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Jueves, 24 de febrero de 2011

CINE › 127 HORAS, DE DANNY BOYLE, CON JAMES FRANCO

La mano en la trampa

El realizador de Slumdog Millionaire narra la odisea de un escalador atrapado en la montaña con un paroxismo formal propio del pop art, que se corresponde con un personaje excesivo y desbordante.

 Por Horacio Bernades

¿Existen las tragedias pop? La vida de Brian Wilson, las frustradas predaciones de Wile E. Coyote y la serie Flash-November 22, 1963, entre otras obras de Andy Warhol, demuestran que sí. También 127 horas, con la que el británico Danny Boyle vuelve a hacerse presente a la hora del Oscar, tras haberse llevado (casi) todos un par de años atrás, gracias a la nefasta Slumdog Millionaire, ¿quién quiere ser millonario? Esta vez las nominaciones son seis, incluyendo película, actor protagónico, guión adaptado y edición. Aunque curiosamente ni dirección ni fotografía, junto con la edición, son los rubros más destacados de la película. ¿Pero cómo puede ser nefasta aquélla y ésta buena, si en ambas el realizador de Trainspo-tting aplica la misma parafernalia visual de luxe, sobre temas a primera vista poco aptos? Básicamente, porque en un caso Boyle usó la miseria del país más miserable del mundo como marco para una colorida fabulita de amor y éxito. En esta ocasión se trata, en cambio, del accidente, aparentemente terminal, de un solitario escalador amateur, que queda atrapado contra una roca. Y a diferencia de ser un chico de la calle en la India –testigo y víctima de la esclavitud sexual, el abuso infantil y la tortura– escalar es algo que se elige.

Esa asunción del riesgo y sus consecuencias permite al protagonista de 127 horas encarar su circunstancia con un optimismo, un espíritu, un sentido del humor que en términos lógicos pueden sonar a delirio. En el campo estético, a esa disposición de espíritu suele llamársele pop, onomatopeya que Boyle viene pronunciando reiteradamente a lo largo de su carrera. Tal como contó el explorador amateur Aron Ralston en su libro Between a Rock and a Hard Place, en abril de 2003, durante uno de sus fines de semana a pleno sol en el desierto de Utah, su mano derecha quedó atrapada bajo una roca. Ralston se hallaba en medio de un cañadón desolado y prácticamente inaccesible, sin provisiones ni posibilidad de escape. Pero que la película se llame 127 horas hace pensar que la encerrona podría no ser para siempre. El título plantea al espectador, además, un desafío casi deportivo, que lo pone en pie de igualdad con el héroe. El de-safío de asistir a una hora y media que consistirá –a partir del cuarto de hora, al menos– en un tipo forcejeando contra una roca imposible de doblegar.

Ese desafío, esa voluntad de encarar un tour de force narrativo, emparientan la película de Boyle (que adaptó el libro de Ralston junto a Simon Beauffoy, guionista de Slumdog Millionaire) con La escafandra y la mariposa, en la que el héroe queda reducido al movimiento de un ojo, o Enterrado, que se limitaba al encierro de un tipo bajo tierra. Las armas de Enterrado para mantener el interés del espectador eran la intensidad y la fijeza. Más en línea con las de La escafandra..., las de 127 horas consisten en un exuberante frenesí imaginativo y visual. Asistido por dos notorios cultores del lujo fotográfico –su brazo derecho Anthony Dod Mantle y Enrique Chediak, proveniente del cine indie– y con el indio A. R. Rahman bombardeando la banda de sonido con lo que tal vez puedan llamarse tecno-ragas, desde un primer momento Boyle narra lo ínfimo –los preparativos de Ralston antes de la excursión, el viaje en 4 x 4 hasta Utah, el trecho en bici, su caminata bajo el sol– mediante un paroxismo pop de pantallas divididas, reencuadres, ralentis, cámaras en mano, imagen de video, texturas variables, un paisaje artificializado a fuerza de tonos saturados y encuadres que incluyen hasta la subjetiva de un termo.

¿Exceso, artificio, manierismo a todo trapo? Desde ya. Pero debe tenerse en cuenta que –tal como lo interpreta, al menos, el eléctrico James Franco– el protagonista es un tipo tan excesivo, quimérico y desbordante como la estética con la que Boyle lo aborda. Sin renunciar al artificio (durante esos cinco días Ralston es asaltado por un tsunami de flashbacks, sueños y fantasías), Boyle narra esa sobrevivencia imposible (no hay forma de que la roca ceda, la provisión de agua se agota, la comida consiste en unas barritas de cereal), poniendo atención sobre el detalle mínimo (el intento de armar sistemas de palancas y poleas, el movimiento infinitesimal de un dedo, el pis guardado como sustituto del agua).

Esa convivencia con el héroe, su voluntad de no bajar los brazos pese a todo, hacen crecer la intensidad y el compromiso con su suerte. El último recurso redobla el desafío para el espectador, al obligarlo a plantearse hasta dónde está dispuesto a ver. Haciendo uso de su navajita de bolsillo, Ralston tiene la idea –tan loca y lógica como las del Coyote, que predaba por esa misma zona– de deshacerse del brazo aprisionado, liberándose para siempre de sus cadenas de roca. Sobreponerse a la tragedia, en suma: difícilmente en un film de Hollywood no suceda esto.

7-127 HORAS (127 Hours, EE.UU./Gran Bret., 2010)

Dirección: Danny Boyle.

Guión: D. Boyle y Simon Beaufoy, sobre libro de Aron Ralston.

Fotografía: Enrique Chediak y Anthony Dod Mantle.

Música: A. R. Rahman.

Intérpretes: James Franco, Kate Mara, Amber Tamblyn, Sean Bott y Treat Williams.

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El deportista amateur Aron Ralston (James Franco) encara su circunstancia con un optimismo delirante.
 
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