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Viernes, 8 de abril de 2011

CINE › SERBIA Y URUGUAY EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL

La melancolía como tema

Si hubiera que buscar algo en común entre Tilva Ros y La vida útil sería la melancolía, producto de la caída de sendas economías: la minera, en el caso del film serbio, y la cultural, en el uruguayo.

 Por Horacio Bernades

La vida útil hace un elogio del voluntarismo tan pudoroso como encendido.

El cine de los Balcanes y el uruguayo son este año puntos fuertes de la Competencia Internacional del Bafici, por lo cual no extraña que sean películas de esos orígenes las que inauguren la sección de cabecera del festival. Por un lado, el film serbio Tilva Ros, al que en los próximos días se le sumarán un film búlgaro y dos procedentes de Grecia. Por otro, La vida útil, opus 2 de Federico Veiroj, realizador de Acné, precediendo la presentación, en la misma sección, de Norberto apenas tarde, ópera prima del montevideano Daniel Hendler. Si hubiera que buscar algo en común entre Tilva Ros y La vida útil sería la melancolía, producto de la caída de sendas economías: la minera, en el caso del film serbio, y la cultural, en el uruguayo. En el primer caso, la melancolía se resuelve mediante la disociación generacional y lo que podría llamarse “violencia recreativa”. En el segundo, en correspondencia con el área en que se genera (la de la cultura cinéfila de antaño), la melancolía se cura con el sueño, la ilusión, la incorporación a la vida cotidiana del mundo de la representación.

“En serbio, Tilva Ros quiere decir ‘Colina roja’, porque eso es lo que había acá antes”, comenta uno de los protagonistas, parado sobre una pendiente de piedra y escombro. Al fondo, el esqueleto de lo que alguna vez fue una mina. De allí en más, la película escrita, dirigida y editada por Nikola Lezaic no dejará de confrontar esos dos mundos: uno, en estado de extinción; el otro, jugando con la posibilidad de su propia disolución. Los protagonistas son dos skaters que van a separarse: uno de los dos irá a estudiar a la ciudad y el otro, hijo de un ex minero, no sabe muy bien qué hacer con su vida. Mientras tanto, patinan, junto con su grupo de amigos, en las inmediaciones de esas ruinas que alguna vez fueron motor de la economía de la zona. Patinan y, cada tanto, se entregan a juegos de riesgo extremo, que parecen salidos de la serie Jackass. Uno se tira desde un muro de cinco metros de altura, para ver qué onda. Juegan a ponerse un tacho en la cabeza y darse con un palo, se clavan agujas bajo la piel, se pasan ralladores sobre las heridas, van acostados sobre el techo de un auto (tipo Zoe Bell en A prueba de muerte) o hacen pedazos el auto de uno de ellos, a puros golpes de pico.

Mientras tanto, los mayores de la zona convocan a manifestaciones antiprivatización a las que no va nadie. Una de las dos películas “de skaters” que presenta la Competencia Internacional del Bafici (la otra es la griega Juventud malgastada), es posible que de a ratos Tilva Ros haga demasiado evidente la confrontación de la que quiere hablar. Pero no comete el pecado de moralizar, no se pone por encima de sus personajes, no los condena ni desautoriza. Antes bien, comparte sus juegos, por locos o inexplicables que parezcan a simple vista. La vida útil comienza con un cartel que aclara que la película no documenta las actividades de Cinemateca Uruguaya ni de la gente que trabaja allí. OK, no será un documental, pero lo parece. Al menos en su primera parte. El crítico cinematográfico Jorge Jellinek interpreta a Jorge, miembro de Cinemateca Uruguaya, benemérita entidad dirigida aquí por un tal Martínez, a quien encarna Manuel Martínez Carril, mítico director de esa institución. Toda la primera parte está filmada en las instalaciones de Cinemateca Uruguaya, con los miembros del personal haciendo de sí mismos y documentando los rituales que caracterizan su funcionamiento. Producto de las restricciones presupuestarias, todos hacen todo: Martínez lee los intertítulos de un film mudo y Jorge presenta las funciones, graba en un grabador antediluviano los mensajes que emitirán los altoparlantes de sala y hasta repara las desvencijadas butacas.

Pero una apología de la mentira que Jorge improvisa frente a un público de estudiantes de derecho corta en dos la película y hace manifiesto que La vida útil, por muy documental que parezca, no lo es. El corte se consuma con toda una parte final en la que Jorge –que, como todo cinéfilo, dedicó su vida a las fantasías ajenas– logra convertir la suya en una de esas fantasías, que parece escapada de un viejo musical de Hollywood. En La vida útil, forma y contenido son la misma cosa. Así como documenta la restricción económica desde esa misma restricción (en blanco y negro y con formato de cuadro cuadrado), la película de Veiroj hace un elogio del voluntarismo tan pudoroso como encendido, convirtiéndose en lo más parecido al cine primitivo que se haya visto en mucho tiempo. Dicho esto tanto en términos de forma como de espíritu: la escena en la que Jorge, llorando en un transporte público por la caída de todo un sueño, debe reprimir su llanto ante la mirada reprobatoria de otro pasajero es tan honda, genuina y conmovedora como podía serlo en un melodrama mudo de Murnau. Ya vendrán después el musical, el cuento de hadas, el boy-meets-girl, para arrancar a Jorge de esa pena, haciendo de él lo que hasta entonces sólo había osado soñar.

* Tilva Ros se verá el sábado 9 a las 16.30 y el lunes 11 a las 20.30, en ambos casos en el Atlas Santa Fe 1. La vida útil, el sábado 9 a las 17.30 en el Hoyts 9, y el lunes 11 a las 18.15, en el Atlas Santa Fe 1.

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