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Jueves, 11 de diciembre de 2008

CINE › PLANET TERROR, LA PARTE RODRíGUEZ DEL PROYECTO

Que comience la epidemia

El director tex mex comanda una ambiciosa salvajada llena de excesos gore, pero que no se agota en el gusto por lo retro: aquel cine que se suponía muerto, bien podría volver a andar. Y sería un festín para los amantes del género.

 Por Horacio Bernades

Como un tortazo en medio de la cara, pero no de crema sino de pus. Eso es Planet Terror, la parte Robert Rodríguez del proyecto doble Grindhouse, que el realizador de El mariachi y Sin City concibió, un par de años atrás, junto con su amigote Quentin Tarantino. Tal como explica Rodríguez en la entrevista de aquí al lado, la idea era filmar un par de películas berretas, de explotación, como las que veinte o treinta años atrás se veían en las peores salas. Deseo cumplido, a la enésima potencia: de tanta bulimia de gustos, ideas, citas y referencias, Planet Terror parece todo el tiempo a punto de reventar. Y revienta, como muchos de sus personajes, enchastrando al espectador de goce cinéfilo.

De ambigua temporalidad (está llena de datos contemporáneos, pero no parece transcurrir aquí y ahora), Planet Terror es una de zombies. En tren de mayores precisiones, cabría decir que es una de zombificación por biocontaminación. Siguiendo el ejemplo de La noche de los muertos vivos, la de Rodríguez es una película política: la contaminación es aquí producto de un arma viral secreta, que las fuerzas armadas estadounidenses (representadas aquí por un despiadado Bruce Willis) probaron en Irak. Hay un antídoto. Pero su diseñador (Naveen Andrews, de Lost) no sólo no piensa cederlo sino que encima libera el virus, cerca de un destacamento militar texano. De ahí en más, sálvese quien pueda cuando los cadáveres bamboleantes empiecen a venir, hambrientos de carne humana y, sobre todo, de cerebros.

Como en las películas de John Carpenter, que Rodríguez homenajea aquí explícitamente, un grupo de gente que en los papeles parecería no tener mucho que ver entre sí se junta para hacerle el aguante a zombies y milicos (asociación que ya se producía en El día de los muertos vivos, de George Romero). Entre los resistentes, un típico solitario carpenteriano. Como Kurt Russell en Rescate en el Barrio Chino, trabaja de camionero, es lacónico y rápido con las armas. Claro que, como estamos en una de Rodríguez, El Wray (el adecuadísimo Freddie Rodríguez) es de origen mexicano. Junto a él, su ex, Cherry, bailarina de caño que sueña con trabajar de stand up comedian (la pequeña pero poderosísima Rose McGowan). Contagiada, Cherry va a parar a un hospital de la zona, pierde la pierna y termina con una ametralladora incrustada, a modo de pata de palo, bajando zombies y hasta usando el arma como propulsador de vuelo.

Henchido de cine de género y sus parodias, de clase B, del comic más desaforado y hasta el dibujo animado, Rodríguez opera, como de costumbre, por acumulación, sumando tramas y subtramas, personajes de todos los colores, pilas de citas y referencias, juegos de palabras, montones de gags y tal cantidad de ideas por plano (visuales y de guión) que parecen desparramadas por las aspas de un helicóptero decapitador de zombies que aparece por allí. Película-fiesta, invitación al disfrute pleno, Planet Terror no es para cualquiera. Para que la cosa funcione, es necesario compartir el gusto por la clase de cine que la película convoca. Saber divertirse con un héroe a bordo de una motito de juguete, una heroína que maneja con las muñecas anestesiadas, un par de pinzas castradoras, un milico violador (Tarantino) al que se le cae, literalmente, el pito a pedazos.

Como cierto cine de los ’80 (pensar en Diabólico, en Re-Animator), la más imaginativa, proliferante y barroca colección de pudriciones, mutilaciones, desmembramientos y evisceraciones no está puesta aquí en función del sacudón sino del disfrute. Cosa curiosa, semejante orgía de destripe no se da de patadas con una suerte de humanismo loser y feminista, que lleva a dignificar, dotar de una posibilidad de venganza y hasta glorificar a las dos principales protagonistas femeninas, cuya infinita postergación y frustraciones las llevan a pasearse, a lo largo de toda la película, con una expresión de llamativa tristeza. Aun poniendo en juego una voluntad imitativa que incluye la generación digital de las rayas, cortes, saltos y quemaduras que solían castigar aquel celuloide, sería un error suponer que Planet Terror se agota en lo retro, en la pura mímesis. Rodríguez no comete aquí el error de cálculo que lo llevaba, en Sin City, a pretender reproducir el lenguaje del comic con las armas del cine, dando por resultado un híbrido elefantiásico, sobreproducido e hipermanierista.

Esta vez se trata, en cambio, de una ambiciosa, logradísima operación de asimilación, que permite trasladar al cine contemporáneo un espíritu que se suponía muerto. Si es así, Planet Terror tal vez represente la avanzada de un proyecto de cine-zombie: basta una única mordedura, el simple contagio, para que aquel cine presuntamente muerto reviva, y se inicie la epidemia.

8-PLANET TERROR

EE.UU., 2007.

Dirección, guión, fotografía, música, edición y producción: Robert Rodríguez.

Intérpretes: Rose McGowan, Freddy Rodríguez, Bruce Willis, Josh Brolin, Marley Shelton, Jeff Fahey, Michael Biehn, Naveen Andrews y Quentin Tarantino.

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Bruce Willis es el despiadado militar responsable de una nueva y sangrienta invasión zombie.
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