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Lunes, 8 de septiembre de 2014

LITERATURA › FERNANDA GARCIA LAO HABLA DE FUERA DE LA JAULA, SU ULTIMA NOVELA

“Los personajes existen, hay que excavar para encontrarlos”

La narradora de su historia está muerta. Esa es sólo una de las “anomalías” de la cautivante historia concebida por García Lao, que siempre atraviesa lo absurdo: “Vivir es milagroso. Creo que por eso me doy el permiso de fantasear con la muerte”.

 Por Silvina Friera

Nadie como ella para narrar lo absurdo. No hubo, no hay ni habrá otra igual. Fernanda García Lao es la escritora más rara de la literatura argentina. Su última novela, Fuera de la jaula (Emecé), confirma y redobla la excepcionalidad magnífica de esa rareza. Un elepé se clava en la yugular de Aurora Berro –actriz retirada casada con Domingo, un coronel retirado– como un bumerán demente. No entiende quién se lo lanza al tiempo que ella canta la “Canción de la Bandera”. “Tal vez, la poética sangrienta de la frase se había encarnado en mi cuello. Ensangrentada, dije algo que nadie entendió, mientras un coágulo manchaba mi vestido. Me brillaron las pupilas encandiladas de muerte y después me agité –reconstruye Aurora el preámbulo de su extinción–. Los ojos se detuvieron en pleno vuelo y quedaron aleteando sin ver, llenos de imágenes de la familia que, ausente, se derretía como manteca al fuego. Ellos seguían cantando despacio, imperturbables. Fue tan inesperada y hermosa mi muerte que, por un instante, nadie reparó en ella. Ni siquiera yo.”

Fuera de jaula empieza en 1956, continúa en 1975 y concluye en 1989. Muerta Aurora no acabó la rabia. Ella deviene narradora; con cierta ferocidad esboza lúcidos “textos en el aire”: “A pesar de la conciencia, cuando uno muere no puede escribir. Las palabras pierden sentido y se convierten en dibujos huecos. Sólo se puede hablar por ahí, por los rincones de la casa cuando está oscura. Una bellísima soledad me toma de la mano y aprieta. La palabra es eterna”. Aunque nació en Mendoza en 1966, García Lao pronuncia la zeta como una española. Su pronunciación quedó tatuada por los años del exilio familiar en España, entre 1976 y 1993. “Hay que liberarse de las jaulas mentales y físicas”, postula la escritora de carcajada contagiosa en la entrevista con Página/12. “La conciencia también puede ser una jaula. La novela arranca con alguien que no puede liberarse de este mundo y termina con alguien que se quiere liberar pero su cuerpo ya está ocupado por otra cosa. Existir es eso: sale uno, entra otro. Es tremendo, ¿no?”, agrega la autora de las novelas Muerta de hambre, La perfecta otra cosa y Vagabundas.

–¿Por qué la novela tiene como epígrafe los versos de la poeta Mina Loy: “Años como polillas corroen los órganos internos”?

–Esa poeta me entusiasma, es una rara difícil de rastrear y tuvo una vida increíble, casi parece una vagabunda de mi novela anterior. Esta cosa de que los años son polillas tenía mucho que ver con esta familia instalada en el tiempo. Suelo dejar a mis personajes colgados, sin tiempo ni espacio, pero en Fuera de la jaula aparecieron claramente situados. Los personajes tienen algo de insectos; son parásitos unos de otros. Trabajé bastante con esa idea de lo parásito y quién es el huésped. El primero en surgir fue Manfredo; suelo trabajar con el doble, siempre hay gemelos, mellizos pero me faltaba alguien bicéfalo, una mochila más pesada. Primero lo escribí casi como un relato sobre el hombre parásito y me preguntaba cuál era el parásito del otro. Después entendí que esa disfunción era bastante orgánica porque cada uno se ocupaba de un terreno que al otro le estaba vedado. Entonces pensé en otro parásito y apareció el coronel retirado como parásito social. Estaban estos personajes y no había madre, ya los había puesto en varias escenas y situaciones y nunca aparecía la mujer. Entonces decidí que estaba muerta y ahí cambió el punto de vista de todo porque decidí que sería Aurora la que narraría. Pero Aurora es un poco esclava de este mundo, no puede irse completamente y no sabe por qué. Y ahí apareció el otro parásito que es Lana Carne.

–¿Cómo es narrar desde la muerte? ¿Qué desafío implica darle voz a una narradora que está muerta?

