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Lunes, 24 de octubre de 2016

MUSICA › ANDRéS CALAMARO CERRó LA PRIMERA JORNADA DEL PERSONAL FEST 2017

El poder de la canción y la kermese 2.0

La gran sorpresa de la jornada fue la reunión de Los Abuelos de la Nada, durante el show del Salmón, quien demostró que había sabido interpretar bien para qué estaba en GEBA. Antes, la actuación de Richard Ashcroft había sido notable.

 Por Mario Yannoulas

“Tres, dos, uno… ¡Netflix!”. La variedad de estilos y consignas que pueden escucharse al transitar por el Personal Fest no deja de sorprender cada año. No tanto por cantidad, sino por contenido: una alta presencia de la marca organizadora –y asociadas, como la plataforma de video on demand– no sólo se percibe en cartelería, también en la intención de que el público interactúe con ellas y las hagas propias. El evento, que el sábado comenzó con su decimosegunda edición, ratificó así su intención intertextual, en el que los acordes se enmarañan con publicidades y ruidos de simuladores, bajo un formato más cercano al de una kermesse 2.0 que al de un simple recital.

Un paseo por la calle que recorre el predio palermitano de GEBA hasta desembocar en el Meme Park, centro de las atracciones extra musicales, propone una paleta de olores que van desde el de una hamburguesa ardiendo en la plancha hasta el amoníaco de los baños químicos. También incluye puestos de venta de remeras, la mayoría propias del festival, pero también oficiales de Andrés Calamaro, cabeza de cartel de la jornada sabatina. Y a fin de cuentas, el músico interpretó perfectamente aquel espíritu como espejo de una época, donde los minutos de dilación se encogen y es imperioso pegar asiduamente para no perder atención. Sabiendo por diablo y por viejo, Calamaro echó prolijamente las cartas sobre la mesa con un show que penduló entre lo melancólico y lo inflamable hasta construir una burbuja sentimental alrededor de su propia carrera.

Aunque en formato reducido y acústico, Romaphonic Sessions - Grabaciones Encontradas vol. 3 (2016), un trabajo revisionista grabado junto a su actual ladero en las teclas, Germán Wiedemer, anotició que el “Salmón”, de poco tocar en Buenos Aires, estaba de ánimo para repasar su leyenda. Esta vez, envuelto en una “ventisca primaveral” y en formato eléctrico. Si los guantes de box con su nombre que impactaban en la gran pantalla del fondo –las visuales fueron aciertos siempre– daban cuenta del primer golpe con “Alta suciedad” –el Calamaro inflamable se apoya en la guitarra de Baltasar Comotto y la batería de Sergio Verdinelli–, en apenas un movimiento, la continuidad con “El día mundial de la mujer”, ajustado también a la coyuntura nacional, torció el switcher emocional hacia lo melancólico, donde los pilares son Wiedemer y la guitarra de Julián Kanevsky.

Las cerca de 20 mil personas que finalmente se concentraron frente al escenario principal vieron cómo el músico argentino despachó 20 canciones –algunas más si se cuentan los medleys– en casi dos horas, sin apuro pero sin derrochar tiempo. “No ofrecí demasiados discursos ni me derretí en gratitudes ni en demagogia alguna, seguí firme en mi guitarra y cantando como creí que tenía que cantar y lo hice”, publicó ayer el protagonista en su cuenta de Facebook sobre su comportamiento. Con el recorrido de su repertorio más público, en solitario o en banda, como eje conductor –“Crímenes perfectos”, “Tuyo siempre”, “A los ojos”–, el cantante apuntó a elevar el techo emocional desde una reunión tan histórica como sorpresiva, al invitar a pasar a Cachorro López, Gustavo Bazterrica y Daniel Melingo, excompañeros de Los Abuelos de la Nada. “Hace mucho tiempo, Miguel Abuelo nos reunió para cantarles a los prisioneros, a los desposeídos y a la democracia”, dijo. “No te enamores nunca de aquel marinero bengalí” y “Costumbres argentinas” cumplieron el cometido hasta ablandar los ánimos para la segunda mitad.

Las últimas páginas se imprimieron con “Los chicos”, respaldada por fotos de músicos caídos como Federico Moura, David Bowie, Luca Prodan o Aníbal Troilo, en una senda de homenajes que también incluyó covers circunstanciales, como “Walk on the wild side” (Lou Reed), “El día que me quieras” (Gardel y Le Pera), “My sweet lord” (George Harrison) y “Oye cómo va” (Tito Puente). Con “Estadio Azteca” y la dulce “Paloma”, Calamaro demostró que había sabido interpretar bien para qué estaba en GEBA el sábado a la noche, ante una generación que no es nativa digital pero se adapta a las nuevas formas de consumo y distribución.

Con el eje puesto en la multiplicidad y en la reproducción de una marca registrada, la falta de curaduría se notó una vez más en la grilla del Personal Fest. Las visitas internacionales incluyeron a Jamie Cullum, quien demostró que no alcanza con una voz dulce y un piano para darle sobrevida a la camada post-Coldplay: la gestualidad previsible y vacía tuvo su correlato en la poca atención que se le prestó. La contraparte fue Richard Ashcroft, que en su primera visita al país revalidó las credenciales de The Verve, el grupo de britpop con el que se hizo famoso en los 90, y también las personales, con la carrera solista que inició en el nuevo milenio. La voz del británico puede sonar rota y algo opaca, pero llena el lugar porque tiene algo simple pero difícil de lograr: suena sincera, real, directa. Ashcroft exagera cuando se clava el micrófono en el pecho, cuando se arrodilla, cuando arenga a sus músicos y al público, pero su prepotencia autoimpuesta se difumina entre los climas sostenidos por una banda sobria y ciento por ciento funcional. La sutileza del vocalista brilló en canciones como “Music is power” y “Science of silence”, momentos muy altos que contrastaron con “Bitter sweet symphony”: paradójicamente, su tema más conocido fue el menos logrado en esta oportunidad. Con un pedido de “basta de violencia contra las mujeres”, el debut del inglés en suelo porteño fue sin dudas uno de los grandes haberes de esta edición del festival.

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El show de Calamaro penduló entre lo melancólico y lo inflamable, en un repaso a buena parte de su carrera.
Imagen: Dafne Gentinetta
 
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