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Miércoles, 14 de enero de 2009

CINE › EL RESURGIMIENTO DE WILLIAM FRIEDKIN EN PELIGRO EN LA INTIMIDAD

La cuna de todos los miedos

En su film de cámara que se estrena mañana, producido al margen de Hollywood, el director de El exorcista se apoya en el teatro para narrar, como en sus viejas películas, un sistema del mal que parece difundirse por contagio.

 Por Walter Schamus

Un par de años atrás, cuando se presentó en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, Peligro en la intimidad ganó el premio de la crítica internacional. Muchos vieron en ello la resurrección de William Friedkin, que durante la última década parecía haberse exiliado para siempre, en el mundo de la dirección operística. ¿Podía ser posible que el autor de esos dos monumentos fílmicos de los ’70, Contacto en Francia y El exorcista, se hubiera poco menos que retirado del cine? Es verdad que, puesta en perspectiva, la carrera de Friedkin ofrece fallos (la remake de El salario del miedo, la comedia de robos ¿Y dónde está el ladrón?), vacuidades (el thriller erótico Jade), intentos menores (el film de terror Angel de las sombras, el drama deportivo Blue Chips) y hasta innecesarios, como la remake para televisión de Doce hombres en pugna.

Pero también es verdad que películas como Cruising, Vivir y morir en Los Angeles y el psicothriller Rampage (estrenada en Argentina como La sangre del castigo), siempre aconsejaron no desconfiar del todo de su capacidad de recuperación. Pero lo cierto es que desde hacía más de veinte años este nativo de Chicago no producía nada valioso. Hasta que llegó Peligro en la intimidad. Pequeño film de cámara producido al margen de Hollywood, su estreno local se anuncia para este jueves, en tres salas y proyección DVD. Originalmente titulada Bug (“Bicho”), el opus 18 de William Friedkin se basa en una obra de teatro. Protagonizada por Ashley Judd y Michael Shannon (que ya había cumplido el mismo papel en la puesta teatral), Bug transcurre casi enteramente en una habitación de hotel. Allí se encierran un soldado recién llegado del frente y una chica solitaria, a quienes la aparición de unos insectos llevará primero a la paranoia, más tarde a la locura lisa y llana. Como en las viejas obras maestras de su autor, en Peligro en la intimidad el mal parece difundirse por contagio, generando una mezcla de fascinación y repulsión, que pueden llegar a ser tan malsanas como irresistibles.

–No es la primera vez que lleva al cine una obra de teatro.

–En los comienzos de mi carrera había filmado The Birthday Party, de Harold Pinter, y Los muchachos de la banda. A esta altura puedo decirle que adapté materiales de los orígenes más diversos. Filmé novelas (Contacto en Francia, El exorcista, Cruising), remakes de películas anteriores (las de El salario del miedo y Doce hombres en pugna) y, en ocasiones, la clase de historia de la que uno se entera de oídas, como fue el caso de Vivir y morir en Los Angeles. De todas ellas, le diría que sólo una no hizo honor al refrán que dice que una buena película empieza por un buen guión. Hablo de Contacto en Francia. La filmamos prácticamente sin guión. Pero tanto los actores como yo mismo conocíamos la historia real, lo cual facilitó muchísimo las cosas.

–Al ver la puesta teatral de Peligro en la intimidad, ¿se puso a pensar de inmediato en cómo trasladarla al cine, en su aspecto visual?

–Lo que más me impresionó, lo que me propuse no perder, fue su fuerza dramática, más allá de esa sintonía de puntos de vista a la que hice referencia antes.

–La obra de Tracy Letts parecería expresar temores muy propios de la época.

–Sí, la gente se volvió muy irracional. Por todas partes brotan miedos, pánico, paranoia. Ya no hay quien crea que el gobierno va a protegernos. Ni siquiera que le interese hacerlo. Nadie se siente a salvo, en casa, en la calle o en donde sea. Es como si el mundo entero se hubiera desbalanceado, y me parece que es esa sensación lo que la obra de Letts capta a la perfección.

–En un caso como éste, en el que la acción transcurre prácticamente en un único decorado, ¿cómo se plantea usted las cosas en términos dramáticos, para no caer en el teatro filmado?

–Con un buen guión. Eso es lo primero. Después, un buen elenco. Hoy en día todo eso parecería no significar nada, porque se apunta al golpe sensorial, los efectos especiales, esas cosas.

–Al filmar casi en un solo decorado, el rodaje no debe haber sido largo, ¿no?

–No, la filmamos muy rápido. En 21 días. Hubieran sido 20, si no fuera porque el último día hubo un incendio en el set, y entonces necesitamos un día más para volver a rodar. No sé por qué, pero es bastante común que en mis rodajes algo se prenda fuego.

–Cuando se lanzó en Estados Unidos, Peligro en la intimidad fue presentada como “una de terror”. El título original puede llevar a mucha gente a pensar que va a ver una de monstruitos que se meten bajo la piel. Sin embargo, más allá de su tono de thriller y de unas pocas escenas gore, la película no calza exactamente dentro del género, ¿no?

–Yo no la veo como cine de género. Pero vio cómo es la gente de marketing, ¿no? Creen que para vender una película hay que meterla dentro de algún género. Es comedia, o melodrama, o historia de amor, o terror, o lo que sea. Coincido con usted en que ésta no calza tan cómodamente en ninguno de esos géneros. Pero tienen que venderla...

–¿Y cómo llegaron a categorizarla como “una de terror”?

–El marketing trabaja de manera misteriosa. Después de las primeras proyecciones para prensa varios periodistas la definieron como una de terror. Como varios dijeron lo mismo, los ejecutivos habrán pensado que debía ser una de terror, nomás. Y así es como terminó siendo una de terror.

–En algún sentido lo es, ¿no?

–Sí, pero seguro que no en el sentido en que se entiende hoy el cine de terror, como un tipo que agarra una sierra eléctrica y se pone a cortar gente en pedacitos. Las películas de terror de los ’70, o antes de eso, eran dramas de personajes, que funcionaban en varios niveles. Fíjese en El bebé de Rosemary. O más atrás, Las diabólicas, Psicosis... Eran historias con sustento real, cosas que podían ocurrirle a cualquiera.

–De hecho, durante los primeros 40 minutos, Psicosis no es ni por asomo una de terror.

–No, claro, es sobre una mujer que le robó dinero a su jefe y huyó.

–¿Qué piensa sobre los cambios del género, desde los tiempos de El exorcista hasta hoy?

–Fueron cambios drásticos. Siempre hubo dos vertientes de cine de terror: una más realista, con películas como Psicosis o El bebé de Rosemary, y otra fantástica, como el caso de Alien. Ahora ya no existen las películas de terror “realistas”. Lo único que existe es el cine de destripe, torturas, mutilaciones.

–¿Y fuera del género, hay películas que le gusten?

–No, no. Me viene a la cabeza una sola: una película extranjera, Caché, que vi un tiempo atrás. Me parece extraordinaria, pero es la única que se me ocurre. Si me pregunta por películas estadounidenses, hay una de robos poco vista, que se llama The Lookout y se estrenó hace un par de años, que me pareció buenísima. Pero en general no voy mucho al cine. A veces veo películas viejas. Tengo montado un pequeño microcine en casa, y cuento con una buena videoteca en DVD.

Traducción, introducción y adaptación: Horacio Bernades.

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William Friedkin no definiría a su film como de terror.
 
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