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Domingo, 5 de diciembre de 2010

CINE › JUAN JOSE CAMPANELLA HABLA DE METEGOL, SU NUEVO PROYECTO

“La animación es el primer género que nos gusta a todos”

Mientras concreta su viejo anhelo de hacer una película animada, el director de El secreto de sus ojos sueña con el momento de parar la pelota y ponerse a escribir su siguiente largometraje. “Ahora se me dificulta; la cabeza tiene que pensar más profundo y más despacio”, asegura.

 Por Emanuel Respighi

Por estos días, y al menos hasta 2012, el hombre que estuvo en la boca de todos en marzo pasado –cuando El secreto de sus ojos ganó el Oscar como mejor película extranjera– debe ser uno de las personas más informadas del país. Y no justamente porque a Juan José Campanella le sobre el tiempo. Tampoco porque le falte trabajo. De hecho, el director argentino más reconocido del momento se encuentra en la actualidad involucrado en cuatro proyectos audiovisuales diferentes. Sin embargo, desde hace algunos meses, el montajista, guionista, director y productor se convirtió a la fuerza en un prolífico lector de diarios de la Argentina y del mundo. Es que la realización de Metegol, su próximo film y el primero de animación que dirige, lo llevó a abrirse paso a una manera de trabajo tan fascinante desde la creatividad, como tediosa desde la producción. “Hacer una película de dibujos animados es como mirar secar pintura en la pared”, dice. “Dibujo el story board de cada toma en un papel, se lo paso a los chicos para que lo plasmen en la computadora y después me pongo a leer los diarios por enésima vez a la espera de que la pantalla me devuelva un pequeño movimiento de sólo unos segundos. ¡Es un proceso muy lento!”, se queja. De lleno, claro.

En medio de una de las tantas y agotadoras jornadas que desde mayo lo encuentran esclavizado en la sede de su productora, en Núñez, Campanella recibe a Página/12 con suma cordialidad e invita a pasar a su oficina. Ingresar al lugar en el que diariamente pasa más de diez horas puede confundir al observador distraído. Un pizarrón con dibujos a medio hacer, cientos de bosquejos de otros dibujos desparramados sin orden aparente por todo el escritorio y algunas cajas de películas de animación amontonadas sobre un costado transmiten la sensación de que se acaba de ingresar a una sala de una guardería infantil, jardín de infantes, o algo por el estilo. Pero no: ése es el microclima del estudio en el que el director de El hijo de la novia piensa y desa-rrolla Metegol, su próxima y arriesgada apuesta.

“Lo único que puedo adelantar –dice Campanella– es que el film cuenta la historia de un chico que tiene una relación muy personal y afectiva con su metegol, al punto que personalizó a sus jugadores. Es un crack jugando al metegol. El punto es que el chico va creciendo, entonces esa habilidad deja de ser atractiva y simpática, y él se convierte en un tamaño loser. La aventura comienza cuando llega a su pueblo un tipo que es una súper figura mundial de fútbol, que viene a vengarse porque en su niñez había sufrido una humillación a manos de este chico. Y lo hace comprando todo y, finalmente, desguazando el metegol. La película contará la historia de este chico intentando juntar a todos los jugadores del metegol, los cuales cobrarán vida por unas extrañas cosas que ocurren.”

–¿Cómo se involucra un director con su trayectoria en un proyecto de animación como Metegol, que requiere de un proceso de producción y realización diferente del que está acostumbrado?

–Yo hago todo lo que hago en un largo tradicional. Las tomas y la puesta de cámara las diseño yo, con la ayuda de los artistas de story board. Las voces de los actores también las dirigí. Las actuaciones físicas las actuamos con los animadores y las corregimos con lo que el dibujo nos va devolviendo. El problema es que el proceso para lograr todo eso es distinto. En una película de actores, dibujo así nomás las tomas y después voy y las filmo. Esa filmación es una experiencia social, en la que la devolución de lo que se grabó puede verse al instante. En una película animada, en cambio, el trabajo se hace todo sobre papel: hace seis meses que estamos trabajando y no vi ni un metro de la película. Estoy haciendo una película sin verla. Estoy tomando decisiones de montaje muy concretas antes de filmar, al revés de los que me indica mi training de montajista. Es un trabajo estimulante por las inseguridades que me amerita.

–¿Por qué decidió hacer ahora una película de animación? Supuestamente es un proyecto de vieja data.

