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Domingo, 19 de mayo de 2013

CINE › OPINION

Todos somos Phil Connors

 Por Eduardo Fabregat

¿Para qué andar buscando eufemismos? Día de la Marmota es una obra maestra. Habrá expertos cinéfilos que presentarán sus objeciones, pero uno se la pasa planteando objeciones a las cosas que lee sobre cine (y otras artes), así que puede entenderse como una búsqueda de balance en el ordenamiento planetario. Entonces: Groundhog Day tiene todo. Tiene viajes en el tiempo –loops en el tiempo, para ser más precisos–, humor negro, costumbrismo, guiños generacionales, grandes actuaciones en el centro y en la periferia. Y no es un dato menor: en una película hecha de repeticiones, la periferia gana protagonismo. Y en Día de la Marmota no solo hay grandes protagonistas. Hay muchos y muy buenos secundarios, que agregan espesor a una película hecha de anécdotas y búsquedas de pensamiento lateral; un “qué pasaría si...” jugado con seres de carne y hueso. Bueno, de celuloide.

Por sobre todo, Groundhog Day tiene al ancho de espadas. Tiene a Bill Murray. Y si el top ten de obras maestras del cine es un tema siempre sujeto a discusión, el carácter imprescindible de Bill Murray es algo que nadie en su sano juicio debería cuestionar. En la peli de Ramis, Murray es todo. Es imposible no sentir empatía con un tipo que atraviesa lo que atraviesa: solo él sabe lo que todos los demás personajes ignoran, lo cual convierte a su Phil Connors en cómplice de toda la platea. No necesita mirar a cámara: la sucesión de estados que atraviesa el personaje, del estupor a la omnipotencia, es un viaje en el que el espectador se embarca con gusto. Todos somos Phil Connors en algún momento del metraje. Todos llevamos rebotando en el cerebro ese “I Got You Babe” de cada mañana. Muchos nos sacaríamos una foto en la Ned Ryerson’s Corner, esa esquina real de Punxsutawney donde Phil tropezaba con su ex compañero de escuela. Y cada momento de la peli dispara una posible teoría, y deseamos que en cada avance con la lovely Rita la cosa prospere y ese pobre tipo deje de escuchar los pésimos chistes en el radio-reloj una y otra vez. Y otra. Y otra. El Día de la Marmota ya es concepto, nos referimos a las manías repetidas y las rutinas conocidas como un día de la marmota, y volvemos a jugar el juego. Esas cosas que convierten a una buena película en un clásico. O una obra maestra.

Por último: nadie, jamás, debe referirse a Día de la Marmota, aunque sea muy casualmente, como Hechizo del tiempo. Dejemos que el silencio generalizado sumerja esa atrocidad en un oprobioso olvido.

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