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Viernes, 19 de septiembre de 2014

MUSICA › PETECO CARABAJAL ADELANTARA SU DISCO LOS CAMINOS SANTIAGUEÑOS Y REPASARA HITOS DE SU HISTORIA

“Voy a hacer una retrospectiva para adelante”

Mañana, en el Coliseo, el cantautor presentará nuevas canciones, entre las que obviamente habrá chacareras. Sin embargo, su universo artístico continúa en una novela sobre su familia, las artes plásticas y el cine, con un film sobre Mario Roberto Santucho.

 Por Cristian Vitale

Peteco está algo afónico, nada grave. Nada que atente contra el futuro inmediato. De a ratos se le traba la voz, o se le pierde en medio de un tumultuoso bar porteño, pero la comunicación fluye igual. Le alcanza –y le sobra, casi– para ir a los detalles del recital que dará mañana a las 21 en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). Dice que la idea es presentar un disco de dieciséis temas nuevos –terminado, pero inédito– llamado Los caminos santiagueños, y que también hará un repaso por sus cuarenta años de música: citará a Shalo Leguizamón y a Roberto Carabajal para reflotar su primera banda (Santiago Trío); hará subir, claro, a Los Carabajal; estarán Homero Carabajal, Jerónimo Izarrualde, Micaela Farías Gómez, Lucina Ferraris y Emme, en condición de hijos de la MPA (Músicos Populares Argentinos), aquel grupo de culto que Peteco integró junto al Chango Farías Gómez, el Mono Izarrualde, Verónica Condomí y Luis Gurevich, durante la década del ’80, y habrá un intento de revivir a los formidables Santiagueños, a través de proyecciones de Jacinto Piedra, con el mismo Peteco tocando el violín sobre el led. “Son todos los hitos míos, ¿no?. Una retrospectiva para adelante. Eso es lo que haré”, se ríe el cantor, compositor y multiinstrumentista nacido y criado en el barrio Los Lagos de La Banda. Y trasplantado a Buenos Aires, hace varios años ya. “Pero no es sólo música lo que hay para decir, ¿eh?”, anuncia y se zambulle en los variados mundos del arte que le pican cerca: además de los sonidos, la literatura, el cine y la pintura.

En efecto, tras el primer café, Peteco empuña un celular bien moderno, recorre un par de aplicaciones y llega hasta una réplica a escala virtual de las pinturas que inventa para entretenerse. “Ahora se me ha dado por ahí”, dice, y muestra un par: una que denota un baile de chacarera y otra medio endemoniada, llena de colores. “Esta la tomé de una chacarera que dice: ‘la muerte viene llegando envuelta en los remolinos, es agosto en los lapachos blancos, rosas y amarillos’... Me estoy gastando unos buenos mangos en óleos”, se ríe, y apaga el celular. “Para dibujar estas cosas me inspiro en los maestros europeos, lamentablemente, pero también me gustan muchos de los de aquí: Fader, Berni, Alonso... Es algo que puedo hacer porque es una especie de desprendimiento total de mi parte hacia todos los que me rodean, de mis compañeros, en los cuales confío y puedo descansar para llevar adelante varios proyectos a la vez.”

–Entre estos proyectos está el libro que escribe sobre su familia. ¿Qué orientación puede revelar sobre él?

–Es una novela, básicamente, que narra la historia familiar que conozco y que me han ido trasmitiendo de a poco, más todo lo que se va haciendo en la actualidad. Cada vez que estoy en contacto con la familia es como leer un libro. Me van tirando datos, y me van regenerando la información y el cariño. El libro no va a tener una historia estándar, digamos, sino una historia sin fin, porque la familia me va a continuar a mí, al libro, y a todo lo que se haga (risas).

–Pero debe haber un punto de arranque, un primer motor fuerte.

–Sí, mis dos abuelos, y sus hijos, que han sido mi papá y mis once tíos; entre ellos Cuti, el último de los hermanos varones. El acento va a estar puesto en ellos, y en Rosario Carabajal y María Luisa Paz, claro. Después, cada uno de los hijos ha formado una familia muy numerosa, y de todos voy a extraer, a ver, no diría anécdotas, sino cosas importantes del ser humano: nacimientos, crianzas, infancias, dolores, amores, engaños... Cosas que nos van haciendo como seres humanos. Dado que somos una familia de origen bajo en cuanto a lo social, y seguimos en esa línea, la única forma que hemos encontrado de sobresalir ha sido la música, y aun así ninguno ha llegado a tener una fortuna. Apenas nos mantenemos, pero sí, los más de trescientos que somos hemos vivido cosas que son esenciales: hemos conocido el amor, el dolor del adiós, la tristeza, la alegría, un montón de cosas que van a estar en el libro.

–Usted es básicamente un hacedor de canciones. ¿Escribir una novela sería como una canción “extendida”?

–Puede ser, sí, porque nunca me he considerado un poeta. Los demás me lo han dicho, pero a mi personalidad no se le pasa esa figura. Y con el libro pasa lo mismo. Yo escribo y de vez en cuando a algún párrafo le pongo un poco de vuelo poético... Sólo eso.

–Se ve como un cantautor, entonces.

