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Viernes, 29 de mayo de 2009

LITERATURA › VICENTE BATTISTA HABLA DE CUADERNO DEL AUSENTE, SU NUEVA NOVELA

“No tiene por qué quedar todo claro”

Su libro fue escrito por encargo, con la premisa de retomar la figura del comisario Evaristo Meneses. A partir de allí, Battista construyó una atrapante historia, un “policial desviado” en el que se multiplican las incógnitas... y el suspenso.

La imagen de Sherlock Holmes quedó asociada al arte de fumar en pipa del mismo modo que se le atribuye la frase “elemental, querido Watson”, aunque –se sabe– no figure en ninguna de las obras de Arthur Conan Doyle. El estudio de Vicente Battista se parece a la oficina de un detective privado. El escritor oficia de anfitrión de su “harén”. Su colección de pipas invita a perderse por una laberíntica multiplicidad de formas y de colores. Están las más clásicas, las Peterson (irlandesas de alta calidad), las Parker (inglesas), hasta las más “exóticas”, como las chalequeras, aptas para llevar en el chaleco de la dama o del caballero, y la Espuma de mar, una pieza única tallada a mano, tan delicada y frágil que es ideal para encender el orgullo del coleccionista más que para su uso. El escritor no se jacta ante Página/12 de ese arte de fumar tan elegante como parsimonioso, pero muestra a sus “chicas” con una sonrisa que se expande por su cara, como si al presentarlas evocara el manantial de placeres secretos que cada una le ha proporcionado. Una marioneta de Franz Kafka “preside” la presentación del harén con una mueca que oscila entre la angustia y la risa contenida. Cuaderno del ausente (El Ateneo), la nueva novela policial de Battista, es la historia de un encargo que termina en una obsesión lindante con la locura. Raúl Benavides, un solitario periodista free-lance recién abandonado por su pareja, debe escribir una nota sobre Evaristo Meneses, célebre comisario de la década del 60 que supo ser un duro, “pero con códigos”. Cumple con el pedido, envía la nota y trata de olvidarse del asunto. Pero cuando conoce a Erika, una vieja prostituta que asegura haber sido amante de Meneses, comenzará a enredarse en la sutil telaraña que teje esa Sherezade dispuesta a seducirlo hasta las últimas consecuencias.

“No es que me senté y dije ‘voy a escribir’”, aclara Battista. “Fue una novela por encargo. Hace muchos años escribí una nota en la que planteaba que toda literatura era por encargo; que cuando alguien se acerca y te cuenta el sueño que tuvo y te pide que lo escribas, ya te están encargando algo. Yo no estoy en contra del encargo; en aquel momento recordaba que a Miguel Angel le encargaron que hiciera la Capilla Sixtina. Y la hizo de mala gana, pero le salió bien.” El autor de Siroco, Sucesos Argentinos y Gutiérrez a secas, entre otros títulos, recibió el encargo de escribir una novela histórica sobre Meneses, pero él, que abomina de la novela histórica, se fue por las ramas de un policial que transcurre en tiempo presente. Es un policial un tanto desviado o “anómalo”, si se tiene en cuenta que al final de la novela hay un crimen perfecto que no tiene resolución. Y que deja abierto otro enigma: alguien le envía a Benavides un supuesto cuaderno que era de Meneses. “Ese enigma no tiene resolución porque no tengo la menor idea quién hizo ese envío”, plantea el escritor. “Una vez a Beckett le preguntaron cómo era Godot. Beckett contestó que si supiera cómo era Godot lo hubiera hecho entrar. Hay un montón de cosas que no tienen por qué quedar claras.”

Una de las ventajas del género policial es esa elasticidad que le ha permitido sobrevivir a todos los pronósticos sombríos. El policial tal como lo fundara Poe con los cuentos “Los crímenes de la calle Morgue” o “La carta robada”, recuerda Battista, establecía un código y unas reglas a cumplirse, que tenían en cuenta el enigma y la inteligencia por sobre la fuerza bruta. “Si se hubiese quedado en esas reglas, ahora no estaríamos hablando del género policial, o estaríamos hablando del género policial como hablamos del género epistolar. Hammett saca el policial del jarrón del living y lo pone en el barro, como cuenta Chandler, y el enigma deja de tener importancia y empieza a aparecer la violencia, la traición, la cosa mafiosa.” El escritor repasa las últimas novedades del género. Henning Mankell, por ejemplo, plantea un policial que sorprende, en principio, por su cantidad de páginas. La novela policial clásica, ya sea de enigma o la negra, se resuelve en 200 o 250 páginas, cuando Mankell anda por las 600 o 700. Stieg Larsson, el último fenómeno sueco con su trilogía Millennium, escribió novelas de más de 700 páginas. “Tanto en el caso de Mankell como en el de Larsson volvemos a la narración dickensiana, al placer de leer. Creo que se está juntando el policial duro con la narración clásica”, opina. “Volveríamos otra vez a lo que nunca deberíamos haber dejado, que es narrar. Se trata de narrar una historia; según como la narres, esta historia tendrá valor o no.”

