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Jueves, 30 de enero de 2014

MUSICA › CRISTIAN BASSO SALTó A LA ELECTRóNICA CON ESPIRITISTA

“Me gusta reinventarme y no es la primera vez que lo hago”

El ex bajista de Fricción y La Portuaria se corrió de su trilogía en la que parecía componer bandas sonoras sin películas para subir el pulso con diferentes aproximaciones a la música electrónica. Pero es un dance tocado y cantado, toda una novedad para este prolífico músico.

 Por Yumber Vera Rojas

A Christian Basso le preocupa el set donde serán tomadas las fotos que acompañarán a esta entrevista, pues ya no quiere que se lo asocie con la naturaleza, ni con ninguna imagen vintage de Buenos Aires. Así que inicialmente trata de hacerse de cualquier espacio que aluda al minimalismo o a la cotidianidad, pero se le ocurre una idea con la que se siente más a gusto: el movimiento. Entonces, antes de saltar una y otra vez sobre el techo de la oficina de su nuevo sello disquero, advierte a quienes lo acompañan: “No se preocupen, tengo obra social”. Sin embargo, parece que no la necesita, pues le cuelga del cuello un diente de tigre que lo podría librar de todo mal. Aunque luego reconoce que no es supersticioso, ni cree en los talismanes, sino en el “poder de lo invisible”. Eso derriba cualquier especulación esotérica acerca del título de su más reciente álbum de estudio, Espiritista. “Siempre me llamó la atención la palabra”, apunta el otrora integrante de Clap, Fricción, La Portuaria y el Sexteto Irreal. “Y es que el sentido de las cosas no siempre es el que se le da.”

No obstante, este músico de 47 años, uno de los bajistas más prolíficos del rock argentino, puede que necesite un poco de gracia divina mientras promociona su cuarto álbum de estudio, debido a que rompió radicalmente con esa exquisita banda de sonido sin película con la que patentó una trilogía discográfica (estrenada en 2001 con Profanía y cerrada en 2011 con La música cura), para incursionar en la música electrónica. Además, lo hizo en calidad de cantautor, faceta inédita en su exquisita obra. “A lo largo de mi carrera me fui reinventando. Y eso me enorgullece”, afirma Basso. “Después de que compuse con Diego (Frenkel) ‘El bar de la calle Rodney’ y ‘Selva’, me di cuenta de que había una posibilidad de componer que podía desarrollar más. Cuando terminó La Portuaria, hice música instrumental en una época en la que nadie se atrevía. Pero luego sentí que debía conectarme con algo más popular. Quería que mi mensaje llegara a más gente. Así de básico.”

–¿Cree realmente que la música dance le permitirá posicionarse como un artista popular en la Argentina?

–No lo sé. Pasé por muchos géneros distintos, y no pensé en eso antes de hacerlos. Esto no fue un diseño, a pesar de que en este disco estábamos buscando algo electrónico, nocturno, más de la noche, del trance, de la hipnosis. Y me parece que la música dance encontró su pulso, es una vuelta de la tecnología para regresar a lo más primitivo y visceral del latido del corazón. Es una analogía con la biología humana, pues lo que me unió con la discoteca es el bombear de la sangre.

–Usted compitió por el premio Gardel en la categoría World Music. ¿Cómo piensa que se tomará esta reinvención?

–Creo que van a entender el proceso de un artista que va cambiando y que construye nuevos paisajes. Siempre fui muy respetado por el público y por la prensa, a veces demasiado, así que esta vez decidí desconcertar. Me gusta reinventarme y no es la primera vez que lo hago. Siento que esto es auténtico y que voy en una dirección.

–¿Cuándo se dio cuenta de que el futuro le depararía un lugar próximo a la pista de baile?

–Si bien el bicho de la electrónica me empezó a picar hace cuatro años, cuando estuve en Berlín, el proyecto comenzó en 2006 con Pablo Chinen, integrante del grupo The Ovnis, quien se convirtió en mi mano derecha. Era más el placer de hacer el recorrido que la meta en sí. Luego se sumó Manu Schaller, con quien había tocado en el Sexteto Irreal, y entonces el disco comenzó a tomar forma.

–¿Qué fue lo que provocó el clic para que se diera cuenta del potencial de su emprendimiento?

–El año pasado estuve en China. Durante mi estadía, decidí entrar en contacto con la ciudad. Salí a ver cosas nuevas, fui a discotecas, y sintonicé con un mundo más moderno, consumista y capitalista. La gente se expone más, es menos vergonzosa. Y me puse a hacer canciones para otro disco que está en pre producción. Mientras lo realizaba, me di cuenta de que me faltaba un eslabón en el medio. Así que retomé todo ese trabajo que me llevó tanto tiempo, y en el que se involucró tanta gente amiga. Ellos fueron los que me insistieron para que lo termine. Volví atrás con Espiritista, grabé cosas de nuevo, saqué otras, y empezó a sumarse más gente.

