“Les pregunto y ya está, por ahí dicen que sí.” Miryam Quiñones evoca cómo se la jugó para que tres grandes del canto popular argentino –y tres cubanos– se sumaran a Con el alma en vilo. Fue hace casi dos años, pero las estelas siguen. No es común que Teresa Parodi, Jorge Fandermole y Alberto Rojo por un lado, y Silvio Rodríguez, Vicente Feliú y Augusto Blanca, por otro, conjuguen voces y talentos en torno de una joven intérprete peruana, que aún se estaba haciendo. Que se contentaba entonces con emular a Mercedes Sosa y Chabuca Granda y con atravesar las murallas invisibles de su Lima natal. “Ese disco es un lujo increíble. Y lo logré porque no hay peor decisión que la que no se intenta, y el intento valió. Me enorgullece que al aceptar la propuesta, me hayan respaldado”, dice esta morocha a la que ese arranque le disparó un mundo de oportunidades.

Una nueva visita a Buenos Aires, por caso, en la que mostrará composiciones de capos pasados y presentes de la poesía y música del Perú. De Nicomedes Santa Cruz, Chabuca, Kiri Escobar, Andrés Soto o Javier Lazo, entre varios. “Algunos tienen una obra hermosa, que debería ser más difundida. Es mi manera de homenajear la canción de autor peruana”, sostiene la cantora que, bajo el nombre de Ritmos y canciones del Perú, se presentará hoy a las 21 en La Biblioteca (Marcelo T. de Alvear 1155).

Buenos Aires será la parada previa a dos escaladas que la esperan. La primera, vuelta a su tierra, para estrenar Las flores buenas de Javier, homenaje al poeta y luchador peruano Javier Heraud, muerto a los 21 años a manos de la Guardia Civil, en el que Quiñones ensambla su voz con la guitarra y la pluma de Vicente Feliú. “El es un referente fundamental para mí, y creo que coincidimos firmemente en conjugar en el canto la poesía con la musicalidad, la ética con la estética. Buscamos la belleza de la canción, pero también aquello que dice, y sentirla, que te crean, sobre todo al abordar a Heraud, cuya historia conmovió mucho a la sociedad peruana, incluso a Chabuca. Ella quedó tan consternada con su asesinato que se encerró un año en su casa para componer canciones para él. Fueron diez, y nosotros incluimos cuatro en este disco. Después hay otros cuatro temas que Vicente compuso para él”, define Quiñones, que se repartirá entre España, Francia, Italia y Alemania, desde marzo hasta junio. “Voy porque gané el premio del fondo IberMúsicas, que impulsó con mucha tenacidad Susana Baca”, reconoce Quiñones que, hace no más de diez años, debió definirse entre la comunicación social y la música, y optó por esta última. “Al principio cantaba para los amigos y tenía referencias: primero el rock mezclado con valses peruanos, que eran el hobby de mi padre. Mi hermano tenía un grupo que hacía covers de Sui Generis... me encanta Charly. Cuando entré en la universidad entré en un taller en el que se armaba un grupo de música latinoamericana y descubrí a Gieco, a Heredia, a Mercedes, a la Nueva Trova Cubana”.

–Se latinoamericanizó.

–Fue como descubrir otro tipo de canto, distinto a lo que circulaba por radios comerciales. Canciones poéticas, con temas más profundos, humanos, que invitaban a la reflexión y el compromiso.

–¿Cómo es Lima? ¿Inquieta, tradicional, cosmopolita?

–Hoy más que antes, inquieta. Hace unos años, no sé, venía Rod Stewart y pasaba por Santiago, Buenos Aires, y se iba, puenteaba Lima. Hoy no. Es una ciudad en la que se escucha de todo, y yo soy producto de eso. Puedo escuchar desde Los Beatles hasta el vals peruano, el jazz y la trova cubana y no creo que haya géneros mejores que otros, sino música buena y música mala. Cachivaches que suenan por la radio hay por todos lados.

–¿Y políticamente?

–Ambigua. Hay un gran crecimiento económico, pero poco reparto social. Está rara la cosa.