Un actor de “reparto” en esta novela, un viejo cronista de policiales, el Tete Arcidia, en un momento clave, en que Benavides un tanto impaciente lo acorrala y le pide que le cuente todo lo que recuerde, lanza una de esas frases que parece tener más de un blanco. “¿Qué apuro tenés? A la hora de narrar no se debe prescindir del suspenso, es un elemento clave. Creo que la falta de suspenso es el mayor defecto de nuestra actual narrativa”, se despacha Arcidia. ¿A la literatura argentina le falta suspenso?, pregunta Página/12. “No a toda, pero es cierto que falta algo de suspenso, aunque el personaje es un poco exagerado”, bromea Battista. “Hay una corriente bastante impuesta, que sospecho viene de Puán, de Letras, seguramente inaugurada por Beatriz Sarlo, una respetable profesora y una mujer inteligente, que no es narradora ni lo va a ser nunca. Es una mujer que piensa el texto de los otros. Actitud y profesión noble, ojo, pero no es narradora. Pareciera ser que todo este grupo está en contra de la narración y aparecen jóvenes y no tan jóvenes que cuestionan a Cortázar, pero no se meten con Borges porque es un personaje muy sagrado y nadie se atreve. Pero ignoran a Marechal y todo lo que sea narrativa. Y dicen que ya no se puede contar. Si no se puede contar más, diría Wittgenstein, callate, pero no pongas en un texto cosas que no tienen ningún sentido y que aburren al lector”, dispara el escritor que supo integrar la redacción de la revista El escarabajo de oro (1963–1970).

“Siempre aparecen grupos así, no es una novedad de nuestro presente. En algún momento se dijo que la novela había muerto y que venía otra forma; la novela había muerto con Flaubert, con Bouvard e Pécuchet, esa era la última novela y todo lo que seguía ya no lo era. Y todo lo que seguía era nada menos que Thomas Mann, Joyce y Kafka”, advierte Battista. “Este país, que es un país de cuentistas y de cuenteros, que tiene a sus mayores escritores que escribieron cuentos, como Borges, empezó a negar el cuento y a preferir la novela. Acá te encontrás con gente que hasta repudia el término cuento. A mí me da risa, pero mucha gente te dice ‘es un libro de relatos’. ¿Qué tiene decir cuento?, ¿es una mala palabra?”, se pregunta el escritor. “Me acuerdo de que el viejo Marechal tenía una frase genial: ‘Me siento en la puerta de casa a ver pasar el cadáver de la última estética’. A mí las modas me revientan. La gente que hace algo serio en literatura no está pensando qué es lo que le interesa ahora a los lectores.”

Benavides, el periodista free-lance, especie de Quijote porteño empeñado en vivir las aventuras de Meneses, prácticamente no tiene amigos, excepto Eugenio, el responsable de haberlo llevado al prostíbulo decadente de Erika. “No es un solitario que elige su soledad, sino que está solo porque Laura lo pateó, ni siquiera es un antihéroe”, subraya Battista. “Marlowe elige ser solitario, en la última novela se termina casando y así le va. Siempre el detective privado, por lo general en la línea norteamericana, está solo. Y no hablemos de Sherlock Holmes, que es un solitario misógino.” Benavides, solitario made in Buenos Aires, se enrolla con las mentiras de Erika. “Al principio, lo que ella le cuenta le parece ridículo, pero poco a poco lo va seduciendo con una oculta perversidad, pese a ser una mujer de casi 80 años. Hay muchos policiales con tipos que enloquecen como Adiós muñeca.. El famoso comisario Meneses era “un duro de verdad”, según lo define el escritor. “Este tipo de policía hoy no existe, como no existen los ladrones que perseguía Meneses. Esos ladrones tenían códigos; ninguno de ellos consumiría paco, quizá marihuana, heroína o coca. Esos ladrones valoraban mucho su propia vida y trataban de cometer los delitos sin matar. Hace unos años, si yo tenía enfrente de mi casa a un ladrón, estaba seguro de que no me iban a robar. La gente que hoy vive en una villa es asaltada por los propios ladrones villeros”, compara el escritor.

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“Creo que se está juntando el policial duro con la narración clásica”, opina Battista.
Imagen: Vera Rosemberg
 
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