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Domingo, 7 de febrero de 2016

LITERATURA › CENTENARIO DE LA MUERTE DE RUBEN DARIO

El primer clásico moderno en español

Los argentinos Daniel Link, Arturo Carrera y Graciela Montaldo analizan el impacto que tuvo el fundador del modernismo en América latina y España, junto con el poeta cubano Roberto Fernández Retamar y el académico español Alfonso García Morales.

 Por Silvina Friera

“En el reino de mi aurora/ no hay ayer, hoy ni mañana/ danzo las danzas del ahora/ con la música pagana”... Entrañable musiquita que se pega a nuestra lengua y eclipsa el frágil paraíso de los placeres materiales. Los versos del demiurgo nicaragüense Rubén Darío, en el centenario de su muerte, perduran por la osadía y la insolencia de su renovación. La vigencia de la obra del fundador del Modernismo –que nació con el nombre de Félix Rubén García Sarmiento en 1867– no se mide tanto por iniciativas loables que buscan declararlo “héroe nacional” (ver aparte) como por la radical transformación que llevó a cabo en el inaugural Azul –publicado en Valparaíso (Chile) en 1888–, experimentación que alcanzó su punto máximo en Prosas profanas, editado en Buenos Aires en 1896. “Tanto en Europa como en América se me ha atacado con singular y hermoso encarnizamiento. Con el montón de piedras que me han arrojado pudiera bien construirme un rompeolas que retardase en lo posible la inevitable creciente del olvido”, reconoció el poeta, infatigable viajero que, hacia el final de su intensa y precaria existencia –apenas 49 años–, vivió entre París y Madrid, donde se desempeñó como embajador de Nicaragua y corresponsal del diario La Nación. Los argentinos Daniel Link, Arturo Carrera y Graciela Montaldo analizan el impacto que tuvo Darío en América latina y España, junto con el poeta cubano Roberto Fernández Retamar y el académico español Alfonso García Morales.

Enfermo de poesía

“Darío es una pieza clave en los proyectos de integración regional porque interviene decisivamente en la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro de 1914, pero desde mucho antes desarrolla la idea de una América unida, retomando ideas de José Martí, a quien admiraba mucho”, dice el escritor Daniel Link, organizador de un Congreso Internacional Rubén Darío, titulado “La sutura de los mundos” (ver aparte). “Darío se sale de esa posición dilemática ‘no- sotros’ versus los ‘otros’ para plantear una posición trilemática con los Estados Unidos –sobre los que guarda un gran reparo–, con Europa y la tradición grecolatina y con la América precolombina, indígena. Nunca puso a América en el lugar de la barbarie, de aquel que tiene que ser conquistado y educado, sino que la pensó como la víctima de un combate del cual no tiene necesariamente que participar”, aclara el escritor y crítico. “Lo que Darío hace con el idioma español no tiene comparación, salvo lo que hizo Dante con la lengua italiana –precisa Link–. El español de América es muy distinto después de que Darío le imprime su poesía, sus ritmos. Darío transforma radicalmente la lengua. Las letras de tango son de estética modernista ciento por ciento. Desde el Barroco hasta él, no había sucedido absolutamente nada en la lengua española; con lo cual son cuatro siglos de vacío poético y lingüístico”.

Link comenta que es muy difícil no quererlo a Darío. “La poesía de Darío está siempre al borde la locura y eso es muy impresionante porque uno lo lee hoy y hay algunos textos que, si no sabés que fueron escritos a fines del siglo XIX, parece que fueron escritos ayer por la audacia con la cual se coloca respecto de los modelos clásicos. Uno escribe porque sospecha que hay algo desconocido más allá, un territorio nuevo por conquistar. Darío no claudicó nunca, fue siempre más allá. Darío era un escritor muy hambriento, a quien siempre se le achacó ser un importador: el intelectual que importa la modernidad europea, que importa ideas estéticas. Pero yo digo que es un portador como un enfermo, una especie de infectado de cultura, un enfermo de poesía”.

