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Lunes, 3 de octubre de 2005

MUSICA › “LA ZAPATERA PRODIGIOSA”, EN EL TEATRO COLON

Un clásico que luce envejecido

Aunque está magníficamente orquestada, la nueva versión escénica de la ópera de Juan José Castro, creada a partir del texto de García Lorca, no funciona dramáticamente.

 Por Diego Fischerman

El núcleo del repertorio musical de tradición europea y escrita es el siglo XIX. En la música que el mercado identifica como clásica –y esa palabra no es inocente, desde ya– a las obras de hace cien años se las sigue llamando “contemporáneas”. No sucede lo mismo con el teatro. Salvo ciertos autores del pasado –Shakespeare, Lope de Vega de vez en cuando, algún Pirandello– que, además, son suficientemente actualizados en las puestas, lo que se ve en los escenarios es lo que se escribe en esta época. No obstante, hay un lugar donde el teatro del pasado sobrevive: la ópera. Es una supervivencia conflictiva. Y si en la mayoría de los casos es necesario hacer de cuenta que el libreto no existe para poder disfrutar con la música, en el caso de las comedias la situación es particularmente ardua. Pocas cosas envejecen tanto como el humor, en parte porque su efecto radica en la sorpresa y mal podría haberla cuando ya todo es conocido de antemano. Pero, sobre todo, el humor –o por lo menos cierto tipo de humor– se basa en la observación de la vida cotidiana. En ese sentido, pocas cosas podrían estar más alejadas de la sensibilidad actual, más allá de los méritos poéticos de García Lorca y de algunas ricas imágenes utilizadas, que la historia de la zapatera prodigiosa, que completó en 1935.
La base de esta especie de cuento moral es sencilla: la mujer puede no estar demasiado enamorada de su marido e incluso aborrecerlo pero, con él ausente, comprenderá que cualquier elección distinta de la sumisión marital será necesariamente peor. Ella es joven –y díscola, inevitablemente–. El es un viejo de 51 años. El se irá, ella será acechada por pretendientes –como Penélope pero sin Telémaco–, él volverá disfrazado de titiritero y contará una historia muy parecida a la suya, con la que enternecerá a la dama, los pretendientes, entre ellos el alcalde, pelearán por ella, el pueblo le echará la culpa de la discordia –como Merimée a Carmen– y el zapatero la defenderá. Ambos se reconciliarán y pondrán en escena las untuosas mieles que, curiosamente, nunca antes habían estado. En el prólogo de la obra, García Lorca dice: “En todos los sitios late y anima la criatura poética que el autor ha vestido de zapatera con aire de refrán o simple romancillo”. En la década de 1930 y en España, en todo caso, esa reivindicación del refrán o el simple romancillo –y de los gitanos y del gesto popular en la poesía– tenía un sentido y es posible que alguna puesta teatral especialmente lúcida sea, todavía, capaz de rescatarlo. Pero nada de ese sentido permanece en la ópera que Juan José Castro compuso en 1943 sobre ese texto ni en la nueva versión escénica que el Colón acaba de estrenar.
Alberto Félix Alberto trabaja meticulosamente las escenas secundarias, intenta algún gag y maneja a los protagonistas con buen criterio escénico. Pero es poco lo que puede hacerse con una obra tan farragosa y anticuada. No se trata de que la música no sea buena; al contrario, es muy buena, está magníficamente orquestada y circula con fluidez por ese terreno hábilmente diseñado por Castro a partir del Pájaro de fuego de Stravinski y del Manuel de Falla más ascético e interesante. Pero no funciona dramáticamente. No hay en esta música nada de la frescura o la ironía que podrían haber salvado a la trama y no es casual que lo mejor sean los pasajes instrumentales o aquellos que, como en el fantástico comienzo del segundo acto, aparecen más abstractos y escindidos de una necesidad narrativa. Podría preguntarse, además, por qué un compositor ligado a las corrientes nacionalistas compuso una ópera tan española pero, en un país donde una estrella como Lolita Torres construyó su popularidad haciendo, precisamente, de falsa española, la pregunta resulta retórica. Con un elenco correcto, en el que se destacó el profesionalismo de Gaeta, el rendimiento de la orquesta fue de menor a mayor, dirigida por Reinaldo Censabella. Carmen González, la protagonista, fue inaudible en muchos momentos y Fabiola Masino interpretó con justeza el personaje del niño. La escenografía, en un estilo de comedia televisiva de colores chillones, no aportó ni magia ni realismo y la coreografía de Carlos Trunsky, a pesar de algunos desajustes en la interpretación, mostró un muy buen manejo de los planos y propuso algo de la supuesta sensualidad española que en el resto de la puesta brilló por su ausencia. La iluminación y el vestuario acompañaron con decoro la medianía general.

5-LA ZAPATERA PRODIGIOSA
Opera de Juan José Castro a partir del texto de Federico García Lorca.
Dirección musical: Reinaldo Censabella.
Régie: Alberto Félix Alberto.
Escenografía: Marcelo Salvioli.
Vestuario: Cynthia Sassoon.
Iluminación: Eduardo Caride.
Dirección del coro: Salvatore Caputo.
Coreografía: Carlos Trunsky.
Elenco: Carmen González, Luis Gaeta, Carlos Esquivel, Gabriel Centeno, Carlos Duarte, Leonardo Estévez, Fabiola Masino, Patricia González, Mónica Capra, Mónica Ferracani, Haydée Dabusti, Mariela Schemper, Virginia Savastano, Ana Laura Menéndez, Daniel Tabernig y Susana Moreno.
Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón.
Teatro Colón. Viernes 30 de septiembre.
Próximas funciones: Mañana y el miércoles 5, a las 20.30.

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Mañana y el miércoles habrá nuevas funciones de La zapatera prodigiosa.
 
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