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Jueves, 19 de agosto de 2010

CINE › LA MIRADA INVISIBLE, DIRIGIDA POR DIEGO LERMAN

En la base de la pirámide represiva

En su tercer largometraje, el director de Tan de repente se mete en el micromundo del Colegio Nacional de Buenos Aires en tiempos de la dictadura. Se trata de la versión cinematográfica de Ciencias morales, la premiada novela de Martín Kohan.

 Por Horacio Bernades

La equivalencia, la simetría, la metonimia son las figuras que estructuran La mirada invisible, versión cinematográfica de Ciencias morales, novela de Martín Kohan, publicada por Anagrama en 2007 y ganadora del premio Herralde. Coproducción entre Argentina, España y México, el opus 3 de Diego Lerman (realizador de Tan de repente y Mientras tanto) ganó el premio al mejor guión otorgado por el Instituto Sundance y la cadena japonesa NHK, fue parte de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes y el mes próximo competirá en la sección “Horizontes Latinos” del Festival de San Sebastián. Mientras que Ciencias morales comienza en abril de 1982 y transcurre en paralelo a la guerra de Malvinas, La mirada invisible –coescrita por Lerman junto a María Meira– se inicia un mes antes, finalizando donde la novela comenzaba. En ambos casos, el micromundo del Colegio Nacional de Buenos Aires funciona como representación a escala, confirmando que, como sostiene el prefecto, “la historia del colegio y la de la patria son una y la misma cosa”.

Ingenua y de limitada formación –ignora que unos años atrás, en el país en el que vive se libró una guerra sucia–, María Teresa Cornejo (Julieta Zylberberg, consagrándose definitivamente en su primer protagónico) parece una paracaidista, caída sobre el más elitista de los colegios argentinos. Veinteañera de clase media baja, carente de intereses o atributos visibles, el rostro de Marita –como la llaman la mamá y la abuela– es como una superficie en blanco. Superficie sobre la que ella imprime un rol o representación: el de guardiana del orden. El pelo tirante, el gesto hierático, la voz de mando aplicada en el momento justo: no es raro que el señor Biasutto (Osmar Núñez), jefe de preceptores o de represores, convencido de que la “guerra” aún no terminó, la observe con atención cuasi paternal. ¿O es algo más lo que lo mueve a observarla?

Posible doble de El custodio, en versión femenina, La mirada invisible narra el poder y la vigilancia desde su propia entraña, teniendo por protagonista uno de los escalones más bajos de la jerarquía. Como el guardaespaldas de Julio Chávez, la preceptora de Julieta Zylberberg es una represora reprimida (aquél sólo tenía relaciones ocasionales con prostitutas, ésta es lisa y llanamente virgen). Tan reprimida, tan poco autoconsciente del lugar que ocupa en la pirámide, que cuando lo descubra puede llegar a estallar. Como sucede con las cañerías de su casa, que de pronto se parten por la presión y sale un chorro. Al igual que la película de Rodrigo Moreno, la de Lerman luce tan autocontrolada como su personaje. Hasta el último detalle de la puesta en escena parece medido, sopesado, estudiado en función de lo que se quiere transmitir.

Los planos abiertos muestran a María Teresa siempre en función del espacio que la contiene. A su turno, los primeros planos se concentran en un doble juego de miradas: el que se tiende entre ella y Biasutto y el que la lleva, aunque intente evitarlo, hasta el alumno que le hace perder la cabeza. Siguiéndolo llegará hasta el baño de varones, donde la encargada de administrar disciplina terminará dando con el verdadero disciplinador. También como en El custodio, el fuera de campo se constituye en herramienta esencial. Las formaciones estudiantiles, la rigurosa toma de distancia, los uniformes, los dos dedos entre el borde de la camisa y el cabello, la vigilancia de cada preceptor, el silencio sepulcral que impone en cada aula el ingreso de un superior recuerdan que ese colegio es parte de una sociedad militarizada. Los ventanales de las aulas, fotografiados de modo que el exterior se refleje sobre ellos, metaforizan esa relación entre el adentro y el afuera.

En detalles nimios resuenan o se anticipan acciones mayores. Uno de sus alumnos comete una falta y María Teresa enrojece, como si ella hubiera sido la transgresora: ya llegará el momento en que lo sea. Con una Julieta Zylberberg dando todos los matices de un personaje que parece una bomba de acción retardada (y un Osmar Núñez inmejorablemente siniestro y relamido), el problema de La mirada invisible es que nada de lo que se dice o sugiere deja de ser obvio. Que toda institución fue, durante la dictadura, una dictadura en pequeño. Que los represores suelen ser reprimidos. Que la represión genera estallidos. Que, por más amables que quieran mostrarse, tarde o temprano los monstruos dejarán caer su careta. Difícilmente el espectador ignore alguna de esas cosas antes de entrar al cine. En ese sentido, La mirada invisible corrobora –con precisión y mesura, con elegancia y un final extemporáneo– lo que se sabía de antes. En el peor de los casos, el lugar común.

6-LA MIRADA INVISIBLE

Argentina/Francia/España, 2010.

Dirección: Diego Lerman.

Guión: D. Lerman y María Meira, sobre la novela Ciencias morales, de Martín Kohan.

Fotografía: Alvaro Gutiérrez.

Intérpretes: Julieta Zylberberg, Osmar Núñez, Marta Lubos y Gaby Ferrero.

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Julieta Zylberberg interpreta a la “represora reprimida”.
 
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