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Jueves, 8 de noviembre de 2012

LITERATURA › JUAN IGNACIO BOIDO PRESENTó EL úLTIMO JOVEN, SU PRIMER LIBRO DE RELATOS

Otra perspectiva para narrar los ’90

“Cada uno de los textos ensaya un tanteo a la pregunta de cómo narrar una época a través de los sueños. El personaje sueña mucho, es como un productor de sueños, un freudiano ideal”, planteó Claudio Zeiger, uno de los presentadores.

 Por Silvina Friera

Alguna vez alguien soñó con una literatura que pudiera escribirse a sí misma. Un narrador –dentro de este tiempo y a la vez como “fuera del tiempo”– escucha cómo el soñador en cuestión, en una tarde de invierno en Gerona, descubrió un comentario medieval que hablaba de algo así, igual a lo que había soñado. ¿Cómo no reconocer en ese “diario de sueños”, en esa conversación y relato final de El último joven, la irrupción del fantasma de Roberto Bolaño? ¿Y cómo no rendirse ante la evidencia de una exploración sobre la belleza perdida del mundo, de todas las obras que se perdieron a lo largo de los siglos, “que se hicieron polvo en Alejandría, que se esconden como secretos en la arena de Egipto”? El narrador no sólo asiente, sino que esgrime una hipótesis: “la literatura de hoy debería aspirar a escribir algo así, que fuera simple pero no sencillo, algo como los presocráticos”. Un bodegón de comida alemana, Hermann, que muestra sin jactarse ese encanto que el tiempo no puede tocar, es el lugar ideal para presentar el primer libro de relatos de Juan Ignacio Boido. “Ahora sí estoy muy nervioso, pero porque estoy hablando”, confesó Boido no bien agarró el micrófono, acompañado por Claudio Zeiger y Guillermo Saccomanno.

En las mesas y en los boxes de ese restaurante con vista al Jardín Botánico estaban María Moreno, Juan Sasturain, Alan Pauls, José Pablo Feinmann, Marcelo Figueras, Gustavo Nielsen, Mariana Enriquez y Maitena, entre otros escritores.

Cuando Boido era chico –comentó–, le gustaban las presentaciones de libros. Le parecían un lugar especial donde se podía asomar al “otro lado del libro sin ser completamente intrusivo”. El editor del suplemento Radar de Página/12 reconoció que quería que El último joven, publicado por Seix Barral, tuviera la posibilidad de presentarse. “Cuando empecé a trabajar en el diario, tuve la suerte de conocer gente con la que después tuve ese tipo de charlas sobre literatura, muy similares a las que se tenían en las presentaciones. Muchas de esas charlas fueron con Guillermo y con Claudio; por eso me resultó natural que ellos presentaran el libro.” Zeiger introdujo una apostilla humorística necesaria antes de comenzar. “Lograste dos milagros: uno es convertir a Hermann en un café literario. El otro es hacer una presentación en verano.” El primer libro de Boido está atravesado por muchas preguntas vinculadas con “poner un libro sobre la mesa”. Cómo se cuenta una época es el interrogante que para Zeiger articula y le daría sentido al conjunto. “Si bien hay pocas fechas y datos históricos-políticos, me da la impresión de que el libro trata sobre esa época llamada los ’90, una época muy reciente y al mismo tiempo cortada social y culturalmente por cosas que pasaron antes y después”, subrayó el escritor y editor de Radar Libros. “Cada uno de los textos ensaya un tanteo a la pregunta de cómo narrar una época a través de los sueños. El personaje sueña mucho, es como un productor de sueños, un freudiano ideal. Pero también hay un clima de ensueño, quizá un borde fantástico por momentos, que hace que ésa sea una de las posibilidades de contestar si una época se puede contar a partir de los sueños que genera.”

Por un puñado de marcas diseminadas en los relatos –“Todos tienen algo con su nombre”, “Y lo demás escrito en las estrellas”, “Teddy Hernández entra en la literatura”, “Lo que dejamos atrás” y “Poco después de abandonarlo todo”– y por preferencias literarias de Boido, Zeiger propuso leer El último joven en la línea de la literatura norteamericana que va de Fitzgerald a Salinger, aunque tenga un anclaje “muy fuerte” en la literatura argentina. “Una lectura no invalida la otra”, aclaró. “Me hacía acordar a Fogwill, pero no lo más evidente de contar los ’90 que podría ser Vivir afuera, sino a Ejércitos imaginarios. En la época de transición entre la dictadura y el comienzo de la democracia, Fogwill se hacía la pregunta de cómo contar la época. Ejércitos imaginarios tiene bastante de esa respuesta en relación con los sueños, con la construcción de personajes y con una serie de elementos que veo que Juan retomó en su libro.”