–La muerta apareció una noche, hace unos años, cuando mi tía, la hermana de mi papá, había muerto. Mi madre fue al entierro en Mendoza y yo me quedé acá. Esa noche, cuando me acosté a dormir, me puse en posición horizontal, cerré los ojos y me dije: “Ella y yo en este instante estamos iguales, salvo que yo estoy pensando en ella y ella se está descomponiendo...”. Obviamente abrí los ojos para diferenciarme de ella y no pude dormir. Cada vez que me acostaba pensaba en las dos en la misma posición: ella bajo tierra y yo en mi cama. Me puse a escribir pensando que mi tía seguía viva, que había asistido a su entierro, que la vida continuaba y que es una fantasía pensar: “¿Cómo siguen sin mí?”, “¿quién me va a llorar?”, el colmo del egoísmo, ¿no? Igual que el mundo existía antes de mí, continuará después de mí. Por otro lado, hay un juego con el narrador omnisciente, un narrador que ha quedado medio exiliado de nuestros textos. Si muere la idea de Dios, entonces ¿cómo vas a saber todo? Podés tener un narrador pegado a la nuca que te sigue y comparte tu punto de vista, pero no puede saber lo que sentís, a no ser que lo hagas evidente. Me dije que la muerte me daba un permiso genial; desde ese punto de vista me sentía muy libre, la primera persona siempre es impune, pero acá era el colmo. Decidí que Aurora podía saber lo que estaban pensando y que accede a un recorte de su propia vida del que no había tenido noción mientras estaba viva porque su presencia era incómoda dentro del entramado familiar. Trabajé también el permiso en relación con el tiempo. Como el presente de ella es muerto pero consciente, el pasado se le aparece sin cronología. Si estás fuera del tiempo, ¡qué más da ayer que mañana! El tiempo sigue corriendo, Aurora no lo puede medir, no puede modificar lo que sucede pero lo padece.

–La muerte de Aurora es absurda. ¿La idea de patria también le parece absurda?

–Sí, me parece absurda la idea de patria y la de matria también, esos inventos como para cachetear el símbolo. Me exilié de muy chica y justamente fue la patria sangrienta la que expulsó a mi familia. Y fui a un país que recién se liberaba de toda una simbología fascista vinculada con la idea de nación y de fronteras selladas que tuvo (Francisco) Franco. La generación a la que pertenecía en España descreía también de cualquier símbolo patrio, que era identificado con el fascismo. Cuando llegué a Madrid, todavía había grupúsculos fascistas que salían a la calle a hacer cantar el himno y levantar el brazo a los que ellos sospechaban que no eran españoles. Si no sabías la letra, te ligabas un cadenazo. Siempre me dio miedo esa identificación porque es en contra de otro, no a favor. Cuando regresé, seguía acá el tema de la bandera, el himno, las canciones patrias y me resultó bastante cómico y curioso. Evidentemente hubo un intento de adueñarse de nuevo de la calidad de aquello que representaba y había quedado hueco. Ahora la bandera significa otra cosa, pero igual reconozco que me genera temor. Que no confío mucho. La identidad no tiene que ver con los colores. Cuando sabés quién sos, no necesitás disfrazarte de nada.

–¿Se podría interpretar que en la última parte de la novela el motor de Severino es la venganza?

–Hay algo de los humillados, del hijo no deseado, de una venganza doméstica también porque la madre está expuesta en las fotos. Norma es la única creyente, cree en el coronel que la ha abandonado, ella es como la medium de esos mundos. En ese sentido me parecía que estaba emparentada con Aurora, pero desde un lugar más patético. Puede haber Normas a la vuelta de casa; es ingenua y más bien pura, como todos los ingenuos. Todos los personajes están muy solos. Nadie se ve o se ve a destiempo, cuando el otro no está. Y ahí aparece la cuestión de heredar odios que no son propios, fuera de lugar y de tiempo.

–Severino escribe un diario y plantea que escribir se parece un poco a excavar las ideas. ¿La excavación de la idea es el trabajo de la escritura?

