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Jueves, 28 de noviembre de 2013

MUSICA › ANTONIO BIRABENT PRESENTARá LáPIZ, PAPEL Y GUITARRA ESTA NOCHE EN ULTRABAR

“Me gusta donde estoy parado ahora”

En la charla con el cantautor, y también en su obra, renovación y transformación son dos ideas que aparecen constantemente. En su decimoquinto trabajo, apuesta radicalmente por el formato más incipiente y elemental de la composición.

 Por Yumber Vera Rojas

“La actuación siempre fue más seductora que la música. Creo que causa mayor atractivo que te vean en la pantalla a que compongas canciones”, asevera Antonio Birabent, con el corazón en la mano y la guitarra en el pecho, en Ultrabar (San Martín 678), donde hoy a las 21 presentará su nuevo álbum, Lápiz, papel y guitarra. “Pero la realidad es que mi trayectoria es muy extraña”, completa la idea. A meses del estreno de la película 555, en la que encarna a un profesor de filosofía que intenta descifrar el cataclismo final en una Buenos Aires a un tris de la distopía, el hijo de Moris y padre de Oliverio regresa a los escenarios, tras esa deuda pendiente que lo juntó con el creador de “Ayer nomás” en Familia canción (2011) y de esa maravillosa recolección de rarezas que componen el recopilatorio Cambalache (2012). Y lo hace con un álbum en el que apuesta radicalmente por el formato más incipiente y elemental de la composición. No obstante, el décimo quinto título del cantautor –que en enero próximo cumplirá 45 años– aparece, al mismo tiempo, en una época en la que comienza a cuestionarse seriamente lo que hasta hace algunos años era una mera inquietud.

–Si el formato disco colapsó, al punto de que la descarga digital convirtió al CD y al vinilo en objetos de culto, ¿qué sentido tiene para usted sacar un álbum físico en esta época?

–A veces me pregunto lo mismo. ¿Para qué saco discos? ¿Por qué grabo once temas si con dos bastaría? Pero muchas veces no encuentro respuestas. Supongo que sigo adelante a manera de resistencia, por el aguante y porque escribir canciones es lo mejor que sé hacer. Hace unos días pensaba: “Hasta cuándo voy a seguir en esto y de esta forma”. A veces me aburro de mí mismo, por lo que estoy intentando darle sentido a Antonio Birabent, al solista, mediante la renovación. Lo que no quiere decir que a estas alturas vaya a ser condescendiente con el público.

–Pero fue el público el que pagó la salida de su último álbum a través del método del crowdfunding. ¿Cómo lo complace entonces?

–Por eso hice un concierto en mi casa para esa gente que pagó mi disco, pues merecía un detalle especial, más allá del objeto en sí. Algo similar a lo que hizo Prince, aunque no creo que me haya copiado. No obstante, la financiación en masa ayudó a muchos otros artistas. Aunque la idea provino del sello que editó el álbum, Ultrapop, con el que volví a trabajar tras varios años, luego de que con éste lanzara Anatomía y Anatomix (ambos de 2000). Si esta vez regresé a una discográfica independiente fue porque no tenía otra opción y porque no quería llevarle este material a una multinacional. Es que con el paso del tiempo lo que queda es la convicción y la necesidad. Por eso muy pocos músicos pudimos seguir adelante en la Argentina en las últimas dos décadas. Algunos con resultados comerciales buenos y otros con secuelas dispares, como es mi caso.

–Lápiz, papel y guitarra fue grabado en su casa. Si bien hoy es una constante de la música llevar el estudio al dormitorio, ésa es una de las características que atraviesa a su trayectoria. ¿Por qué se resistió a las grandes salas de grabación?

–En 1996 empecé a hacer discos en mi casa y en todos ellos aparecen las palabras doméstico, casero y estudios efímeros. Y es que entendí que era necesario buscar otra manera, una al costado, aparte de que lo decidí en la época buena de la industria, donde había mucha plata, producción y presupuestos inflados para grabar en Miami. Prefiero esta realidad más austera y genuina, sobre todo si aún me estoy planteando si tiene sentido seguir realizando un disco.

–El título de su nuevo álbum alude a un proceso tan tradicional que en esta época pareciera anacrónico. ¿Confía en que la gente sigue prestándole atención a la letra de un tema?

–Para mí, eso es lo que manda. Siempre fue así. Escuché una entrevista de Francisco Bochatón, a quien me crucé en un par de ocasiones, pero al que no conozco, en la que aseguraba que la letra para él era lo primero. Así que me dije: “Este es de los míos”. No entiendo una canción si la melodía pasa a ser lo fundamental. Ultimamente escucho mucha radio, pues está puesta cuando voy a practicar boxeo y me di cuenta de que los artistas argentinos trabajan al revés: melodizan primero y después encajan una letra que más o menos le va. Y me parece muy importante qué es lo que estás cantando, la palabra, si no haría un instrumental.

–La transformación es un tópico que se repite a lo largo de su flamante repertorio. ¿A qué se debe que le atraiga tanto ese concepto?

