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Lunes, 10 de noviembre de 2014

MUSICA › LA PRIMERA JORNADA DEL PERSONAL FEST, EN GEBA

Una noche de monos tremendos

Arctic Monkeys le dio curso a una nueva visita con un show impecable, que combinó su adrenalina habitual con matices acústicos. The Hives también dominó el escenario, mientras que James McCartney decepcionó y Echo & The Bunnymen lidió con su propio malhumor.

 Por Yumber Vera Rojas

No hay que darle muchas vueltas al asunto: la actuación que ofreció Arctic Monkeys en el cierre de la primera fecha del Personal Fest rankea desde ya en la pole position de los mejores shows de 2014 en Buenos Aires, tan sólo superada por la de Arcade Fire en el Lollapalooza. A dos años de su actuación en el Quilmes Rock en cancha de River, donde la sudestada le compitió en protagonismo, el grupo británico regresó a la capital argentina en la noche del sábado con nuevo álbum bajo el brazo, AM (2013). Aunque esto no le impidió hacerse de un repertorio ecuánime en el que, aparte de las flamantes “Do I Wanna Know?” (con la que abrió su presentación) y “Arabella”, abundaron sus éxitos. No obstante, lo más impactante de ese recital, para el que ya disfrutó de sendas incursiones del cuarteto en esta orilla rioplatense, fue su evolución performática, en la que la suma de las partes permitió, además de un timoneo sonoro potente, postular al vocalista y guitarrista Alex Turner como el gran crooner de lo que va de siglo.

Pero antes de que todo esto sucediera, en 2004, cuando nació el Personal Fest, los Arctic Monkeys eran una incipiente banda parida en las aulas de la Stocksbridge High School, de Sheffield, cuyos integrantes promediaban los 16 años. Si bien aún no tenían disco, su post punk revivalista desató la euforia (más por su desfachatez punk que por su reflexión sonora posmoderna) entre su generación a través del entonces revolucionario MySpace. Sin embargo, no fueron ellos los que colgaron sus canciones en la plataforma virtual de la que hoy es dueño Justin Timberlake sino sus fans, lo que lo convirtió en el primer grupo de rock que desarrolló una trayectoria exitosa a partir de las redes sociales. Por lo que una década más tarde, tras la aparición de YouTube, Facebook y Twitter, la agrupación inglesa es no sólo la última banda masiva e influyente del pop independiente (luego de que los Strokes dieran el zarpazo a fines de los ’90) sino una irradiación sobre el cambio de chip en la forma de entender la cultura rock en esta época.

Mientras que la virtualidad y la viralidad ganan cada vez más terreno y adeptos, el triunfo de estos “macacos polares” se afinca en que apologizaron las historias de carne y hueso en la era 2.0. “Ahí no hay amor, ni Montescos ni Capuletos. Sólo canciones que suenan en DJ sets, y pistas de baile sucias y sueños maliciosos”, recrea “I Bet you Look Good on the Dancefloor”, su primer hit, de 2006, y que no faltó en su cita del sábado, lo que desde entonces cautivó a una masa joven cuyo ancho de banda oscila entre los adolescentes que entraron en la universidad y los otrora niños que crecieron frente a la tele con Hannah Montana. Y es que justamente la agrupación inglesa es uno de los pocos artistas capaces de raptarle público a Miley Cyrus, el mismo que, junto a una feligresía fervorosa por el indie nuestro de cada día, acudió a GEBA para formar parte de la experiencia de un festival que se transformó en una vitrina porteña que, a lo largo de la última década, bien supo reflejar (al menos no murió todavía en el intento), y redimir, la evolución de la música pop.

Desde su primera edición, organizada en el Club Ciudad, hasta ahora, que repite en GEBA, por el Personal Fest pasaron grupos y solistas que ayudaron a escribir la memoria y cuenta del pop, del rock y del dance (foráneos y locales) desde los ’70 hasta esta parte. Pero reinventar el concepto de un espectáculo, por más que haya colaborado en el fortalecimiento de la cultura festivalera en el país, no es una tarea fácil. Así que, a diferencia de su segunda jornada, que se celebraba anoche, el día uno de esta nueva versión del evento apostó sus fichas por un cartel que cruzó a clásicos del rock con exponentes más contemporáneos. No obstante, en esta ocasión la novedad la representó James McCartney, hijo de Paul, quien, a diferencia del resto de los vástagos beatle, dejó entrever que la música no es lo suyo. Si bien apenas tiene un álbum solista, Me (2013), el cantautor de 37 años dio señales claras de que no coincide con la veta pop de su padre (del que no hizo ningún cover) al ofrecer una propuesta rockera, bien noventosa, que se diluyó entre alaridos discordantes. Imposible de creer.

El estrepitoso show de McCartney Jr. dio pie para la presentación de sus compatriotas de Echo and the Bunnymen, quienes levantaron el ocaso de la tarde a punta de clásicos, a pesar de que su líder, cantante y fundador, Ian McCulloch, no gozara de buen ánimo, quizá por el inicio de su presentación, en la que el sonido no estuvo de su lado, ni las luces (pedía que las bajara). Lo que sí mantiene esta leyenda del post punk, a sus 55 años, es su musculoso gaño, con el que repasó temones del calibre de “The Killing Moon”, que mechó con los de su nuevo disco, Meteorites, y con innecesarios covers de The Doors y Velvet Underground. Pero la sorpresa de la jornada recayó sobre los suecos The Hives. Amén de su demoledor garage rock, el quinteto demostró lo mucho que aprendió de la Argentina en sus visitas previas, al interactuar con el público en español y con modismos porteños, mientras evadió esa aburrida solemnización que padece el rock. “¿Les gusta ver a un boludo en el escenario? ¡Yo soy el gran idiota del rock!”, deliraba el cantante Pelle Almqvist.

Durante la puesta de los Arctic Monkeys, Alex Turner también apeló por el español para comunicarse con el público las pocas veces que lo hizo. “La noche está en pañales”, advirtió en “Dancing Shoes”. Y estaba en lo cierto, pues cuando sacaron de la manga “Fluorescent Adolescent”, después de dejar atrás “Crying Lightning” y el sensual “Knee Socks”, su show tomó un equilibrio de matices. Eso sucedía al mismo tiempo que el frontman del cuarteto ganaba cancha para explotar, amparado por su estética “greaser” italoestadounidense, su sexualidad, muy en sintonía con el sonido americanizado de AM, lo que contrastaba con su imagen de pendejo tímido con acné de su debut local en el Luna Park, en 2007, en el que ya se preveía su condición de fenómeno del rock. Tras una versión acústica de “Cornestore”, la magia volvió con “Mardy Bum”, para luego despedirse por primera vez. Al volver al escenario, la banda peló una tripleta tan nervuda, con “One for the Road”, “I Wanna Be Yours” y “R U Mine?”, que prendió la mecha para los fuegos de artificio. Monos tremendos.

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Lo de Arctic Monkeys ya puede entenderse como uno de los mejores shows de 2014 en Buenos Aires.
 
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