norma del disco, en el que aparecen y desaparecen cuartetos de cuerdas, “órganos italianos re pedorros” (lo dice él) y una cantante china de voz sublime, llamada Haien Qiu, en una balada arreglada por Alejandro Terán (con quien tocó en La Portuaria). En este mismo desorden de texturas y climas, montados sobre clarinetes, violines y acordeones un poco destartalados, meten la nariz Goran Bregovic, Ry Cooder y Ennio Morricone, lo que da la inevitable sensación de estar en una película de antihéroes y almas perdidas, en un cabaret o un puerto sin salida al mar, todos en el mismo lodo y bien manoseados.

Basso evoca su pasado sin mucho entusiasmo, aunque no deja de estar agradecido. Su padre es músico de jazz y Christian, ya desde chico, se la pasaba deambulando por los camarines. “La música fue para mí algo dado”, asume. Y fue tan así que a los 20 se encontró tocando el bajo con Charly García, en una banda histórica junto a Fito Páez y Andrés Calamaro. “Supongo que me junté con la gente adecuada; tuvimos feedback con Fernando Samalea, desde la época de Clap y Fricción, y nos metimos en un mundo en el que éramos piratas en una nave llena de oro”, aventura. De haber pasado por la escuelita de Charly aprendió que lo mejor, casi siempre, es cortarse solo. “El mensaje subliminal de estar con él es que tenés que seguir la tuya. Y a mí me sirvió muchísimo porque yo no quería estar bajo el ala de nadie”, afirma.

En los últimos diez años, además de lanzar dos discos como solista (Profanía y La Pentalpha) y de volver transitoriamente a La Portuaria, Basso se ganó la vida como compositor de música para películas. En 2007 participó de su proyecto más importante en este terreno: hizo la banda de sonido del film coreano Secret Sunshine, premiado en el Festival de Cannes, que lo llevó a volar dos veces a ese país asiático. En el segundo viaje, estresado y acorralado por los tiempos de un director tirano, al que le entendía la mitad de las cosas, terminó doblado en un hospital de Corea, con una hepatitis de novela. En la Argentina, compuso la música de films como Eva y Lola, de Sabrina Farji; La invención de la carne, de Santiago Loza; y, para México, No eres tú, soy yo, de Alejandro Springall.

El afán compositor de Basso deriva, de algún modo, de cierto desencanto en la carrera de instrumentista. “Esa función ha dejado de interesarme hace un tiempo”, sostiene. Su último trabajo como sesionista fue en 2001, cuando se marchó a la India a grabar para un gurú, de la mano del productor Enzo Buono. Los viajes no son azarosos en la vida de este bajista; y el origen de los desplazamientos tiene que ver con que sigue rastreando fragmentos del pasado familiar. Lo hizo cuando viajó a Traslasierra, Córdoba, en la búsqueda de un pariente lejano que finalmente pudo ubicar, o cuando se encontró bailando la tarantela en Italia, siempre tras los pasos de su identidad.

En cierta forma, atravesar ese proceso, el de rastrear las primeras huellas de su apellido, también parece haber sido la curación que propone el título del disco. “En Italia me enteré de un ritual en el que, a los picados por tarántulas, les recomendaban bailar para que el veneno circule por el cuerpo y así exorcizar el dolor. Los músicos se juntaban alrededor del picado y tocaban hasta dar con la música para curarlo”, evoca. “En el disco hay algo que tiene que ver con la curación a partir de las cosas oscuras, una limpieza del alma a través del tránsito por la oscuridad”, profundiza.

Ese tránsito, ese viaje fantasmagórico, queda al descubierto en la canción “Viento”, con participación de Gustavo Cerati, que para Basso fue una suerte de “homenaje intuitivo”. “Es un tema propio en el que Gustavo, Richard (Coleman) y Samalea se juntaron para hacer su aporte”, comenta. La letra es una suerte de haiku en el que taladra e inquieta, con su cadencia tenebrosa, la frase “Cuántos cuentos cruentos cuentas”.

Pese al esfuerzo creativo que le demandó este disco, Basso no tiene pensado presentarlo en vivo en la Argentina. “Tengo una propuesta para editarlo en México y salir a mostrarlo allá”, advierte. Lo que tiene bien claro es que no lo entusiasma armar una banda para tocarlo en el circuito de boliches de acá. “Generalmente termino decepcionado”, lamenta. Sus únicas participaciones en vivo se dan actualmente con el Sexteto Irreal, que comparte con Samalea, Terán, Axel Krygier, Manuel Schaller y Javier Casalla. En ese marco, dice disfrutar del liderazgo compartido, la buena química y la feliz democracia de la composición grupal.

Hasta que se decida a tocar La música cura en vivo, si es que algún día lo hace, las canciones del disco seguirán siendo la banda de sonido invisible del caótico supermercado de Rosetti, muy por debajo de la cumbia, o el himno de italianidad melancólica entre las bicis engrasadas del viejo Busato. La curación definitiva es, por ahora, una promesa que habrá que seguir alimentando.

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“La música fue para mí algo dado”, asegura Christian Basso.
 
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