–La transformación es una palabra que aparece directamente o de forma insinuada en un montón de mis letras. El cambio, lo que permanece a través de éste, lo que hay más allá, lo que está por suceder, lo que un sueño anticipó y que tal vez se va a cumplir como un vaticinio. Todo eso tiene que ver con una inquietud personal, con mi forma de hacer las cosas. Si alguien quisiera seguir una línea temática de mis quince discos, no la encontraría porque no existe. La única constante es no hacer un disco parecido a otro, pero no digo que esto sea mejor o peor. Hacer siempre lo mismo me parece aburrido. Este trabajo lo tengo listo desde hace tiempo. Si no lo saqué antes fue porque no tuve la suficiente malicia para hacerlo. Mi papá siempre me dijo que hay que tener un poco de maldad. Y a mí me falta eso en lo comercial, porque en otras cosas sí la tengo puesta.

–¿Le mostró el disco a su padre antes de publicarlo?

–Mi viejo me dijo que “Probá mi verdad” es un gran tema, pero que si lo hubiera grabado Coldplay habría causado furor. Algo de eso nos pasa a los criollos, aunque tal vez mi capital es la transformación. Me siento más identificado con eso que con haber hecho una carrera ordenada. Vendí 30 mil copias de mi primer disco. Recuerdo que cuando estaba por grabar el segundo en el sello afirmaban que habían creado a un monstruo porque lo quería hacer a mi manera. De hecho, me dieron la libertad poco después y ahí empecé a grabar en mi casa. Fue la génesis de Azar (1997). Entiendo que debo tomarme las cosas acorde con lo que soy. Todo este tiempo, mi álbum debut, es hoy lo que hacen Guasones o La Mancha de Rolando. En realidad, es superior. Es un trabajo de rock y blues, aunque luego me fui para otro lado.

–Lápiz... encierra cierta impronta de la canción rioplatense. ¿Era lo que buscaba?

–Me parece curioso que me digas eso porque no esperé que sonara de esa manera, aunque me alegra que se pueda interpretar también así. Sin embargo, ese condimento rioplatense que percibiste no debe parecerse al de Ciro, quien es un artista al que respeto, pues su música es muy personal, una mezcla perfecta, así como bien argentina, entre Mick Jagger y Jaime Roos. Logró realmente algo muy especial.

–¿Cómo surgió la invitación a Richard Coleman?

–Vino a ver un par de conciertos míos y un día nos reunimos para tomar algo y charlar en casa. Me propuso componer un par de temas juntos y cuando leí “De vuelta” me recordó a él y a Cerati. Me parece que hay una generación de artistas que superamos los 40 años que estamos mucho mejor que hace veinte, porque vivimos circunstancias muy distintas de la música. Pero también nos preguntamos hacia dónde vamos. Me encuentro más cerca de eso que del pop adolescente. Mi caso es particular porque no formé parte de un grupo ni de una escena. Tal vez el tiempo me pondrá cerca de algunos músicos por una cuestión más real que especulativa.

–¿Por qué nunca se integró a una escena?

–En 1993, ser un solista joven era una cosa rarísima. Pero lo más extraño fue que no venía de una banda, a diferencia del resto de los artistas que se habían animado a emprender una carrera unipersonal. Igual, en los últimos años coqueteé con dos proyectos grupales: el dúo con mi padre y la agrupación que formé con Marcelo Esquiaga y Juan Ravioli. Le estoy dando vueltas al tema de la banda, de una u otra manera, pues quiero armar un grupo en paralelo a mi trabajo solista. Siempre quise hacerlo y nunca pude llevarlo adelante. Creo que me excedí al ser demasiado solista.

–¿Piensa que el boicot fue otra de las constantes en su trayectoria?

–Mi padre también lo hizo, pero yo no lo hice a propósito. Fue un boicot de una carrera comercial ordenada. Cada uno busca su destino.

–¿Fue el destino lo que también lo llevó a grabar el disco Familia canción (2011), en el que hizo tándem con Moris, su padre?

–Era un disco que perfectamente podríamos no haber hecho. Y sin embargo insistí mucho para que sucediera. Hace un mes, mi papá me comentó que estuvo bueno haberlo hecho. “Es un discazo”, me dijo. Pero el mayor mérito de ese álbum fue no volver a los temas viejos, pues lo otro hubiera sido lo clásico.

–Ahora que es padre, ¿espera en el futuro que su hijo lo mire de la misma forma que hoy usted ve al suyo?

–Me influye pensar que cuando mi hijo tenga 18, yo tendré 60. De alguna manera, desde que vive, hago todo en función suya, incluyendo la música. Cuando me miro, me pregunto dónde estaré dentro de veinte años. Hace unos días fui a ver una función por las dos décadas de Tango feroz, pero sólo para los que estuvimos ahí. Fue muy emotivo. Fui, me senté, me vi cantando “El oso”, y me dije: “Guau, ¡cómo cambié!”. Me gusta donde estoy parado ahora. Fui un exasperado de la transformación. Si bien podría haber hecho algo sólido, me desvanecí. Aunque no cambiaría ni las cosas que salieron mal. Prefiero mirar para adelante, ver lo que viene. “Todo está por suceder”, dice una de las canciones de mi nuevo disco.

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“Con el paso del tiempo lo que queda es la convicción y la necesidad”, afirma Antonio Birabent.
 
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