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Jueves, 11 de abril de 2013

CINE › UNA MANERA DE NO PERDER EL RUMBO EN EL BAFICI

Hoja de ruta

Las opciones abundan, y por eso es necesario encontrar un hilo que recorra esas ofertas que no hay que dejar pasar. Aquí se ofrece un recorrido heterogéneo, pero alimentario, que sirve para las jornadas de hoy y mañana en el Festival de Cine Independiente, pero también para lo que vendrá.

 Por Luciano Monteagudo

Opciones, en el Bafici, siempre hay muchas. Algunos desagradecidos incluso se quejan y dicen que son demasiadas. Otros, despectivos (como algún animador radial), dicen que Kitano y Kiarostami parecen nombres de tintorerías. En todo caso, a veces lo que hace falta es una hoja de ruta, una suerte de mapa que ayude a atravesar el programa y encontrar lo que cada espectador supone que será de su interés. Aquí van algunas sugerencias –muy heterogéneas– para hoy y mañana, que pueden servir también para días subsiguientes, considerando que todavía queda todo el festival por delante.

- Centro histórico reúne cuatro cortos de sendos maestros (el finlandés Aki Kaurismäki, el español Víctor Erice y los portugueses Pedro Costa y Manoel de Oliveira) y forma parte de un proyecto mayor, dedicado a celebrar a la ciudad portuguesa de Guimaraes como capital de la cultura europea 2012. Lejos de ser una mera conmemoración institucional, los films de cada uno de estos directores tienen el vuelo, la libertad y la impronta personal que se espera de cada uno de ellos. El más simple es el último, O conquistador conquistado, en el que el centenario Manoel de Oliveira descubre que el bravo guerrero que le dio su nombre a la ciudad y sentó las bases de lo que luego sería el reino de Portugal ahora, perpetuado en el bronce, es víctima de los flashes como flechas de los insensibles turistas. El de Kaurismäki, O tasqueiro, es otra de sus pequeñas, deliciosas fábulas sobre la soledad, en este caso la de un tabernero del pueblo que no consigue novia ni clientes. El de Erice, Vidrios partidos, es un sentido homenaje a los trabajadores de una vieja fábrica abandonada de Guimaraes, donde generaciones de habitantes de la ciudad vivieron y sufrieron. Delante de una fotografía mural de principios del siglo pasado, donde se ven las caras de desesperanza de muchos de esos trabajadores en una pausa para el almuerzo, el director de El espíritu de la colmena recoge los testimonios de algunos de ellos, un poco a la manera del documentalista brasileño Eduardo Coutinho, en la medida en que se confunden trabajadores reales con actores que interpretan sus recuerdos.

Sin embargo, el más potente de los cuatro segmentos es Lamento de vida jovem, donde Pedro Costa reencuentra a Ventura, su personaje de la colosal Juventude em marcha (2006), un caboverdiano empobrecido y alienado por una dura vida de trabajo en Fontainhas, el suburbio de los inmigrantes en Lisboa. Al comienzo, amigos y parientes de Ventura lo buscan en un descampado, en una noche oscura y encantada. La cámara lo encuentra, sin embargo, en el montacargas de un hospital, como si Ventura hubiera escapado de su cama de enfermo para entregarse a un diálogo con un soldado que no es otra cosa que un fantasma. Entre ambos discurren (en off, como si se comunicaran a través de sus conciencias) sobre los trabajos y los días y la desgracia de nacer pobre en un país de aspiraciones coloniales, como fue Portugal. Hay algo profundamente inquietante en ese diálogo de “muertos vivos”, como si en Ventura reencarnara ahora el espíritu de I Walked with a Zombie (1943), de Jacques Tourneur, pero en clave contemporánea.

