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Miércoles, 3 de septiembre de 2014

CINE › EL LUGAR MáS PEQUEñO, DE TATIANA HUEZO SáNCHEZ

Dulce recuerdo de la muerte

El film que se verá hoy por Incaa TV reconstruye a trágica historia de un pueblo salvadoreño casi borrado del mapa.

 Por Horacio Bernades

No le faltan pergaminos a ninguna de las cuatro óperas primas que programa este mes el ciclo Punto Cardinal, que Incaa TV dedica al cine latinoamericano y que ocuparán desde hoy la pantalla de ese canal, todos los miércoles a las 22. Todas pasaron por festivales (entre ellos el Bafici o Mar del Plata), todas ganaron premios, dos de ellas llegaron a la cartelera porteña. La primera en emitirse será, hoy, El lugar más pequeño, film de origen mexicano filmado por la salvadoreña Tatiana Huezo Sánchez, que un par de años atrás resultó premiada en los muy prestigiosos festivales de Viena y Visions du Réel de Nyon. Narrado por los sobrevivientes del pueblito salvadoreño de Cinquera, el film de Huezo Sánchez reconstruye la trágica historia que a comienzos de los ’90 llevó a la aldea al borde de la de-saparición. Algo que ocurrió con otros pueblos salvadoreños, arrasados al punto de desaparecer literalmente de los mapas. A fines de los ’70 y en medio de la sangrienta guerra civil librada en ese país, el gobierno militar llegó a la conclusión de que Cinquera, ubicado en medio del monte más espeso, estaba copado por los “subversivos”. A partir de ese momento, incesantes expediciones militares llegaron a la zona, reforzadas por la acción de los numerosos grupos paramilitares, que según se estima llegaron a tener unos cien mil integrantes en ese país. Como consecuencia de ello, la mayoría de los hombres de Cinquera se refugiaron en el bosque vecino, junto con jóvenes del pueblo en armas, combatientes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. El exterminio, que incluyó bombardeos aéreos, fue tal que la población se redujo, en el curso de unos quince años, de ocho mil habitantes a apenas setecientos y pico.

Pero en la década pasada, muchos de los que habían emigrado comenzaron a volver, reconstruyendo el pueblo desde sus cimientos y haciendo crecer su población hasta los dos mil y pico que tiene según las últimas estadísticas. En el momento de desatarse la guerra, el padre de Tatiana Huezo Sánchez se quedó a combatir en El Salvador, mientras ella partió al exilio junto a su madre. Desde ese momento, Huezo Sánchez vive en México, realizando viajes periódicos a su país desde poco después del fin de las hostilidades, que dejaron un saldo de, según se estima, unos setenta y cinco mil muertos y desaparecidos. En uno de esos viajes la realizadora fue a visitar a su abuela, que aunque en ese momento residía en la capital era originaria de Cinquera. Volvieron juntas, y cuando Tatiana Huezo pisó por primera vez el pueblito aún ruinoso y semivacío decidió filmar un documental sobre la gente del lugar.

“El primer impacto lo recibí al entrar en la iglesia, que en lugar de imágenes de santos presentaba las de los jóvenes muertos y desaparecidos del lugar”, recordó la realizadora en el momento del estreno. “La fachada de la iglesia estaba ametrallada y de una de las paredes colgaba la cola de un helicóptero militar derribado.” Como escapada de una novela del realismo mágico, de un cuadro de León Ferrari o de Aguirre, la ira de Dios, esa imagen no se ve, sin embargo, en El lugar más pequeño. El estilo visual que Huezo Sánchez imprime a la película es lo menos demostrativo y literal que pueda imaginarse. Centrada en los pobladores que volvieron (algunos de ellos ancianos, otros jóvenes), la película les da voz en el off, mientras las imágenes corren por otro carril. “Siempre tuve claro cómo quería contar esta historia”, dice la realizadora. “Sabía que la imagen y el sonido iban a ser dos discursos independientes y que al unirse formarían un tercero.”

La cámara de Huezo, precisa, detallada y “porosa”, se pasea por el lugar y los alrededores como queriendo impregnarse del ambiente. El ambiente del bosque, sobre todo. Allí se refugiaron los combatientes e incluso seis o siete familias enteras buscaron refugio en una cueva, donde permanecieron dos o tres años. “El bosque es nuestro amigo”, dice uno de los vecinos, y no se refiere sólo a la condición de refugio que en algún momento tuvo. “Nuestros muertos están enterrados allí.” Esa proximidad, sumada al dolor de la pérdida, da a El lugar más pequeño el aire de un film de fantasmas. “Cuando volvimos al pueblo, en la noche se oían los lamentos”, afirma una pobladora, así como otra dice ver a su hija cada tanto. No es para menos: cuando los militares se la trajeron, venía mutilada de un modo que el cronista se resiste a reproducir.

No hay el menor culto a la escabrosidad en El lugar más pequeño. Sólo a través de lecturas es posible enterarse que uno de los principales protagonistas perdió a siete de sus nueve hijos a manos de los militares y paras: la película no lo dice. El de Huezo es un film hecho de voces. Voces de una enorme dulzura, color y musicalidad. Los pobladores sonríen, siguen su vida, hacen chistes entre sí. Pero no olvidan: uno de ellos asegura educar a sus hijos en la idea de resistencia a toda injusticia, mientras una dulce muchacha limpia los restos oxidados de una vieja metralleta.

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El documental fue premiado en la Viennale y Visions du Réel, Nyon.
 
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