Zeiger destacó que Boido narra los ’90 a través de la perspectiva de la juventud. “Aprovechar el momento de la potencia de la juventud, literariamente, es una forma de poder atravesar una época y contarla. Quizá hay una lucidez y una desesperación en la juventud que es única e irrepetible.” Como un eslabón más de una cadena de interrogantes nodales, reparó en qué clase de personaje condensaría esa época. “Ahí entra Teddy Hernández, el personaje que está en construcción. Yo pensaba que Teddy era el joven que iba a ingresar a la literatura, que iba a ser la historia de una iniciación. Después me di cuenta de que era casi al revés: es el personaje que –por obra y gracia de un juego bastante retorcido de ofrendas, regalos y préstamos– termina ingresando a la literatura no como escritor, sino como personaje.” En las resonancias de su recorrido como lector, Zeiger agregó que otro tópico de los ’90 es la visibilidad. “El libro pone el acento en el tema de la clase alta y la relación con el dinero. Y los ’90 es la época en que se visibilizó esa relación”.

La otra pregunta que Zeiger rastreó en El último joven es por qué escribir –por qué hacer literatura–, que considera la más “riesgosa” e “incómoda”. “La respuesta provisoria, lanzada al futuro, está en el último relato del libro. No la respuesta tajante, sino el disparador”, sugirió con la misma felicidad que siente el narrador de ese relato y quienes han leído los cuentos. “Algunos se preguntan si Juan no tardó mucho o bastante en publicar –advirtió Zeiger a modo de epílogo–. Puedo dar fe de que lo recuerdo siempre trabajando en la redacción, y eso le agrega un factor meritorio. Yo sé lo que significa escribir después de escribir; es como el amor después del amor. Me consta que Juan tuvo que hacer muchos esfuerzos para llevar adelante el libro. Y creo que es bueno tenerlo en cuenta cuando hay escritores que tienen la posibilidad de escribir en otras condiciones.”

A Saccomanno le encanta tirar al blanco, ir al hueso. Una vez más, cumplió. El énfasis lo puso en el factor sorpresa. “Raramente aparece una ópera prima tan bien plantada, tan segura de sí misma, y a su vez con una textura, con marcas que están entre líneas, y con sueños. Alguien dijo alguna vez: ‘Escribí un sueño y perderás a un lector’. Este libro plantea todo lo contrario”, ponderó el autor de Cámara Gesell. “Lo difícil de contar un sueño es lo difícil de escribir. Este libro enfrenta la dificultad de escribir, pero al mismo tiempo transmite una paradójica alegría por la escritura. El cuento de Teddy Hernández plantea una lectura de la literatura argentina, un lugar donde pararse. Podría leerse como una especie de reescritura de Fitzgerald nacional, como una mirada sobre la riqueza, que en este caso es la plata dulce de los ’90. Uno no sabe cuál es el pasado de Teddy, pero intuye que hay algo de roña, de mugre, de parvenu en ese mundo.” También ese relato, desde la óptica de Saccomanno, podría ser leído como un cuento de enigma. “¿Qué es esa representación del dolor que encarna una mujer en el medio de la noche, llorando? ¿Por quién llora esa mujer? Una hipótesis que se me ocurre es ‘no llores por mí, Argentina’. Lo que se está llorando esa noche, lo que todos están presenciando, es el llanto que podría ser de una Madre de Plaza de Mayo. Sé que esta hipótesis es arriesgada, pero creo que la legitima la teoría literaria, si consideramos que la teoría literaria es teoría política, como dice Terry Eagleton.”

Saccomanno recordó que en “Teddy Hernández entra en la literatura” hay una biblioteca en la casa de Ascochinga, que preserva una edición de las cartas de Roca y un Martín Fierro anotado por Sarmiento, entre otras rarezas. “Hay una referencia que me parece trágica, que tiene que ver con Dante, y es Mitre traduciendo la Divina Comedia en la masacre de la Guerra del Paraguay. Esto es una lectura de la literatura argentina: de qué lado está la civilización, de qué lado está la barbarie, qué se hace con los sueños, qué se hace con el amor y qué está traduciendo Mitre en una tienda de campaña mientras se masacra. Estas son las preguntas que me formula el libro de Juan”, afirmó el escritor. “El efecto más interesante es la sensación de solidaridad que establece con el lector, la sensación de que todo lo que le pasó a ese pibe que sueña con escribir es lo que le pasó a uno cuando intentaba escribir por primera vez o pensaba en publicar; esa sensación de sentirse extranjero que tiene todo el tiempo el protagonista, un pibe que busca en la literatura algo que no encuentra, pero que también lo salva. Y es esa búsqueda dentro de la literatura.”

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Boido, editor de Radar, acompañado por Claudio Zeiger y Guillermo Saccomanno.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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