- Like Someone in Love, de Abbas Kiarostami, fue filmada íntegramente en Japón, con actores japoneses. Pero no por ello deja de ser una típica película del director de El sabor de la cereza, por la delicada complejidad que se esconde detrás de una historia engañosamente simple y por su virtuosa puesta en escena, que lo confirma como uno de los grandes autores contemporáneos. Hay algo –un eco– de las historias de Yasunari Kawabata en ese profesor ya viudo y anciano, que después de una cita con una call girl casi adolescente –con quien quizá ni siquiera ha llegado a tener sexo– parece volver a sentir eso que alguna vez llamó amor. El film narra apenas veinticuatro horas en la vida de estos personajes, pero Kiarostami –autor del guión– se las ingenia para que el espectador sienta que los conoce de casi toda una vida. Y que casi podría mudarse con ellos: al taxi en el que la chica acude a la cita; al auto en el que el profesor intenta devolverla a la ciudad; o al pequeño, pero cálido departamento en el que el anciano vive sus últimos años de soledad y que, de pronto, se ve sacudido por un hecho inesperado.

- En el último Festival de Cannes, el mexicano Carlos Reygadas se separó del resto de sus competidores del concurso oficial con Post tenebras lux, un film de una radicalidad absoluta, que le valió no pocos abucheos en la función de prensa. El director de Japón (2002) y Luz silenciosa (2007) seguramente contaba con ello, teniendo en cuenta su condición de provocador nato. Una familia de la alta burguesía urbana vive en una lujosa casa en medio de la naturaleza, como si ese Edén rural les asegurara la armonía que el matrimonio no consigue como pareja. Pero la violencia, en diferentes formas, no tardará en manifestarse, al punto que hasta una suerte de diablo animado –que recuerda un poco a los espectros de ojos rojos de El hombre que solía recordar vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul– se da un par de vueltas por la casa, como para asegurarse de que todo termine mal.

La visión que tiene Reygadas de la sociedad mexicana no es precisamente la mejor, no importa si sus personajes pertenecen a una aristocracia indiferente y extranjerizada o a la clase trabajadora más violenta y embrutecida. Y, por cierto, cuesta ver la luz después de las tinieblas, como propone el título de su nueva película. Pero el mérito de su película está en evitar toda tentación sociológica, al punto que Post tenebras lux es casi, antes que un film, una suerte de objeto de arte conceptual, donde la narrativa –si la hay– por completo es secundaria. Reygadas propone una suerte de raro espejo deformante, al punto que la imagen muchas veces aparece biselada: “En todos los planos rodados en exterior utilizamos este desenfoque en los bordes, pero nunca en el centro y nunca en las escenas de interior”, explicó Reygadas. “Se trata de una cuestión de estética. Es la mirada con la que examino la vida, en cierta medida es como ver doble. La vida aparece ligeramente transformada en esta película”.

- En una filmografía que se caracteriza por el recogimiento y la introspección, El diario de Agustín parece un objeto extraño en la obra del chileno Ignacio Agüero, a quien el Bafici le dedica este año una merecida retrospectiva. Es un documental fuertemente político, pero nunca panfletario, al que Agüero aporta su inteligencia y sensibilidad. En 80 minutos, el film es capaz de dar cuenta de buena parte de los últimos 30 años de la historia de Chile, de cómo se formó y fue deformada, a partir de una investigación minuciosa de la línea editorial del medio gráfico más influyente del país, el diario El Mercurio, propiedad de Agustín Edwards Eastman. Sucede que El Mercurio es apenas uno de los muchos medios que maneja el grupo Edwards, que también edita los periódicos La Segunda, y Las Ultimas Noticias, con los cuales el multimedio (cualquier semejanza con la realidad argentina es pertinente) contribuyó a la caída del gobierno democrático de Salvador Allende y fue cómplice de la dictadura militar de Augusto Pinochet. Tanto que el film de Agüero viene a probar que Agustín Edwards incluso llegó a reunirse con Henry Kissinger y Richard Helms, por entonces a cargo de la CIA. “Una película única en el panorama del cine americano, sobre el rol de la gran prensa en las tragedias políticas del continente”, la definió Horacio Verbitsky cuando El diario de Agustín se exhibió en el DocBuenosAires 2008.

