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Martes, 3 de abril de 2012

MUSICA › EL RéQUIEM DE BERLIOZ CONMOVIó A UNA MULTITUD EN MAR DEL PLATA

Compromiso y sentido estético

Unas diez mil personas se agruparon frente a un escenario callejero para recordar a los caídos en Malvinas. Y, también, para vivir una experiencia artística trascendente. Cuatrocientos artistas participaron del concierto, en un montaje resuelto en forma notable.

 Por Diego Fischerman

Desde Mar del Plata

El texto del Réquiem, atribuido a un franciscano llamado Tomás de Celano, habla del reposo de las almas de los muertos junto a Dios. Pero antes pasa por el terror de los días de ira y de la trompeta divina llegando con su devastador sonido a las regiones más oscuras. Utilizado musicalmente por primera vez en la Edad Media, el Réquiem gregoriano fue citado, entre otros, por Héctor Berlioz, en su Sinfonía Fantástica. Allí, la vida de un artista y sus enfrentamientos con la sociedad burguesa, contados en clave delirante, atravesaba también el horror y daba al compositor un motivo para experimentar con el género del espanto desde el sonido mismo. Y su Grand Messe des morts, escrita en 1837 a pedido del ministro del Interior de Francia para recordar a los soldados fallecidos en la Revolución de julio de 1830, llevaba esa experimentación hasta el verdadero abismo.

La relación entre el dolor y la redención; el pasaje por el apocalipsis antes del descanso final, hace que el Réquiem se preste como ningún otro texto eclesiástico a la conmemoración de la guerra. Más allá de las razones, hay allí sufrimientos insondables que no oculta ni el más feliz de los finales. La elección de esta obra para conmemorar los treinta años del comienzo de las acciones bélicas destinadas a intentar reconquistar las islas Malvinas, con su arsenal de tormentas sonoras, no podría, entonces, resultar más adecuado. Eventualmente, el desafío que implica su complejísimo montaje, dado el gigantismo de un instrumental digno del apocalipsis y el juicio final al que refieren sus palabras, se convierte, también, en una gesta. En Mar del Plata, que como otras ciudades con bases navales tiene una relación casi personal con la pasada guerra, unas diez mil personas se agruparon frente a un escenario callejero para recordar. Y, también, para vivir una experiencia estética trascendente. Sin golpes bajos ni demagogia alguna, apenas con la formidable escritura de una de las obras más geniales de la historia musical, se unió sentido a belleza con las armas más genuinas. La presencia del tenor Darío Volonté, como solista, también obró en ese sentido. Su historia personal, como sobreviviente del hundimiento del buque General Belgrano, era una parte inocultable del relato. Pero nada de eso hubiera funcionado sin su apasionada y poderosa interpretación del “Sanctus”.

Las fuerzas demandadas por Berlioz son inmensas: cuatro flautas, dos oboes y dos cornos ingleses (oboes graves), cuatro clarinetes y ocho fagots; doce cornos, cuatro cornetas a pistones y cuatro tubas, dieciséis timbales y diez pares de platillos; cuerdas completas (y con no menos de 25 primeros y 25 segundos violines) más un coro de más de 200 cantantes y cuatro grupos de bronces que debían situarse en las cuatro esquinas del interior de la iglesia. El efecto de tamaño dispositivo es paralizante. El aplauso cerrado de la multitud después del primer fortísimo en el “Tuba mirum” fue la prueba de que el compositor sabía con precisión lo que hacía y que su manejo de la instrumentación como un drama, lleno de suspensos y, también, de clímax inimaginables, es magistral.

Para hacer frente a los requerimientos de la obra se juntaron, en este caso, la Orquesta Sinfónica Nacional, la Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata, la Banda Sinfónica Municipal de esta ciudad, el Coro Polifónico Nacional, las bandas militares de la Armada y el Grupo de Artillería Antiaérea, integrantes del Coral Cármina, la Escuela de Canto Coral y el Coro de Opera de Mar del Plata, con la dirección del también marplatense Guillermo Becerra y la participación solista de Volonté. Con ensayos repartidos entre esta ciudad y la de Buenos Aires, los efectivos se juntaron sobre el fin de semana y la cuidadosa planificación rindió su fruto. Tanto el coro como el grupo instrumental sonaron homogéneos y ajustados y los 400 artistas (una orquesta habitualmente ronda los 90 músicos en escena) mostraron un compromiso impactante. Más allá de la fuerza de los momentos de gran efecto hubo también fraseos íntimos y exactos en los pasajes de recogimiento y, en particular, en el “Lachrimosa”, que recorre prácticamente todo el espectro expresivo posible.

Ya el ensayo general había reunido a una multitud en la noche del domingo y ayer, en una mañana de sol pleno, la calle Luro y la plaza San Martín fueron desbordadas por los asistentes, muchos de los cuales portaban banderas argentinas y leyendas alusivas a la soberanía sobre las islas del sur y, en algunos casos, a la paz y la esperanza. La presencia de ex combatientes en el saludo final en el escenario, del Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y de representantes de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo entre los asistentes, así como el aria de la oración a la bandera de la ópera Aurora, de Panizza (más conocida en su versión como canción patriótica) rubricaron un encuentro pleno de emoción que culminó con un espontáneo Himno Nacional Argentino guiado desde el escenario por las potentes voces del Coro Polifónico Nacional.

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El tenor Darío Volonté, sobreviviente de Malvinas, ofreció una poderosa interpretación.
 
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