–Sí, coincido. Crear un personaje es como sacarle la tierra que tiene encima, como el trabajo de un arqueólogo. Los personajes existen y uno tiene que excavar para encontrarlos. A veces estás más ligado a los muertos que a los vivos, sobre todo en la literatura donde todo el tiempo leés cabezas que ya no existen y que son tus faros. Uno desconfía un poco de los vivos. Coincidir con ideas de alguien es tan vital como besar a alguien que tenés enfrente. Con este permiso de estar muerto y sentir de cualquier modo las ideas, pensaba qué maravilla qué es el cuerpo porque muchas veces la pongo a Aurora a observar el coito de su marido con Lana Carne. Aurora se siente liberada porque el cuerpo es un objeto que molesta, que aprieta y que falsamente define lo que uno es, que te dice “vas de acá hasta acá” y todo lo que está fuera no sos vos. Cuando era muy chiquita, mi hija Valentina antes de jugar a las muñecas, las situaba delante de ella en fila, las miraba y cuando elegía con cuál iba a jugar, la agarraba y decía: “libre”; liberaba a un par de la parálisis y se ponía a jugar. Me pareció una idea genial que tiene un poco que ver con lo que uno hace porque tenés el mundo a tu disposición, pero cuando escribís se va achicando y decís: “Voy a jugar con esto, con esto y con aquello y esto no me interesa”.

–Aurora no sabe si está atravesando un estado de vigilia paranoica o de poesía post mortem, una vacilación atractiva...

–Antes de sentarse a escribir uno anda rumiando; escribir es la manera de hacer físico aquello que ya tenés en la cabeza. El hecho de empezar a bajarlo te modifica. Las ideas originales se convierten en otra cosa. La vigilia paranoica es como un círculo de vicio en la palabra; pero como Aurora no se termina de declarar muerta, por eso está en la duda. Yo sentía que Aurora tenía necesidades creativas y que no la iba a privar del permiso de la escritura, aunque no la pueda materializar, la piensa y arma sus preceptos. Me interesó mucho quedarme detenida en mi propia casa imaginando que estoy ahí y que no me voy. ¿A qué le prestaría atención? Entonces era igual de importante una visita que una canilla goteando. Vivir me parece milagroso. Creo que por eso me doy el permiso de fantasear con la muerte o de burlarme un poco porque soy muy militante del vivir. Ahora hay tanta gente que tiene temor a vivir... está de moda ser fóbico, está permitido. Las conciencias modernas son esclavas de sí mismas, no sé si por un exceso de psicoanálisis o un exceso de cordura, que es otra forma de locura. Yo prefiero estar loca y suelta (risas).

–A propósito del tema, la doctora Heine le dice a Manfredo que está curado de su psicosis, pero que a partir de ese momento va a ser una persona aburrida y previsible. El texto sugiere que es más interesante la enfermedad mental que la salud.

–Sí, la gente parece más interesante cuantas más fobias y problemas tenga. Es algo interesante desde el punto de vista de la creación literaria, pero muy complicado a nivel social. La inestabilidad emocional pareciera un valor y creo que para escribir disfuncionalmente tenés que estar muy en eje. La gente más descolocada es la que escribe de modo más conservador, como si en esa contradicción se terminara de armonizar con aquello que crea. Me parece buenísimo que haya tantos modos de entender la literatura o de escribir que permitan este tipo de apuesta y la contraria. Que ambas sean paralelas, no sé si complementarias. A lo mejor te influye más alguien que es diametralmente opuesto que uno que considerás similar o que está en un terrenillo parecido. No hay nada más aburrido que el consenso, que todos opinen igual. El único modo de generar ideas propias es estando en contra de algo. Uno siempre está en contra de algo; es más poderoso estar en contra que a favor. Yo prefiero un personaje enojado que uno sometido. Me fui a la mierda, ¿no? (risas).

La carcajada de Fernanda es tan avasallante que ni las piedras podrían evitar reírse. “Esta novela en la que me burlo tanto de lo patrio es la más argentina de mis novelas –subraya la escritora–. Para mí fue un tema sentirme siempre afuera. Incluso cuando estoy en una reunión cualquiera y otros se acuerdan de sus infancias, yo no me acuerdo de nada porque mis recuerdos están en otro lado y mi presente está acá. Yo soy de acá, aunque hable con la zeta. Cuando voy a España intento buscar sinónimos para no usar la zeta porque quiero que sepan que soy argentina.”

–Qué esfuerzo, ¿no?

–Sí, siempre me esfuerzo al pedo (risas). Ahora me relajo más con mi eclecticismo fonético. Cuando era chiquita deseaba tener una vida normal, que la vida se desarrollara en un entorno estable, tener referencias. Pero eso lo pensé cuando para mí era imposible ese modo de vida. Uno tiene el deseo de ser como imagina que son los demás porque la normalidad no existe. No hay una sola persona que pueda decir que es normal, por suerte. Ya no hay normas, por más que algunos las extrañen.

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“Hay que liberarse de las jaulas mentales y físicas”, dice García Lao.
Imagen: Sandra Cartasso
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