–Diría que músico por naturaleza, por haberme criado en un ambiente en el que la música ya era fuerte, y con un padre que ya era músico y profesional de la música. Es algo que se me metió desde el vientre de mi vieja, y a los 20 años, más o menos, empecé a sentir la necesidad estética o auditiva, de escuchar determinada música que yo hacía, con palabras que no sabía bien qué querían decir, pero las imaginaba... La sonoridad de las palabras, ¿no? Así comencé y así sigo. Los años me han ido dando elementos poéticos para lograr eso. Me gusta que lo que escribo sirva, no sé si a mí, pero sí al que lo escucha. Me pasa que me hacen escuchar cosas para que dé mi opinión y, aunque entiendo lo que dicen, no puedo entender de qué va la canción, a qué le quieren cantar. No sé, el vocabulario tiene que ser claro, y la carga poética es lo que el otro va a sentir, no lo que yo siento. No creo en esas cosas.

–¿Por ejemplo?

–Agustín Carabajal en una chacarera, “Fiesta Churita”, dice: “Formando un collar de sulkis dormitan bajo el sereno, y esperan pacientemente, a que regrese su dueño”. Es muy claro ¿no?, pero la metáfora para mí está en la sensación que tengo de imaginarme el cosmos, y los caballos en medio de esa inmensidad. Es importante tener en cuenta las sensaciones que experimentan los que escuchan. Para mí, lo abstracto no es escribir algo que no se entienda, es la sensación que recibe el que escucha.

–¿Canciones nuevas que sintonicen con la idea?

–“A todo corazón”, por ejemplo, una canción que hice con Roberto Ternán. En ella hablamos del canto, el amor, lo social y la muerte, en grupos de tres coplas: “De la naturaleza y de la humanidad, los pensamientos míos aprenden a cantar, no canto como el río ni como el ruiseñor, pero sí canto a todo corazón”. Después hicimos una muy linda con Víctor Heredia que se llama “El niño”. Es una canción que no podría definir de qué se trata, pero sí que llega, y me llega a mí. Creo que es una canción ecológica, pero distinta a las que se quedan en destacar lo que está mal. Es una canción ecológica que les habla a sentimientos propios: “Tengo que seguir cantando para darle al niño su sueño encerrado en mi piel”.

–Está hablando de canciones. ¿Dónde está la pata más “folklórica” del disco por venir?

–En un escondido que se llama “Memorial de los patios”, que es un homenaje a todos los cantores santiagueños que ya no están; algunos muy conocidos y otros no tanto, pero todos han sido frecuentadores de patios. Después hay una canción dedicada a Juan Saavedra, llamada “Chipaquero de ayer”, porque él y su familia hacían chipaco en la casa, y él salía a vender, mucho antes de que armáramos Santiagueños.

–Insólito: ¡No nombró ninguna chacarera!

–Pero que las hay, las hay (risas). Hemos hecho una con Yuyo Montes, salteño que ha trabajado con Jorge Rojas y el Chaqueño Palavecino, por ejemplo. Fue linda la posibilidad, porque era como si hubiera algo que parecía que nos separaba, que él estaba en una onda y yo en otra. Y no es tan así, somos compañeros. A veces, entre los artistas, uno nombra a alguien para dar un ejemplo de lo que no haría, pero nada más. También está “Los caminos santiagueños”, tema que hicimos con Juan Carlos Carabajal y que da nombre el disco.

El otro rubro que ocupa los días de Peteco, hoy, es el cine. Por un lado, Chacarera, que se estrenó el año pasado en el cine Gaumont. Y por otro, una por venir. Un proyecto de cine “más ambicioso”, que contará la vida de Mario Roberto Santucho, líder y figura del PRT-ERP. “Le hice una chacarera, que también está en el disco, y se llama ‘Guerrillero santiagueño’. A partir de ese tema se me ocurrió la película, me contacté con gente de la familia, con su hermano Julio, con un productor, un guionista y un director, y estamos avanzando sobre eso. Se han hecho documentales sobre Santucho, pero no películas, y está bien encaminado el proyecto”, cuenta Peteco, que se hará cargo de la música, además de haber dado el puntapié inicial.

–¿Por qué Santucho?

–Para ser sincero, podría decir que con el tiempo le pido perdón por haber sido indiferente a su lucha en aquel momento. No me acuerdo mucho, pero tampoco he estado en la vereda de enfrente... A lo mejor no tenía mucha conciencia en ese momento, pero siempre le he tenido simpatía a él, y a los movimientos como Montoneros o el ERP, y por supuesto sentí dolor cuando fueron diezmados. Pero no me quedaba otra que seguir y aceptar lo que hemos aceptado todos como historia... Hoy en día, me parece que no es tarde para reivindicar sobre todo al hombre santiagueño. Al hombre que fue muy simple, que luchó y dio su vida sin medirlo, que no fue detrás del dinero y que mucho menos fue un delincuente común, como la dictadura quiso instalar.

–La película tiene un fin misional, básicamente.

–Esclarecedor, diría yo. Igual, para mí, en este momento, es normal hablar de él, pero me doy cuenta de que hay mucha gente que, bueno, me ha pedido que me cuide, y la verdad es que para nada lo veo así.

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“La música es algo que se me metió desde el vientre de mi vieja”, afirma Peteco Carabajal.
Imagen: Pablo Piovano
 
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