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Miércoles, 20 de febrero de 2008

MUSICA › SOBRE LA PROGRAMACION ANUNCIADA PARA EL TEATRO HASTA 2010

Curiosidades del Colón en el exilio

Los anuncios de Horacio Sanguinetti, director artístico del teatro, dejaron mucha tela para cortar: extrañas repeticiones, omisiones y contradicciones que abren más de un interrogante.

Un programa de concierto, aseguró alguna vez el violinista Gidon Kremer, es como una obra teatral. Nada más alejado de lo deseable que la mera adición de unas obras a otras. Debería haber, para que el interés del oyente se sostenga a lo largo de la hora y media o dos horas de duración, algo parecido a una apertura del drama, un desarrollo y una conclusión. La programación general de un teatro de las características del Colón y, dentro de ella, las particulares de cada orquesta, del ballet y de la ópera, deberían tender hacia el mismo objetivo.

Los conciertos de la Filarmónica de Berlín, cuando Claudio Abbado fue su director y, por ejemplo, la referencia al mito de Prometeo le permitía ir de Beethoven a Liszt, Scriabin y Luigi Nono, o las temporadas líricas de la Opera de París, donde las nuevas miradas sobre obras clásicas se alternan con el repertorio y con los estrenos, o, sin ir más lejos, la manera en que Sergio Renán combinaba, durante su gestión al frente del Colón, títulos como el Simon Boccanegra de Verdi –con Karita Mattila, José Van Dam y Ferruccio Furlanetto como protagonistas– con la Metropolis de Martín Matalón, sobre el film de Fritz Lang, o el ciclo de la Filarmónica de Buenos Aires del año pasado, son ejemplos posibles.

Con el tono de los grandes anuncios, el director general y artístico del Teatro Colón, Horacio Sanguinetti, dio a conocer la semana pasada las programaciones de este año y, parcialmente, de los próximos tres. Más allá del malhadado centenario del teatro, que el próximo 25 de mayo encontrará la sala cerrada, las ocasiones para el brillo no faltaban, empezando por el bicentenario de la Revolución de Mayo, que se festejará en 2010. En tren de fantasear, existía, entre infinitas posibilidades, la de coproducir con España y con otros teatros latinoamericanos una gran reposición de La Atlántida, la obra que obsesionó a Manuel de Falla mientras vivió en Córdoba. O, tal vez, el posible encargo a algún compositor argentino de una nueva ópera que bien podría haberse basado en las novelas Zama, de Di Benedetto, o La ocasión, de Juan José Saer. Todo estaba por imaginarse. Por convicción u omisión, las nuevas autoridades del Colón no lo han hecho.

Los anuncios presentan perlas, como la repetición de Aida y La Bohème en dos años consecutivos, la acumulación de tres títulos de Puccini y dos de Verdi en 2009 y, en el año siguiente, dos del primero y tres del segundo. Frente a tal profusión de italianismo decimonónico, que se verá escudada por títulos de Cilea, Leoncavallo y Mascagni, incluyendo las flojísimas L’amico Fritz (en 2009) e Isabeau, que se repondrá con pompa en 2011 simplemente porque se cumplirán 100 años de que su autor estuvo en Buenos Aires para estrenarla, se cuentan algunas omisiones notables, entre ellas la de Mozart. La única inclusión de este autor, en los próximos tres años, será un ciclo de la Opera de cámara dedicado, según la información brindada por el teatro, a “varias de sus obras de juventud”. Será porque el pobre Mozart nunca llegó a viejo, pero entre ellas tiene cabida la última que compuso, La flauta mágica, “en versión para toda la familia” (¿las otras serán prohibidas para menores?).