La lengua moderna

El poeta cubano Roberto Fernández Retamar, presidente de Casa de las Américas, analiza el significado de Darío en América latina y Cuba. “Aunque la obra en prosa no es desdeñable –piénsese en Los raros, en la España contemporánea, en su autobiografía–, es su obra en verso la que lo reveló fundador no ya del Modernismo, sino de la poesía moderna en español: tanto en Hispanoamérica como en España. El hizo posible la poesía de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y la mayor parte de la generación del 27. En su América, de César Vallejo y Vicente Huidobro a nuestros días, esto es evidente. Incluso Borges, quien se burló de él en su desdichada etapa ultraísta, escribió en 1967: ‘Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos’. Lo podemos llamar el libertador –recuerda Fernández Retamar–. Tocante a sus numerosas relaciones con Cuba, donde Rubén estuvo en varias ocasiones, Angel Augier (1910-2010) pudo publicar hace unos años su libro Cuba en Darío y Darío en Cuba. Martí, la única vez que se vieron, en Nueva York de 1893, según contó Rubén en sus memorias, lo llamó hijo, mientras el nicaragüense –quien en La Habana fue amigo de Julián del Casal– lo consideraba Maestro”.

“Azul es una obra que abre la modernidad literaria latinoamericana”, subraya Graciela Montaldo, docente en la Universidad de Columbia (Estados Unidos). “Creo que la novedad que trae Darío es su convicción de que la cultura se había transformado radicalmente con el nacimiento de la sociedad de masas. Darío articula, junto con Martí, una lengua moderna. Esa lengua le habla a un público anónimo, con diferentes niveles de escolaridad, con diferentes experiencias sociales y culturales. Lo que en Azul es una propuesta se profundiza en su obra posterior: romper la homogeneidad de la comunidad letrada para infiltrarla con las experiencias de la sociedad de consumo, con los nuevos productos de la industria cultural. Darío está atento a lo que se escribe en las revistas de actualidad y trata de aprender de sus procedimientos para renovar la tradición literaria. De ahí su enorme valor: desde la erudición comenzó a escribir para públicos masivos. En verso y en prosa”, agrega Montaldo, quien seleccionó y prologó Viajes de un cosmopolita extremo (Fondo de Cultura Económica), un conjunto de crónicas del poeta y narrador nicaragüense. “Darío conoció el manifiesto futurista de Marinetti, al que no tomó verdaderamente en serio, aunque le dedicó una nota. No llegó a conocer la vanguardia latinoamericana, que estuvo muy próxima a la fama y al prestigio de Darío como para rechazarlo realmente. Hubo algunas declaraciones estruendosas de jóvenes vanguardistas contra el Modernismo, pero, en general, aprendieron de Darío –explica Montaldo–. Su obra trajo algo completamente nuevo a la literatura latinoamericana, que era algo que las vanguardias europeas estaban problematizando, la relación con la cultura masiva. Por la proximidad temporal de la renovación que hizo Darío, muchos de los vanguardistas terminaron siendo sus discípulos. Darío no fue vanguardista, pero habilitó un tipo de vanguardia particular en América latina, aquella que unió tradición y ruptura.”

