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Jueves, 6 de agosto de 2009

CINE › G.I. JOE: EL ORIGEN DE COBRA, UN PRODUCTO HASBRO

Todo un deporte de riesgo, mental

 Por Horacio Bernades

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G.I. JOE: EL ORIGEN DE COBRA

G. I. Joe: The Rise of Cobra, EE.UU., 2009

Dirección: Stephen Sommers.
Guión: Stuart Beattie, David Elliot y Paul Lovett.
Fotografía: Mitchell Amundsen.
Intérpretes: Channing Tatum, Marlon Wayans, Sienna Miller, Rachel Nichols, Joseph Gordon-Levitt, Christopher Eccleston, Dennis Quaid y Jonathan Pryce.

Verdadera avanzada del cine del futuro, G.I. Joe: El origen de Cobra es, seguramente, la película más parecida a un videogame jamás realizada. Como en esos juegos, la piedra inaugural de esta nueva saga de acción carece de escenas de transición. De una punta a otra, todo lo que hay es una escena de acción detrás de otra. Casi todas tan confusas, que lo único que puede entenderse es que unos se trenzan con otros, en alguna parte y por algún motivo. Esto es seguramente producto de la suposición (¡tal vez acertada!) de que al público ya no le interesa qué, cómo, dónde y por qué, sino sólo subirse a la ola, montarla y salir, después de un par de horas, con la cabeza hecha un bollo. Lo cual confirma al cine del futuro (esta clase de cine, al menos) como deporte de riesgo. De riesgo mental.

La saga de G.I. Joe surge, como Transformers, de un simple muñequito de la firma Hasbro. En este caso, un encantador mercenario asesino, que venía con metralleta y cuchillo estilo Rambo. Maravillas del project design, el modesto chiche de plástico ha derivado, mutatis mutandi, en superproducción multimillonaria. En El origen de Cobra, un continuum virtual reemplaza y eventualmente vampiriza, como sucede en los videojuegos, al mundo real. Ver si no esa París digitalizada que, en una secuencia, sirve de telón de fondo para los saltos, persecuciones, disparos y choques de autos, camiones y personajes. Hay también, en esta primera G.I. Joe, un falso Polo Norte, desiertos anónimos, naves aéreas y submarinas (todas ellas de computadora), imágenes holográficas y armas sofisticadísimas. Sobre todo unas partículas infinitesimales llamadas “nanomitas”, capaces de convertir la Torre Eiffel en un polvillo verde.

¿Pero qué pasa en El origen de Cobra? Pasa de todo y en el fondo no pasa nada. Básicamente, un ejército de supersoldados “buenos”, reclutados por un ex general (Dennis Quaid), intenta impedir que otro, que opera al servicio del mandamás de una corporación armamentística (el escocés Christopher Ecclestone) desate un desastre nanomítico. Tal como aconseja el manual del guionista hollywoodense contemporáneo, el binarismo de fondo se rellena con un bombardeo de subtramas, personajes y peripecias. Al héroe-galán (Channing Tatum) se le opone una villana supersexy que fuera su novia (la rubia Sienna Miller, morocha durante casi toda la película). Hay un payasín, puesto para hacer chistes (el morocho Marlon Wayans), otra pareja de opuestos, pero orientales, un geniecillo tecno y malvado, con todo el rostro deformado (el cada vez más requerido Joseph Gordon-Levitt), y no falta el mismísimo presidente de los Estados Unidos, encarnado por Jonathan Pryce.

Algunos de los nombrados se convierten en los supervillanos que animarán próximas entregas de la saga y el director es Stephen Sommers, que en tiempos de Agua viva y la primera La momia supo tener un humor y espíritu de aventura hoy tan perdido, que aquello que antes parodió alegremente ahora lo narra con una seriedad al borde del ridículo.

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