A esto se suman desprolijidades inexplicables, como una función de ballet (Giselle) y un concierto de la Filarmónica, con Rafael Gintoli como solista y Günter Neuhold en el podio, previstos exactamente para el mismo día, 18 de septiembre de este año, a la misma hora y en el mismo teatro, el Opera. Los anticipos, en rigor, estuvieron lejos de condecirse con la exultancia con que fueron transmitidos. En todo caso, el centenario, aunque fuera en el foyer de la sala o en la misma vereda, daba para bastante más que un concierto de la soprano Ana María González acompañada al piano por su marido, el correcto director Enrique Ricci. El matrero de Felipe Boero, o su Siripo (una ópera excelente que no se repone desde hace décadas), en el Luna Park y con una gran producción (por qué no de Roberto Oswald, o de Ricardo Bartis, por solo seguir imaginando) no hubiera estado de más.

Pero la confusión mayor tiene que ver con la sala donde la temporada del año próximo se llevará a cabo. Los argumentos explicitados para la suspensión de las temporadas de 2008 tuvieron con ver con la inconveniencia de hacer ópera fuera del Colón. Según el director del teatro, si no era en la propia sala no valía la pena. Sin embargo, tales reparos caducan automáticamente con el calendario. Si bien no se aclaró cuál será la sala para 2009 –una omisión nada menor–, lo cierto es que la única que tiene un foso como para albergar una orquesta completa es el denostado Coliseo (las funciones que diversas compañías privadas realizan en el Avenida las hacen con partituras adaptadas). De todas maneras, la fidelidad a las obras no está entre las prioridades si se tiene en cuenta que, por ejemplo, en El mundo de la luna, de Haydn, programada por la Opera de cámara, como no se quería comprar la partitura original –y a pesar de que se la anuncia como compuesta por Haydn– se encargó otra orquestación a un músico local.

En realidad, si hay algo que da unidad a la programación del Colón son sus contradicciones. Se pregona la vuelta a una calidad que, sin embargo, los especialistas reconocían a la gestión anterior y, al mismo tiempo, se programan elencos donde los papeles solistas serán desempeñados por los cantantes del coro. Se habla con altisonancia del debido lugar que debe darse a artistas como Oswald, como si hiciera falta alguna clase de reparación, cuando han estado presentes en casi todas las temporadas de los últimos diez años. Se condena la autoprogramación de directores precedentes –aun cuando tanto Renán como Marcelo Lombardero tenían una vasta trayectoria anterior– y, en este caso, el director del ballet, Guido de Benedetti, se ha incluido como el coreógrafo de tres títulos en 2008 y de tres en 2009, el director de la Filarmónica conducirá diez conciertos este año y el director de la Opera de Cámara será el responsable de una de las puestas de 2008.

Por otra parte, el Colón ha anunciado títulos de óperas para tres años (en 2008, como se sabe, no las habrá) y la única obra en el género de un autor argentino y vivo es una reposición. Más allá de los méritos de La ciudad ausente, de Gerardo Gandini –la obra más importante de las últimas décadas, escrita en ese formato por un argentino–, un teatro estatal está obligado a no desentenderse de la función de estímulo a la composición y a la creación de nuevos repertorios y nuevos públicos. Eventualmente, no es sólo con la declarada intención de invitar a los niños a que disfruten de obras del pasado como se fomenta la frecuentación de bienes culturales. Entre lo interesante se cuenta el concierto en que Diemecke conducirá Popol Vuh de Ginastera, el encargo a Renán de la puesta de Carmen, de Bizet, para 2011, el Pélleas et Mélisande de Debussy, con puesta de Alfredo Arias, en 2009, los buenos primeros elencos reunidos para La Bohème y Madama Butterfly de ese año, el Billy Budd de Benjamin Bri-tten, con puesta en escena de Oswald y dirección musical de Steuart Bedford (¿querrá volver después de los maltratos que sufrió de parte de Tito Capobianco, mientras dirigía Muerte en Venecia, del mismo autor?), el I Pagliacci que José Cura y Virginia Tola cantarán en 2001 y, ese mismo año, la programación de Lulu de Alban Berg, con puesta de Arias, y de Los pescadores de perlas de Bizet, con régie de Oswald, aunque en ninguno de estos casos se ha anunciado el elenco.

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Se repetirán Aida y La Bohème en dos años consecutivos.
 
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