Las dos orillas

Alfonso García Morales, de la Universidad de Sevilla, especialista en la obra del poeta nicaragüense, afirma que el reencuentro de Darío con la España del 98 fue “paulatino y complejo”. “Darío se identificó emocionalmente con la España derrotada por los Estados Unidos en Cuba y exaltó lo que consideraba valores espirituales de la tradición española, representados para él por el mito del Quijote. De otro lado fue crítico con el atraso político y cultural de la España contemporánea. Desconfiaba incluso de la posibilidad de un movimiento literario moderno en España. Esta desconfianza se disipó en 1903, cuando aparecen, entre otros, sus dos ‘discípulos’ españoles predilectos: Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. A partir de entonces concibe la poesía hispánica en términos de unidad y colaboración. Y por encima de algunas resistencias, como la del moderno antimodernista de Unamuno, los escritores españoles lo reconocen como maestro. Esto es algo nuevo. Con él y el Modernismo comienza un diálogo en pie de igualdad entre las literaturas de las dos orillas del idioma”, plantea García Morales. “En general los poetas del 27 siguieron reconociendo a Darío como el primer clásico moderno en español. El testimonio mejor es la antología generacional de Gerardo Diego, que en su versión más amplia e historicista de 1934 comienza por Darío. Este fue también el gran referente en sus relaciones con la literatura hispanoamericana. Y aquí hay que volver a recordar el homenaje conjunto que le hicieron en Buenos Aires Lorca y Neruda, dos tempranos y constantes lectores de su poesía. Aunque también hubo excepciones. La más notoria fue la de Luis Cernuda, quien negó polémicamente a Darío como clásico vigente, por considerarlo seguidor de la peor tradición francesa, ajeno a la para él verdadera modernidad de raíz anglogermánica”.

Darío en Perlongher

El poeta Arturo Carrera reflexiona sobre la influencia del poeta nicaragüense. “Fue enorme ese poder mimético que a los 21 años lo llevó a escribir un poema que repasa la historia de la poesía y la elocuencia de los grandes poetas españoles desde el trobar clus pasando por imitaciones perfectas de los poetas místicos y barrocos hasta llegar incluso a sus contemporáneos. Fue una revelación el aporte de Darío para los jóvenes escritores en lengua española. Por ejemplo, en ese entonces Ducasse era prácticamente ignorado en Francia y en el resto del mundo y la lectura intensa y reveladora que hizo Darío de Los cantos de Maldoror fue, como han dicho sus admiradores ‘la restitución memorable’”, advierte Carrera. “No olvidemos a Lugones, cómo lo admiró y reconoció. Y cuánto se enojó Lugones porque Darío no lo incluyó en su famoso libro Los raros, donde aparecían los biografemas de sus poetas admirados. Y en su lugar puso a Martí. No puedo dejar de pensar que uno de los poetas que lo leyó y que transformó su lectura en una parodia crítica fue Néstor Perlongher. Podemos escuchar a Darío en muchos poemas rítmicos de Néstor”.

“La miseria de la literatura americana había consistido en que nos obstinábamos en hablar como España, pensando de un modo enteramente distinto. No bien nació el poeta que restableciera la armonía vital entre pensamiento y palabra, cuando el verso, aunque contase las mismas sílabas, sonó ya de otro modo. El estilo se animó con nuevos colores. Una música más delicada y sutil coordinó los elementos verbales. El idioma poético subordinóse enteramente a la música en que consiste”, ponderaba Lugones en el discurso de despedida por la muerte de Darío. Carrera señala que “estas palabras contienen lo que puede buscar una declamadora actual para sus proezas: la armonía entre pensamiento y palabra, el cuerpo y el deseo enfrentados al corpus del poema, la música es decir el ritmo, y ese idioma o habla nueva que se adhiere a la estructura del verso”. El autor de Noche y día, El vespertillo de las parcas y Potlatch, entre otros títulos, cuenta que en la escuela de Pringles Azul era un libro “casi obligatorio” en el aula de la señora Esterlina Pujol. “No sabíamos de la importancia de la declamación. Pero nos capturó. La lectura en voz alta, la búsqueda de una dicción enriquecida de matices y la gracia de las entonaciones lograban quizá después una comunicación con el mundo más fluida, más ‘correcta’ en el más puro sentido. Eso sentí yo –confiesa–. Estamos creando en Estación Pringles, gracias a la colaboración de su directora de Cultura, Alicia Gómez, una pequeña escuela de declamación con muchas materias y talleres de técnica actuales, como diría Haroldo de Campos: ‘verbivocovisuales’. Quizá porque queremos alcanzar lo que Darío le reclama a Paul Groussac en una carta de respuesta a su crítica de Los raros: ‘Estamos, querido maestro, los poetas jóvenes de la América de lengua castellana, preparando el camino, porque ha de venir nuestro Whitman, nuestro Walt Whitman indígena...’.”

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