–¿Cómo estableció el equilibrio en un repertorio diseñado esporádicamente?

–No recuerdo el tema más antiguo, pero sí el más nuevo: “Fuego”, que es más dance. Los demás son más o menos de la misma época, al menos las composiciones, porque luego los produjimos. En este trabajo busqué una homogeneidad, pues siempre fui un poco criticado por esa cosa tan variopinta que sucede desde mis días en La Portuaria. El primer álbum del grupo, Rosas rojas, tiene calipso, flamenco y música argentina. Durante mucho tiempo defendí ese cocoliche bien de acá de tomar prestado los estilos de los inmigrantes. Pero en este caso tenía ganas de hacer algo más consonante, que no tuviera fallas conceptuales en el armado, pues esta etapa será de mayor exposición, más comercial. Se trata de una electrónica que va al frente, y eso era justamente lo que quería con este material.

–Más que ahondar en una corriente en particular, Espiritista ofrece una paleta de diferentes estilos de dance. ¿Estaba familiarizado con los géneros de la electrónica al momento de hacer el álbum?

–En eso tuvo mucha injerencia Pablo, quien armó las bases electrónicas. Si bien los temas fueron encontrando su forma a medida que pasaba el tiempo, sí sabía que “Fuego” era house, porque es el estilo que más escuché en la última época.

–En la medida en que se fue adentrando en un universo sonoro hasta ahora ajeno a usted, ¿qué fue lo que más le sorprendió?

–Me sorprendieron un montón de cosas. No obstante, te voy a hacer una confesión: con respecto al pop en general, me enganché mucho con el disco Experimental, de Leo García. La verdad es que lo admiro mucho porque se atrevió a decir en un tema que “todo el mundo necesita un osito” (en la canción “Mimos”), lo que demuestra sinceridad de su parte, así como autenticidad y sensibilidad. También descubrí a Nakadia, DJ tailandesa radicada en Berlín, y a una banda sueca llamada Little Dragon. Son buenos músicos haciendo sonoridades electrónicas con instrumentos. Y es que me gusta el dance tocado.

–Aparte de las canciones de Espiritista, usted presentó a la banda que lo acompaña en una circunstancia inesperada: como telonero de Cat Stevens en el Luna Park. ¿Salió ileso de la horda post hippie?

–Me dio un poco de miedo cuando recibí la propuesta. Mucha gente se me acercó para ver si daba tocar estos temas en ese show. Pero al final todo fue muy orgánico, nadie se sintió desconcertado. Fue un debut de lujo porque en la banda también toca mi hijo, Valentino, que me suple en el bajo: eso me permite concentrarme en cantar.

–Su caso evoca al de Peter Hook, bajista de Joy Division y New Order, a quien en su actual grupo, The Light, lo acompaña uno de sus hijos, Jack Bates, precisamente en el bajo. ¿Lo sabía?

–No tenía idea. Aunque espero que no lo vuelva tan loco como yo al mío. Tiene veinte años, pero está saliendo bueno. Le propongo hacer proyectos y siempre se engancha. Como en casa la música siempre estuvo presente, mi pasado lo vive con mucha naturalidad. Quizá sus amigos se sorprenden más.

–Antes de ese Luna Park, ¿alguna vez había cantado en público?

–No, ése fue mi debut. Fue un trabajo muy grande que hice sobre mí mismo, con un maestro de canto y una coach. Estuve formándome varios meses hasta que vi que era el momento para hacerlo. No sólo es el laburo técnico, sino energético.

–Al menos en el disco, ¿por qué filtró su voz a través de efectos, y no dejó que se escuchara en su estado natural?

–Es ciento por ciento mi voz, pero está doblada. Me funciona cantar en el registro grave, y en el agudo también. No soy un intérprete formado clásicamente. Es simplemente una necesidad de comunicación. Es el bardo de la tribu que entra en estado de trance. En la época en la que grabé los primeros temas, no se usaba tanto el Auto-Tune. A pesar de que a veces aparece deliberadamente, no dejo de pensar en qué va a pasar dentro de un año cuando escuche esto. Siempre está la duda de si la música es clásica, actual o vanguardista. Sin embargo, hay artistas que no apelaron a la tecnología, y siguen siendo modernos.

–Esa decisión estética la tomó en una época en la que, luego de que Daft Punk impusiera el Vocoder y el reggaetón abusara del Auto-Tune, cualquiera puede cantar. ¿No le parece?

