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Viernes, 13 de mayo de 2011

CINE › HOY SE EXHIBE LAS ACACIAS, úNICO LARGOMETRAJE ARGENTINO EN EL FESTIVAL

Road-movie de sentimientos callados

La ópera prima de Pablo Giorgelli compite en la Semana de la Crítica, pero también puede aspirar a la Cámara de Oro para los cineastas debutantes. Además, ayer comenzó la sección Una Cierta Mirada con Restless, la nueva película de Gus van Sant.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Un camión, una ruta, tres personajes. Eso es todo lo que necesita Las acacias para animar al espectador a subirse a un viaje de descubrimiento, que recorre de norte a sur casi medio país, pero cuyo paisaje central son los rostros curtidos, los sentimientos callados, las emociones silenciadas. Unico largometraje argentino presente en Cannes, la ópera prima de Pablo Giorgelli (un egresado de la Universidad del Cine que hasta ahora se desempeñaba como montajista) se exhibe hoy en el marco de la 50ª edición de la Semaine de la Critique. Allí compite con otros seis films por un premio que discernirá un jurado presidido nada menos que por el gran cineasta coreano Lee-Chang-dong. En un marco mayor, Las acacias también puede aspirar a la Cámara de Oro, un premio transversal que atraviesa todas las secciones de Cannes, desde la competencia oficial hasta la Quincena de los Realizadores, y cuyo jurado (presidido por otro realizador coreano, Bong-Jong-ho) recompensa a la mejor ópera prima entre los 23 debuts que tiene para ofrecer este año el festival.

El recorrido de Las acacias comienza bien al norte, en un aserradero en Paraguay, donde un camionero seco y taciturno se apresta a transportar su carga. Pero los enormes maderos que soporta el acoplado de su imponente Scania rojo no será lo único que deberá entregar en Buenos Aires. Por una imposición de su patrón, en las afueras de Asunción deberá tomar como pasajera a una mujer. “Nadie me dijo que iba a venir también con un bebé”, se queja el camionero, acostumbrado a atravesar la ruta en soledad. Ahora ya no podrá fumar tranquilo en su cabina, mientras va rumiando sus pensamientos: la beba llora cuando tiene hambre y hay que parar para preparar una mamadera caliente o para cambiar los pañales...

Al principio ese hombre y esa mujer ni siquiera pronuncian sus nombres. Ella necesita hacer el viaje y él está obligado a llevarla. Pero poco a poco se irá rompiendo esa barrera invisible entre ellos. El sabrá encontrar en ella una belleza escondida, cuando la vence el sueño y descubre que detrás de su gesto adusto y preocupado hay una mujer hermosa, que quizá tuvo hasta ahora una vida difícil. La de él tampoco parece haber sido fácil: “La última vez que vi a mi hijo fue hace ocho años”, es una de sus pocas confesiones. “Mi hija no tiene padre”, sostiene a su vez ella, con una mezcla de rabia y orgullo. Para cuando estén llegando a destino, habrán aprendido a dejar de desconfiar el uno del otro para convertirse en lacónicos pero solidarios compañeros de viaje. Alguna frase final, tal vez innecesaria, quizá sea la única nota falsa de una película esencialmente honesta, sincera.

Road-movie de estructura simple y lineal, construida básicamente a través de miradas y silencios, Las acacias encuentra en German de Silva (El asaltante, Ocio, Un mundo misterioso) y la debutante Hebe Duarte dos intérpretes ideales, por la verdad con la que alimentan a sus personajes, como si cada uno cargara sobre sus espaldas con una pesada mochila de historias que no cuesta demasiado leer en sus ojos cansados. Con la beba Nayra Calle Mamani, por su parte, el debutante Giorgelli consigue un pequeño milagro de dirección: que cada una de sus miradas sea expresiva sin condescender nunca a la sensiblería o la extorsión sentimental. Cannes recién comienza, pero habrá que ver cómo termina este primer, promisorio viaje de Las acacias.

Por su parte, la sección oficial Un Certain Regard (Una cierta mirada) abrió ayer con Restless, la nueva película de Gus van Sant, un abonée de Cannes, donde ganó la Palma de Oro 2003 por Elephant, y que ahora vuelve fuera de competencia. Una vez más, el director de Mi mundo privado y Paranoid Park regresa a su tema predilecto: la angustia adolescente, con toda su carga de energías en conflicto, siempre jugando con los bordes de la vida y de la muerte. “No tengo ropa de colores brillantes”, se justifica el protagonista, el joven Enoch, interpretado por Henry Hopper, hijo de Dennis Hopper, a quien está dedicada la película. Unico sobreviviente del accidente automovilístico en el que murieron sus padres, Enoch intenta entender qué puede esperar de su vida asistiendo sistemáticamente a distintos funerales de desconocidos. Es en uno de estos funerales que conoce a Annabel (Mia Wasikowska), una chica de su edad, que no tardará en confesarle que tiene un cáncer y que no le quedan mucho más que unos pocos meses de vida.

Lejos del melodrama convencional, estos adolescentes se embarcarán en una serie de juegos y representaciones casi infantiles, que no excluyen por supuesto un costado inevitablemente oscuro, dotando a la película de una vitalidad no por contradictoria menos intensa. Esta extraña relación de pareja, que un memorioso cinéfilo porteño asoció con la que Frank Perry imaginó para David y Lisa (1962), encuentra uno de sus mejores momentos cuando Enoch y Annabel imaginan el momento de la muerte de ella y la ponen en escena, como si se tratara de una anacrónica pieza teatral romántica. Allí Van Sant juega con los límites de su propia película: hay un evidente metatexto cuando al final de la escenita, ambientada como si fuera una amanerada versión de La dama de las camelias, Enoch se queja de que “la música, los pajaritos... todo es ñoño, cursi, sensiblero”.

Aunque se trata de un Van Sant menor, que no está a la altura de la radicalidad de películas como Gerry o Last Days, es imposible sustraerse al magnetismo de las imágenes de su director de fotografía habitual, Harry Sabides, o a la excentricidad de personajes como el kamikaze japonés (Ryo Kase), una suerte de fantasma que aparece solamente en la imaginación de Enoch para recordarle, mientras se escucha “Two of Us”, de Los Beatles, que “morir es fácil, más complicado es amar”.

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CANNES
La barrera invisible entre los protagonistas de Las acacias se rompe hacia el final del film.
 
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