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Miércoles, 4 de enero de 2006

CINE › UNA COMPLETA RETROSPECTIVA DE ERIC ROHMER

Algunos cuentos exquisitos para pasar mejor el verano

En el Malba, desde el jueves. Preestreno del último film de Rohmer, uno de los padres de la nouvelle vague: Triple agente.

Desde el jueves podrá verse en la Argentina una de las retrospectivas más completas del cineasta Eric Rohmer, autor de clásicos inolvidables como El rayo verde y Mi noche con Maud. Para acercar al público su obra organizada temáticamente en Cuentos morales, Comedias y proverbios y Cuentos de las cuatro estaciones, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) programó una veintena de films que se unen en una constante enunciada por el director en una entrevista con Página/12: “Toda estética está vinculada a la economía”. Considerado como uno de los padres fundadores de la corriente nouvelle vague (junto a François Truffaut, Jean Luc Godard y Agnes Varda), Rohmer es uno de los máximos apólogos de la geografía francesa, representada por la inmensidad de sus viñedos en Cuento de otoño (cuando dos amigas salen de paseo por el corazón del mediodía francés), por las playas en su Cuento de verano (exacto retrato de espíritu juvenil, dirigida a sus 80) y barrios de casas bajas o ciudades de provincia en El rayo verde o La panadera de Monceau. Además de proyectarse completas sus tres series, la retrospectiva incluye películas que prácticamente no tuvieron exhibición en la Argentina, como El signo de Leo, Perceval, el galo y Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle, y la todavía no estrenada Triple agente, su último largometraje.
El propio Rohmer declaró haber concebido su saga de Cuentos morales “a la manera de variaciones sinfónicas que varían el motivo inicial”. En esta primera serie volverá la excusa argumental del hombre interesado por una mujer en el momento en que empieza a relacionarse con otra. Con vocación topográfica, La panadera de Monceau utiliza el perfil de personaje para documentar el escenario a cada hora concreta: los letreros de las calles, el ambiente de los cafés, los relojes, los puestos de comida, el tráfico.... En la célebre Mi noche con Maud (1969, con Jean Louis Trintignant), el foco se desplaza a la conversación, iluminando largas discusiones acerca de la ciencia, la moral y Pascal, nunca gratuitas sino en función de las acciones del protagonista. La coleccionista (1967) completa los films más destacados de sus Cuentos morales persiguiendo a una chica cuyo desafío es dormir cada noche con un hombre distinto. “Perfectamente trabajada en términos naturalistas –escribió el crítico Tom Milne–, el tema se orquesta mayormente por el choque frontal entre dos referencias literarias antitéticas: la esterilidad emotiva del dandysmo del hombre inteligente (el Choderlos de Laclos de Las relaciones peligrosas), enfrentado a la simplicidad del instinto (el Jean-Jacques Rousseau de Emile). “Creo que hay un tipo de mujer para ser mirada –definió Rohmer– y otro tipo de mujer para ser tocada. Todos los sentidos no pueden ser satisfechos por el mismo objeto. Y la contradicción es hoy más clara que nunca, desde que el erotismo visual se ha vuelto algo tan generalizado.”
Sobre sus películas agrupadas como Comedias y proverbios, el director explicó que las definen “personajes que quieren vivir algo, que algo llegue, que algo llegue con gran fuerza. Al contrario que en otros mundos –como en el de la mayoría de los mitos– en los que el hombre es feliz y teme al peligro que pueda avecinarse, en este universo los acontecimientos no son temidos”. En La mujer del aviador (1981, con su actriz fetiche –estrella de El rayo verde– Marie Riviere) asoman a su filmografía personajes menos preocupados por cuestiones morales que por asuntos de orden más hogareño. Son hombres y mujeres menos dedicados a la gimnasia cerebral que sus predecesores, menos conscientes de lo que piensan, o –escribió Milne– del mismo hecho de que están pensando. También en Pauline en la playa (1983) se despliega un territorio que roza la banalidad, sin temor a frecuentar palabras e imágenes cotidianas, menos ampulosas, construyendo el interés del film –según Rohmer– “no en que haya alguien que ama sin ser correspondido, sino en las circunstancias en que eso ocurre y todo lo que le acompaña, así como el carácter particular de los personajes”. El rayo verde (1986, con Marie Riviere) es, de este grupo, sin duda la más recordada de sus películas, en busca de los deseos e interioridad de Delphine, incómoda en cualquier lugar, dedicada a rastrear un fenómeno óptico imposible, fundando un modo sutil e inacabado de construir lo alegórico.
En sus Cuentos de las cuatro estaciones, Rohmer se concentró en “jóvenes mujeres atractivas, inteligentes y preocupadas consigo mismas, aunque no del todo autoconscientes: personajes capaces de presentar sus dilemas con claridad y elegancia y de expresar sus sentimientos en diálogos inspirados e ingeniosos”. En Cuento de verano se despliega la perversidad del sentimiento, cuando Gaspard, de veraneo en la costa francesa, se desengaña y lastima a sus tres mujeres alternativamente. El cineasta no lineal pinta al tipo encantador que a la vez es cobarde y siempre va a la defensiva. El director se siente cómodo en su retórica del paseo, como en Cuento de otoño, donde dos mujeres cuarentonas derivan y disfrazan una metafísica del ser detrás de la excusa trivial del escarceo amoroso de una sola noche. Como escribió el crítico Juan Esteban Lagorio sobre su Cuento de invierno –que también se programó–, “Rohmer es un director que filma como si sus films fuesen la última oportunidad de decirle al mundo algunas verdades en las que cree fervientemente. Las repite, las reflexiona y vuelve a mostrarlas con una alegre actitud testamentaria. El hecho estético, su reflexión contemplativa y su vocación filosófica forman una obra de inseparable gracia”.

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Eric Rohmer, un nombre fundamental para el cine.
 
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