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Jueves, 17 de marzo de 2016

MUSICA › BEATRIX CENCI, DE ALBERTO GINASTERA, CON PUESTA DE ALEJANDRO TANTANIAN

Gran obra de su período abstracto

La ópera que acaba de subir a escena en el Colón por segunda vez en toda la historia de este teatro es fiel reflejo de la complejidad de la música del autor de Estancia. Pero la puesta en escena de Tantanian no siempre es coherente con sus materiales dramáticos.

 Por Diego Fischerman

Juan Carlos Paz, compositor y polemista, bromeaba en su Introducción a la música de nuestro tiempo diciendo que “el estilo” de Stravinsky era en realidad “los estilos”. Con términos muy parecidos criticaba a Ginastera y éste, en lugar de responder abiertamente, escribía un artículo donde recapitulaba la música argentina del momento y al referirse a Paz utilizaba la misma moneda mencionando que su trayectoria pasaba de un estilo a otro “con un eclecticismo desconcertante”. Malas épocas para el eclecticismo, podría pensarse, y también para ser contemporáneos de Stravinsky. En rigor es cierto que Ginastera atravesó distintos estilos y él mismo se ocupó de proponer una periodización para su estudio. Resulta más interesante, sin embargo, ahondar en esas contradicciones como polos de tensión de una misma búsqueda estética. Beatrix Cenci, la ópera que acaba de subir a escena en el Colón por segunda vez en toda la historia de este teatro, obra ejemplar de su período “abstracto”, no está tan lejos, finalmente, de las fundantes Panambí y Estancia.

La crítica tradicional ve en sus obras “nacionalistas” un pintoresquismo de postal, ignorando los intrincados procesos constructivos y el finísimo trabajo con el color. Y, simétricamente, entiende en su adopción al dodecafonismo –de una manera más que libre– un atisbo de un verdadero Ginastera al que habría que prestar más atención que al otro (esto cuando ese estilo tardío no es tachado como mero oportunismo). Se deja de lado que allí, como en las piezas donde la cercanía con un imaginario folklórico es más evidente, aparece exactamente la misma preocupación por el color, por la tensión entre estructura y expresión y la extrema atención al efecto y hasta la truculencia sonora. Ginastera, el hombre de los cursos de cristianismo que eligió el incesto y lo pesadillesco como tema de sus óperas, el “nacionalista” que, desde su Centro de Estudios en el Di Tella más hizo por el cosmopolitismo musical de la Argentina, el supuesto conservador que acabó siendo censurado por la dictadura y, lejos del último lugar, el compositor con aspecto de banquero (así lo describió el recientemente fallecido Keith Emerson) que fue versionado por el ilustre trío del tecladista junto a Greg Lake y Carl Palmer, se resiste –por suerte– a las definciones fáciles.

La puesta de Alejandro Tantanian presentada en el Colón acierta en su tono surreal, en particular en la escena de la bacanal y en sus alusiones a un mundo à la Max Ernst. Abunda, no obstante, en algunos lugares comunes de cierto teatro reciente que busca compensar en pocos minutos los siglos de ostracismo en que todo erotismo fue forzosamente heterosexual. Abundan entonces los desnudos masculinos y los hombres con tacos altos sin que se establezca relación alguna con el imaginario brutal –y machista– del Duque, que habla de su hija como una pertenencia y que, obviamente, considera su violación un derecho de género y de clase. También debilita una imagen potente, como las de los cuatro perros doberman que transitan el escenario con la aparición de un monstruo cuya utilería ostentosa aplaca cualquier inquietud posible. Hay, desde ya, más amenaza en la inquieta sumisión de los perros que en esa versión algo desmejorada de la Bestia de Disney. En el principio y el final hace su aparición un niño, tal vez para reforzar la idea de que lo que se está contando es la historia de un clan, que se inscribe en varias generaciones, pero también en este caso su imagen –y su gesto de director de orquesta, dando el corte final a la obra– ablanda la tensión que se ha buscado construir por otro lado. La conclusión de la ópera –y sin duda, su música–, con la joven Beatrix próxima a ser decapitada y clamando por su vida y su inocencia, tiene un altísmo voltaje dramático que la puesta no llegó a plasmar con claridad o, por el contrario, a contrastar con un distanciamiento efectivo.

La orquesta sonó ajustada y expresiva, dirigida con detalle y conocimiento del estilo por Guillermo Scarabino, aunque hubo algunos desbalances notorios con las voces, muchas de las cuales fueron por momentos inaudibles. No fue exitosa, tampoco, la manera en que se amplificaron las voces habladas y algunos pasajes corales. Tal vez por vetustez del equipamiento o por falta de práctica en la materia por parte de los técnicos encargados, fueron chocantes las diferencias de color y de intensidad entre esos sonidos y los restantes. Víctor Torres, con autoridad vocal y actoral, construyó un Duque de alto nivel y Alejandra Malvino, como su torturada esposa, cumplió una actuación vocal encomiable. Fueron también muy buenas las interpretaciones de Florencia Machado, como el pequeño hermano de Beatrix, de Gustavo López Manzitti en el papel de Orsino y de quienes representan los papeles menores. Mónica Ferracani estuvo ajustada en lo vocal e hizo valer su experiencia en escena pero, claramente, no fue la elección más adecuada para encarnar a un personaje casi adolescente –de hecho resulta difícil verla como la hija de quien representa a su madre–. Tampoco fue clara su dicción y, más allá de la afectación del texto (tan de los 60 y 70 argentinos; tan cercana, finalmente, a la de la María de Buenos Aires de Ferrer y Piazolla, estrenada apenas tres años antes) la mayoría de las palabras resultaban vacías de contenido y, en muchos momentos, incomprensibles sin la lectura del sobretitulado. El trabajo de Oria Puppo en la escenografía es sumamente interesante, en su combinación de elementos realistas y oníricos, y la iluminación de David Seldes se adecua a los requerimientos de la puesta.

7-BEATRIX CENCI

Opera de Alberto Ginastera con libreto de Alberto Girri y William Shand, basado en Stendhal y Percy Bysshe Shelley.

Dirección musical: Guillermo Scarabino.

Dirección de escena: Alejandro Tantanian.

Diseño de escenografía y vestuario: Oria Puppo.

Diseño de iluminación: David Seldes.

Diseño de proyecciones: Maxi Vecco.

Elenco: Mónica Ferracani, Víctor Torres, Alejandra Malvino, Florencia Machado, Gustavo López Manzitti, Mario DeSalvo, Alejandro Spies, Sebastián Srarrain, Iván Maier, Víctor Castells, Alejandro Escaño Manzano y Ernesto Donegana.

Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón.

Teatro Colón.

Nuevas funciones: mañana a las 20 y el domingo a las 17 (con elenco encabezado por Daniela Tabernig, Leonardo Estévez y María Luján Mirabelli).

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La escenografía de Oria Puppo es sumamente interesante en su cruza de elementos realistas y oníricos.
 
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