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Lunes, 27 de noviembre de 2006

MUSICA › FERMIN MUGURUZA, UN SHOW CALIENTE EN UNIONE E BENEVOLENZA

La protesta con sonidos jamaiquinos

El cantante vasco puso toda su experiencia de escena al servicio de un show que se alimentó de varias fuentes, pero tuvo en su disco Euskal Herría Jamaika Clash el principal alimento para encender a un auditorio eufórico.

 Por Cristian Vitale

“Las manos de Fermín giran y él también, gira y da más vueltas.” A Spinetta jamás se le hubiese ocurrido, pero no hay frase más a mano para describir a Fermín Muguruza cada vez que sube a escena. Claro que este vasco rústico, positivo y luchador, no es el Fermín triste, sensible y alienado que imaginó el Flaco cuando joven, pero –escapando a cualquier otro significado– la parábola cierra perfecta. Muguruza, en casi tres horas de show, no para nunca de hacer girar sus manos –eso sí, con los puños cerrados y bien en alto– y tampoco su cuerpo. Zigzaguea todo el tiempo. Es pura adrenalina, entrega y potencia. Militante globalifóbico, defensor de las causas de los pueblos oprimidos, enlazador de la tradición punk británica, el folklore euskadi y la herencia musical jamaiquina, Fermín encaró un viaje relámpago al país para mostrar el documental que él mismo filmó y dirigió durante dos meses en Kingston –donde grabó su último disco–, cruzar el charco para entrevistarse con Eduardo Galeano y brindar un show íntimo, foquista, en Unione e Benevolenza.

Fue el viernes a la noche y el objetivo del vasco fue presentar Euskal Herría Jamaika Clash encorsetado en el formato sound system. Es decir, voz, batería y percusión en vivo y el resto metido en una máquina. Opción sacrílega para ortodoxos, pero indiferente para las mil personas que poblaron el hermoso y añejo teatro de la calle Perón. Los seguidores argentinos que Muguruza cosechó como líder de Negu Gorriak, fogonero punky de Kortatu y, sobre todo, por incansable en su rol de europeo comprometido con el tercer mundo, poco se fijan en tácticas estéticas. Sobra con que el hombre esté parado ahí, girando su puño y tirando frases contundentes del tipo “Maldito sea ese señor Bush”, “Recordar que los policías son los asesinos” o “Si vas a la cárcel, vamos todos”. Son latiguillos que este Fermín lanza como bocanada de lanzallamas desde escena y que sus seguidores –incluidos los integrantes de grupos locales como Resistencia Suburbana, Las Manos de Filippi y El Otro yo– captan como material de retroalimentación.

Euskal Herría Jamaika Clash es, en rigor, una extensión musical de la prédica altisonante de Muguruza. Grabado por un seleccionado de música jamaiquina –U-Roy, David Madden de los Skatalites, Daniel Waul de Black Uhuru, Wayne Clarke de Steel Pulse y Luciano, entre otros–, las canciones entrelazan ska, reggae roots, dancehall pesadito, dub, calipso y funky. Y dejan un hueco óptimo para tocarlas al arbitrio. No hizo falta ni uno de esos músicos para que Muguruza –además de algunos clásicos y un sentido homenaje al fallecido Joe Strummer, de The Clash– cantara todo el disco, excitara a la platea de parados y sorteara dificultades –como la rotura de una máquina– sin que a nadie se le moviera un dreadlock. “Yalah, yalah, Ramallah!” es de esos temas mántrico-festivos que pegan de inmediato, al igual que ese ska mitad discotequero, mitad antiimperialista llamado “Plastic turkey” o “Azoka Eguna”, primer track del disco. El inoxidable “La línea del frente”, sin embargo, fue el tema más festejado por los ska-punkies criollos: “Te quiero y quedamos/ en la barricada a las tres/ con la fuerza de la victoria al amanecer”, rebeldía explícita cuya diferencia con “Basque xamuraia” o “La fille du quartier populaire” es, más que el hiato temporal, el idioma.

Otra estela de esta noche fugaz: Fermín cumple certeramente con un precepto inviolable del punk de los principios. Su operativo clash –choque y encuentro– empieza y termina por desterrar cualquier valla que lo separe del público. Hay que verlo al hombre de 43 años, rodeado de rastas desencajados bailando al lado suyo mientras canta, como Jefferson Airplane en Altamont pero sin Hell’s Angels. Ayuda que no haya patovicas que detengan la andanada, y mucho menos policías. Apenas pulula un enano molesto que, como no se puede fumar adentro, intenta hacer apagar todo lo que ve prendido con suerte totalmente escasa. Groove non stop, cerveza a raudales y mucha vibra positiva resumen una noche en la que no importa si el mensaje es en inglés, francés, castellano o euskera, porque todos entienden de universalismo. Sus canciones amparan a la mujer dos veces perseguida de medio oriente (“Por el fundamentalismo y por vivir en el eje del mal”), los piqueteros argentinos, las fábricas recuperadas, la lucha palestina y los luchadores Kurdistán. Y detonan un final también raro para ortodoxos: músicos y público bailando como si fuera una rave pero humeante, un poco borracha y con remeras del Che y el Comandante Marcos.

Para el Fermín de Spinetta la felicidad era un deseo lejano, moría en el hospicio con la esperanza de que un ave lo salve y lo lleve al mar. Para este Fermín, concreto y testarudo, el hospicio es el capitalismo y la felicidad está lejos de las aves, muy cerca del hombre que lucha y pelea por el cambio en el mundo.

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Muguruza en escena, una máquina globalifóbica que copó la añeja sala de la calle Perón.
 
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