–Hace casi cuatro años que venimos desarollándola. El de animación es un género que siempre me encantó y que ahora veo mucho junto a mi hijo. Comparto con el resto del mundo que el de animación es el primer género que nos gusta a todos. ¡A mí me duró mucho más que al resto de la gente! Desde que salió La sirenita y hubo esta especie de renacimiento de la animación, que a los adultos nos pega desde un nivel más mítico, no puedo dejar de ver todo lo que se hace en el género. El surgimiento de la animación 3D, además, hizo que la animación comenzara a encimarse con mi esencia, que es la de la posproducción. Es un género que me permite hacer cosas que el cine tradicional no me posibilita, cuento otro tipo de historias, con otra estructura del relato, e imaginativamente estoy usando músculos que hasta ahora no había usado nunca.

–¿Cómo cuáles?

–Generalmente, en mis películas soy el único parámetro: hago lo que me gusta a mí. En Metegol, en cambio, tengo que ponerme también en la cabeza de un chico, para pensar qué va a entender de tal escena, hasta qué punto puedo jugar con la ironía, con el sarcasmo, con el doble sentido. Es una responsabilidad. En un film para chicos, cada escena es una decisión artística, pero también ética y moral. Por ejemplo: al pensar en chicos, uno supone que el malo debería ser bien malo, pero instintivamente nos sale que el malo tenga algo que lo humanice. Y todavía nos preguntamos si está bien que el malo tengo algo rescatable, o para un chico está bien que las diferencias entre los malos y los buenos sean claras. Esas son preguntas que en un film de actores para adultos uno no se las hace.

–¿Y a qué conclusión llegó?

–Que el malo tiene que ser malo. Pero Metegol no es una película de villanos con poderes sobrenaturales. Son villanos de la vida real hechos en dibujitos. Es una película de público transversal, desde los 8 años en adelante. Igual, con los chicos nunca se sabe. Mi hijo tiene 3 años, con Toy Story 3 se aburrió y Mi villano favorito le encantó. Metegol tiene una sensibilidad más ligada a Toy Story o Shrek. De todas maneras, creo también que se trata de un género que está estirando los límites. Creo que los de Pixar, por ejemplo, están exagerando. Ya no hacen películas para chicos. No les puedo perdonar los primeros 15 minutos de Up. Si los hubiese hecho yo, me matan. Pero no los haría nunca: es un golpe bajo detrás de otro. No se quedaron con golpe bajo por hacer. Y las películas de Dreamworks, en cambio, tienen más de farsa y de doble sentido. De todas maneras, no estoy fijándome si Metegol es más Dreamworks o más Pixar. Me equivocaría si pensara de esa manera. En Metegol hago lo que siempre hice: hacer la película que me gustaría ver a mí.

–Sus películas suelen dedicarles un rol protagónico a los sentimientos de los personajes, a partir de la sensibilidad de los actores. ¿Cómo trabajó ese aspecto con los dibujos animados? ¿Favorecen esa búsqueda permanente que signa su cine?

–Es la primera película de animación que hago y vi muy poquito como para hacer una evaluación. Lo que me pasa a mí, a través de los resultados de otros, es que yo recibo el mismo poder emotivo de Woody en Toy Story que el que recibo de Tom Hanks en cualquiera de las películas que protagonizó. Lo que se modifica es el proceso que hace un director para lograrlo: mientras que con un actor hablo con él para que ponga su talento al servicio de una escena, en una película de dibujos es el animador el que pone toda la expresión, la cara, los gestos. El nivel de actuación en el cine animado llegó a una impresionante sofisticación. El cine de animación no admite la mediocridad, tiene un standard de calidad muy alto.

–¿Y el cine nacional está en condiciones de satisfacer ese estándar?

–Yo nunca compré la idea de que por ser nacional es bueno. Y en este género creo que ni siquiera se aplica. En el cine de actores, en cambio, hay un changüí que el público argentino le puede dar a la película. No creo que ocurra lo mismo en el cine de animación. Además, el público objetivo de una película animada son los chicos. Y a los chicos les interesa tres pepinos de dónde viene una película. No tienen nacionalidad cinéfila, ni arrastran mochila alguna, ni buena ni mala. Si les gusta una peli, la ven; si no, cambian o se ponen a hacer otra cosa. Su reacción es genuina y a flor de piel.

