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Viernes, 2 de septiembre de 2011

CINE › CINE AL FIN, DOCUMENTAL DE MERITXELL SOLER Y JULIAN VAZQUEZ

Salas que el viento se llevó

 Por Horacio Bernades

7

CINE AL FIN
(Cinema a la fi, España/Argentina, 2010)

Dirección, guión y edición: Meritxell Soler y Julián Vázquez.
Producción: Ventura Pons, Julián Vázquez y Jordi Ambrós.
Fotografía: Julián Vázquez.
Se exhibe en el Cine Cosmos, hasta este domingo a las 20 y desde el jueves 8 al domingo 11 a las 18.

“Todo acaba así”, dice el viejo dueño, administrador, cajero y, seguramente, boletero del muy barrial Cine Alhambra, cuando su interlocutora le cuenta que otro cine, ubicado a decenas de miles de kilómetros de allí, inmensamente más grande que el suyo, será tirado abajo para dar lugar, se supone, a un shopping. Antes de que todo acabe, la catalana Meritxell Soler viajará hasta el confín más austral del planeta en busca de una sala de cine que tal vez sobreviva. De allí el título de este documental hispano-argentino (¿o debería decirse catalán-argentino?), dirigido por la catalana Soler y su pareja argentina, Julián Vázquez. Cine al fin. Al fin de cuentas, al fin del mundo, ¿al fin del cine?

Soler es sorda, o casi. Quedó así tras un raro accidente, o virus, sufrido durante su primer viaje a Buenos Aires, a mediados de la década pasada, cuando vino a estudiar cine (en la escuela que dirige Eliseo Subiela, daría la impresión, dado un cameo del director de Pequeños milagros). A falta del oído queda la vista. Tal vez por eso lo primero que se oye en off, en la voz de la correalizadora, es la referencia a un blanco que, de tan radiante, enceguece. Como la referencia tiene lugar frente a una pantalla de cine (la del Alhambra, única sala de La Garriga, pequeño pueblito vecino de Barcelona), el espectador supone que esa blancura será la de la pantalla. Al final de la película, al final del viaje emprendido por la realizadora (y protagonista: Cine al fin es un documental en primera persona), todo es pura nieve. Soler ha ido a parar a Tierra del Fuego, donde aún sobrevive un cine, llamado Packewaia, que logró renacer a militares, incendios y el hundimiento del Titanic. “Aquí, las imágenes las proyectan acá”, dice Soler y abre los brazos, mostrando otro blanco radiante, el de la pura nieve.

El viaje de La Garriga a Bahía Lapataia tiene una primera escala en Buenos Aires y otra en El Bolsón. Allí nació Julián Vázquez, correalizador, coguionista, coeditor y fotógrafo de Cinema a la fi (producida por el conocido realizador Ventura Pons, la película está enteramente hablada en catalán, con subtítulos en castellano). Ambas paradas son líricas, melancólicas, memorables. En Buenos Aires, Vázquez filma a Soler en el interior del cine América, monumento vivo a la sustitución del cine por la nada. Allí no quedan pantalla ni butacas. Soler se sienta en lo que alguna vez fue la platea y Vázquez planta la cámara en las últimas filas del superpullman, de tal modo que la pequeñísima figura de la mujer parece perdida en medio de un desierto. Desierto mucho más árido y gélido que aquellas desoladas extensiones fueguinas.

En El Bolsón, Soler se pasea entre las ruinas de un cine que se prendió fuego. Entre las ruinas, un rollo de celuloide. Pegado al rollo, un tronquito que hizo raíz y se adhirió. “Ya tengo mi película arraigada”, piensa Soler en voz alta, y se va. De vuelta en La Garriga, la reciben las puertas tapiadas de las viejas casas, los carteles que anuncian próximas urbanizaciones: la burbuja inmobiliaria, el mundo antes del último crac. O el penúltimo: no es el cine lo único llamado a finalizar.

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