- 5 Broken Cameras. El título alude a las cinco cámaras rotas del granjero palestino, devenido cineasta, Emad Burnat. Cada cámara tiene una historia y las cinco fueron destruidas por el ejército israelí de ocupación. Candidata al Oscar al documental y premiada en Pusan, Sundance, Jerusalén y en el International Documentary Festival de Amsterdam, la película de Burnat nació junto a su cuarto hijo, Gibreel, a quien el director empezó a filmar desde sus primeros días, en 2005, cuando también registró a las topadoras israelíes arrancando los olivos de su pueblo, Bil’in, para dar lugar al muro con el que se asegurarían los futuros asentamientos de los colonos judíos. Burnat siguió filmando no sólo el crecimiento de Gibreel y sus hermanos, sino también el de la resistencia de su pueblo contra la avanzada militarista israelí. A diferencia de los documentales de urgencia sobre la región, el film de Burnat (en colaboración con el francés Guy Davidi) juega con el tiempo a su favor: son siete años de imágenes y sonidos que expresan la injusticia y la impotencia que sufre la familia de Emad, pero también su inagotable fuerza vital.

- The Shine of Day (Der Glanz des Tages en el original) es la nueva película del matrimonio austríaco integrado por Rainer Frimmel y Tizza Covi, los autores de esa pequeña gran película que conoció Buenos Aires hace un par de años, La pivellina. Uno de los personajes de La pivellina se ha desprendido de aquel film para sumarse a éste: se trata de Walter, el veterano hombre de circo, que aquí llega a Viena desde su vida trashumante en Italia para tratar de arreglar cuentas con su pasado. Quiere reunirse con su medio hermano, pero al único que encuentra es a su sobrino, Philipp Hochmair, que es una celebridad del teatro en alemán, y con quien establecerá una rara, conmovedora amistad.

Como La pivellina, el nuevo film de Covi y Frimmel no podría ser más simple en su formulación, pero a la vez, en el transcurso del tiempo, va ganando en belleza y densidad. En un papel que no siempre lo deja bien parado, Hochmair se interpreta un poco a sí mismo, con toda su vanidad de gran actor, pero encuentra la horma de su zapato en Walter Saabel, que narra sus aventuras como domador de osos como si las hubiera vivido en carne propia. Hay buena madera –humanismo, nobleza de espíritu– en esta película en la que dos hombres tan distintos, por edad, origen social y la vida que han llevado, se interrogan por aquello que los hace vibrar y ser felices, por ese “brillo del día” al que alude el título del film y que también es el que fulgura aquí en el Bafici con un cine de este nivel.

- El cineasta, educador y ex programador del Harvard Film Archive John Gianvito vuelve al Bafici con Far from Afghanistan. Este largometraje colectivo está inspirado en el legendario Loin du Vietnam (1967), “un film que lamentablemente no ha perdido nada de su relevancia”, como señala Gianvito, impulsor del proyecto. Que no es solamente suyo: como aquel grito de alerta que lanzó Chris Marker con la ayuda de Jean-Luc Godard, Alain Resnais y Agnès Varda, entre otros, Far from Afghanistan es una nueva invectiva contra la intervención militar estadounidense fuera de sus fronteras. Gianvito contó con el compromiso y la complicidad de otros colegas como él, que trabajan por afuera de Hollywood y se mueven en el campo del cine experimental: Jon Jost, Minda Martin, Soon-Mi Yoo y Travis Wilkerson. El resultado no podría ser más contundente. A diferencia de la película anterior de Gianvito, la más reflexiva Profit Motive and the Whispering Wind (2007), Lejos de Afganistán nace de un sentimiento de indignación y es, a todas luces, un film de agitprop, en el más clásico de los sentidos. Pero tiene la virtud de moverse en distintas aguas al mismo tiempo, lo que le permite ser tanto un documental de contrainformación como un ensayo, con estéticas y procedimientos provenientes del cine experimental y del videoarte. No hay segmentos definidos ni identificación de la firma de sus directores y esa suerte de collage adquiere a pesar de la heterogeneidad de los materiales –o gracias a ella– una rara fuerza, no sólo política, sino también poética.

* Salas, horarios y más información en http://festivales.buenosaires.gob.ar/bafici

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El diario de Agustín, del chileno Ignacio Agüero, produce resonancias con sucesos de la prensa argentina.
 
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