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Miércoles, 13 de diciembre de 2006

LITERATURA › ARTURO PEREZ REVERTE

“Aquí, la virtud tiene mal precio”

El escritor presentó en Madrid Corsarios de Levante, lo nuevo de la saga Alatriste.

 Por JESUS RUIZ MANTILLA *
Desde Madrid

De la mercenaria Malta a la luminosa Nápoles, con las mejores hembras jarifas y tabernas del Mediterráneo; de las costas del Egeo a los mercados de Estambul y las murallas de Orán, Diego Alatriste ha cambiado el rumbo de sus historias y el aire de sus hazañas. Se trasladó de la gélida y oscura Flandes y de la corte poco fiable de Madrid hacia tierras más resplandecientes en Oriente, por los puertos donde se desarrolla la sexta entrega de una saga que ya vendió cuatro millones de ejemplares en todo el mundo con sus cinco libros anteriores.

Ayer, Arturo Pérez Reverte presentó en la nueva sede del Instituto Cervantes en Madrid este Corsarios de Levante (Alfaguara), el nuevo Alatriste al que quizá muchos vean ya con los ojos de Viggo Mortensen, protagonista de la película que dirigió Agustín Díaz Yanes y que ha contribuido a acercar aún más el fascinante personaje de Pérez Reverte a los ojos de un público mayor. Al autor, que declara que le gustó mucho la película, no lo influyó el trabajo de Mortensen, que para él hizo una composición magistral del personaje. “He tenido destellos alguna vez de la cara de Viggo, pero el Alatriste literario no fue contaminado por el cinematográfico”, aseguró Pérez Reverte ante más de cien periodistas españoles, europeos y americanos que acudieron a la presentación del libro en Madrid.

Va creciendo este Alatriste, auténtico tótem de una España latente, en la cabeza y en la ambición de Pérez Reverte. Y en la ansiedad de sus lectores, los normales y los fanáticos. “Hay gente que me ha amenazado si no seguía escribiendo la serie”, comentó Pérez Reverte antes de ahondar en los porqués del éxito de quien es ya todo un símbolo que cuenta hasta con una taberna con su nombre en el Madrid de los Austrias. “Yo creo que gusta porque Alatriste somos todos”, contestó. Sobre todo en el alma y en las ofensas, en el sentimiento de incomprensión y en esa especie de trágica preclaridad con la que muchos miran la carne y la piel del país en que viven: “Muchos lectores comprenden que son Alatriste y notan que coinciden con él, no ya como el espadachín o el aventurero, sino en esa dolorida lucidez. Porque no hay nadie inteligente que no se sienta a veces un héroe cansado ni que haya sufrido muchas veces la humillación de comprobar que la virtud tiene mal precio en este país”, aseguró.

Por eso es fácil comprender que a los soldados del siglo XVII les diera por salir a probar fortuna lejos, aunque fuera en guerras y escaramuzas, porque salían de un país donde no tenían nada que perder. “Si se iban de un lugar que estaba en manos de reyes, aristócratas y sotanas y regresaban después con algún botín, lo hacían como hidalgos y ya nunca más tendrían que chuparle los botines a un señor”, cuenta el escritor. Hay que comprender eso y todo lo que se desprende de ahí –la violencia, la fiereza, los desmanes, productos de una época en la que nadie estaba libre de pecado– con la justa perspectiva. “No podemos juzgar con nuestros ojos lo que hicieron nuestros abuelos, porque de ese modo serían espantosos, y no lo fueron”, cuenta Pérez Reverte. “No podemos ver el pasado como si fuéramos una ONG.”

El capitán, con una oscuridad y una complejidad que empieza a desconcertar a su hijo adoptivo, Iñigo Balboa, el narrador de toda la saga, se presenta en Corsarios de Levante más viejo y con más cicatrices; con la espada más afilada y los silencios más plagados de significados ambiguos –si cabe– para hacer frente a moriscos y berberiscos, a piratas y cuantos mercenarios le salen al paso en Corsarios de Levante... “Me apetecía pelear en esa frontera ambigua y peligrosa por uno de los lugares más desconocidos de nuestra historia”, dice. Pero el duelo más concienzudo, la pelea en la que Pérez Reverte puso más los cinco sentidos es en la del lenguaje: “Esa pelea fue central. Siempre he intentado buscar un lenguaje antiguo y moderno al tiempo, tanto que a estas alturas son los mismos libros de Alatriste quienes sienten la tentación de crear el suyo propio”, afirma. Fue una lucha en la que tampoco le han amargado ciertos dulces. “Recuperé el gusto por palabras en desuso, disfruté con eso.”

El autor cree que Alatriste tiene ya un vuelo muy libre y que no resiste comparaciones con otras criaturas literarias. Si bebió en un principio tanto del D’Artagnan de Alejandro Dumas como de los Episodios nacionales de Pérez Galdós, vive ahora tan desatado como libérrimo, dispuesto a plantarle cara a cualquier afrenta que le birle originalidad o le quite méritos. “Fíjense si respeto a Dumas que le dediqué un libro, El club Dumas, pero Alatriste no tiene nada que ver con Los tres mosqueteros. Ellos no mostraban la tragedia de ser franceses, en mi personaje sí se palpa la de ser español.” Aunque tuviera sus ventajas. “En los escritos que he leído de la época queda claro que eran fieros y que su fiereza provenía de la vida que llevaban, pero también destacan que eran de fiar, que eran leales, que aunque fueran violentos y temibles tenían maneras.”

Pérez Reverte aprovechó el encuentro para poner cosas en claro sobre el futuro del personaje. Pese a que los periodistas latinoamericanos le insistían, fue tajante: “Alatriste no viajará a América”, aseguró. ¿Y del cine? ¿Habrá segunda parte? “No, ésta será la única película. No habrá más. Otro cosa son las series de televisión, existe un proyecto para llevar capítulo a capítulo todos los libros, pero todavía no hay nada claro, no deja de ser una nebulosa.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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“No habrá más películas de Alatriste”, dijo Pérez Reverte.
 
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