–Cuando le mostramos el primer disco de La Portuaria a Jorge Alvarez, él no entendía por qué no hacíamos un solo estilo. Me enfrento a un mundo que está en otro momento. Lo importante es lo que uno siente, y tiene ganas de mostrar. Por suerte, soy músico, y no cirujano o juez. No mato a nadie, ni lo mando a la cárcel. Es más el bien que puedo hacer que el mal. Estoy pendiente de lo que pasa en el mundo, pero sigo mi juego.

–Las letras de Espiritista son tan oscuras como el sonido del álbum. ¿En qué se inspiró al momento de componerlas?

–En la interpretación de la noche, en salir, en el juego nocturno. La letra de “Decadance” dice: “Sorpresas, sorpresas, presagios”. Me gusta la idea de la transmutación de la palabra, diluyéndose, transformándose en otra. Mucho no puedo explicar. Son oscuras, aunque también lúdicas. “Apocalipsis” es simpática: “Viene la fine del mondo” está tomado de los carteles italianos de principios de siglo que supusieron, por la llegada del cometa Halley, que se venía el fin del mundo. Los periodistas de la época, que hicieron los carteles advirtiendo el acontecimiento, cometieron el error de escribir “fin” en femenino. Y este material tiene algo de eso, de show, de ficción. No es un diario de lo que me pasó. Sin embargo, por momentos hubo intuiciones. No es poca cosa cantar: “Mejor bailar si estás muriendo. Despierta el cuerpo a sacudirlo” (“Mejor bailar”), cuando el que toca la guitarra en el tema es Gustavo Cerati. Hay cosas que uno no sabe por qué las escribe, pero las hace. El sentido aparece más tarde.

–Pese a que Cerati colabora en su más reciente álbum, también aportó su guitarra en “Viento”, de La música cura. ¿Cómo le afectó escuchar de vuelta esas sesiones después de lo que pasó con el ex Soda Stereo?

–A Gustavo lo conocí en la primera formación de Fricción, con la que hicimos dos shows en Stud, que espero que podamos editar porque son increíbles, y hubo muy buen feedback entre nosotros. Siempre nos llevamos bien y compartimos muchas tocadas. Es un músico al que admiro. Y cuando estábamos haciendo este disco, se nos ocurrió llamarlo e invitarlo. Fue un honor tenerlo en el proyecto por su generosidad, al igual que por esa muñeca increíble. Si Daft Punk se dio el lujo de tener a Nile Rodgers en su último trabajo, yo lo tuve a él. Antes de editar el álbum, hablé con la madre, lo fui a visitar, y le mostré las canciones. Cuando las escuché, empecé a revalorizarlas porque somos músicos de una misma generación, tuvimos un pasado en común. Con Richard (Coleman) pasó lo mismo y también con Fernando Samalea, que además me amenazó con que si no editaba Espiritista no volvía a colaborar conmigo. Menos mal que le hice caso.

–Muchos de los colaboradores de su nuevo material no sólo son habitués de sus discos anteriores, sino que forman parte de una generación de artistas del rock argentino que mutaron del post punk hacia ese perfil de músico popular que persigue. ¿A usted qué lo motivó a enfilarse en ese rumbo?

–A veces me pasó que cuando subí mi música a Internet y tenía que catalogarla, ponía tango. Con todo el derecho del mundo, aunque no hubiera bandoneón ni 2x4. Tiene que ver con el espíritu de Buenos Aires, al igual que con una necesidad de cantar en español para hablarle a la gente de acá. Toqué en la Fiesta de la Democracia, en Plaza de Mayo, ante una audiencia frente a la cual no me presentaba desde hace muchos años. Sentí una energía que iba y venía todo el tiempo, y yo quiero eso, que el que me mira entre en el mismo trance en el que me encuentro.

–Tomando en cuenta que Espiritista es un disco basado en la noche, ¿suele salir a bailar?

–No mucho. Estoy tranquilo, enamorado. Voy a ver bandas, a veces. En comparación con los ’80, la noche porteña actual está bien porque es lo que es. A la gente ya no le gusta lookearse, trata de pasar inadvertida, sobre todo los hombres. No sé si tiene que ver con que no quieren que los roben o no les interesa llamar la atención... No hay nadie que tire la onda, y no me refiero nada más a la ropa, sino a la energía. Está todo clonado, se visten todos iguales. Antes éramos más audaces, eran otros momentos: se estaba saliendo del placard y los clubes eran más amables.

–¿Entonces Coleman y usted son una especie en extinción: los últimos darks que le quedan a la escena?

–Somos darks luminosos. Quiero despertarme temprano, llevar buena vida y seguir dedicándome a la música. Hacer algo que antes no estaba hecho. Esto es como cocinar.

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“Mi música tiene que ver con el espíritu de Buenos Aires, al igual que cantar en español para hablarle a la gente de acá”, afirma Basso.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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