Oscar, alegría y después

Las nominaciones al Oscar de El hijo de la novia y de El secreto de sus ojos convirtieron a Campanella en el primer cineasta argentino en competir en dos ocasiones por el premio que entrega la Academia de Cine y Artes Audiovisuales de Hollywood. Cuando recibió la estatuilla de las manos de Pedro Almodóvar y Quentin Tarantino a comienzos de año, la fantasía sobre las posibilidades que se le abrirían a futuro fueron infinitas. Sin embargo, el director señala que en lo personal el Oscar no lo cambió “en absolutamente nada” y que sigue haciendo las mismas cosas que antes.

–¿Y en lo profesional? ¿Sintió que en algún aspecto el Oscar tuvo algún tipo de influencia?

–En lo concreto, el Oscar modificó la circulación de la película como el día y la noche. El secreto de sus ojos se vio en todo el mundo, con mucho éxito. El Oscar fue un gran disparador, porque no sólo provoca que los distribuidores la estrenen, sino también que el público la vaya a ver. Lograr que una película argentina convoque espectadores en otros lugares no resulta sencillo. La promoción a nivel mundial que un Oscar le da a una película no la da ningún otro premio, ni la combinación de distintos premios. En Francia, por ejemplo, casi llegó al medio millón de espectadores; en Estados Unidos fue la película extranjera que mejor funcionó desde La vida de los otros.

–Pero seguramente el premio incrementó las ofertas de trabajo.

–Lo que varió es que recibí bastantes más ofertas para dirigir películas en el exterior, aunque no sé si provocadas por el Oscar en sí. Creo que lo que provoca el premio es que muchos productores y/o directores hayan visto la película, y a partir de ella el resto de las que hice, y después me hayan tenido en cuenta para algún proyecto.

–¿Y aceptó alguna? No debe ser fácil decir que no a películas con presupuestos infinitamente superiores a las que puede filmar aquí.

–No acepté ninguna. El único proyecto que hago en Estados Unidos, Heck, me lo propusieron antes del Oscar, a través de una compañía que me había conocido por El hijo de la novia. Es una sensación rara: uno no entiende cómo tiene los cojones, o la impunidad, o el mal tino, de decirle no a Sam Raimi por teléfono.

–¿O sea que hasta el momento no pudo aprovechar las consecuencias positivas de haber obtenido un Oscar?

–No, porque lamentablemente son proyectos muy grandes los que me ofrecen, pero que no terminan de cerrarme. El cine que me despertó las ganas de hacer cine ya no lo hacen más. El cine americano de los ’70, las películas de Sidney Lumet, de Milos Forman, de Martin Scorsese... Ese cine no se hace más. La mayoría de las propuestas que recibo son guiones de acción, de superhéroes, que no me sale hacer en este momento.

–Ni siquiera le interesa para jugar...

–Me encantaría hacer una buena película de acción. Una que leí con mucho interés fue el reebook de Los cuatro fantásticos. Sé que a las anteriores no les fue muy bien y que es el primo tonto de la Marvel, pero a mí me encantaban cuando era chico. Hubiese sido divertido, pero el guión no me gustó. No tenía problemas con el género: un buen guión dentro de ese género, como Terminator, lo agarro saltando en una pata. Pero no fue el caso. En general, la calidad de los guiones que recibí era floja, o no satisfacía mis necesidades. Incluso, en algunos casos estaban abiertos a que trabajara en el guión, pero lamentablemente no tengo tiempo para ello.

–Y en lo personal, ¿cómo lo afectó el Oscar?

–Todavía estoy dilucidándolo. Me hubiera gustado poder parar. No para disfrutarlo, sino para descansar y pensar el futuro. Todo El secreto de sus ojos fue tremendo, desde su comienzo de factura hasta el final. La promoción para el Oscar me agarró después de tres meses de mucho laburo, porque había aceptado hacer tres capítulos de series al hilo, de Dr. House y La ley y el orden, con lo que se sumó un cansancio físico importante. Necesito parar un poco el acelere con el que vengo desde hace un par de largos años para poder escribir el guión de la próxima película. Escribir requiere de otra energía, uno necesita parar un poquito y tener tiempo improductivo: la cabeza tiene que pensar más profundo y más despacio. En las condiciones actuales se me dificulta la escritura. Cuando uno viene resolviendo cosas todo el tiempo como con Metegol y el resto de los proyectos, la cabeza funciona en un sistema muy diferente al que necesito para escribir.

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“El Oscar no me cambió en absolutamente nada.”
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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