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Viernes, 16 de octubre de 2015

CINE › EL CANADIENSE PETER METTLER, EN UNO DE LOS FOCOS DEL DOCBSAS

Un film para cada espectador

“Me encontré con que mucha gente piensa cosas totalmente distintas sobre mis películas”, señala el realizador, y la afirmación no extraña: sus documentales apuntan no tanto a reflejar aquello que filma, sino a la percepción de quien lo mira.

 Por Horacio Bernades

“Si tuviera que filmar eso que está ahí”, dice Peter Mettler, señalando una mesa de metegol, “no intentaría filmarlo ‘tal como es’, sino como yo lo percibo”. Mettler intentaría, explica, ajustar cada encuadre, la posición de la cámara, la duración y montaje de los planos a lo que la mesa de metegol le despierta, le evoca o lo lleva a asociar. E intentaría transmitir eso al espectador. Eso es lo que este cineasta nacido en Canadá de familia suiza viene haciendo desde los comienzos de su carrera, que fueron muy tempranos (filmó su primer largo a los 24), hasta la película que rueda en este momento y que aún no tiene título. “Documentales de la percepción”, llama Mettler (Toronto, 1958) a películas como Fotografía de luz (Picture of Light, 1994), donde intenta fijar en celuloide la aurora boreal; Juegos, dioses y LSD (Gambling, Gods and LSD, 2002), en la que aborda distintas formas de búsqueda de trascendencia, o la más reciente a la fecha, El fin del tiempo (The End of Time, 2012), donde se le anima durante dos horas a la materia impalpable que el título designa.

Todas las películas mencionadas son parte del foco de ocho films que la 15º edición del DocBuenosAires dedica a Mettler, y que dará comienzo hoy a las 19.30 en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, con su presencia y la proyección de la última de las nombradas. “Ojalá pudiera mostrar lo que no se ve”, dice el realizador desde el off de una de sus películas, haciendo manifiesta la voluntad entera de su cine. Se supone que el cine registra lo visible. ¿Qué filma Mettler, entonces? En Fotografía de luz, su viaje a un pueblito de Manitoba, provincia canadiense en la que nació. Hay un pequeño problema. Allí, las temperaturas pueden llegar a los 70 grados bajo cero, los vientos soplar a 100 km por hora. Y la lente de la cámara requerir de ajustes especiales, para poder exponer el celuloide (la película es de 1994) al brillo de la aurora boreal, y que la cinta imprima algo más que luz.

Juegos, dioses y LSD vincula entre otros, a lo largo de tres horas, a apostadores de Las Vegas, peregrinos de la India y al doctor Albert Hoffman, descubridor del ácido lisérgico, dejando en manos del espectador las posibles asociaciones entre tan disímiles personajes. En El fin del tiempo, y a partir de la idea de Albert Einstein de que el tiempo es parte del espacio, filma el famoso acelerador de partículas, el derruido centro fabril de la otrora floreciente Detroit y flujos de lava que el curso de las décadas volvió piedra, en espera de que todas esas observaciones permitan dar con eso que Sergei Eisenstein llamaba “la tercera idea”, producto del choque de dos imágenes contrapuestas.

–¿De dónde viene ahora?

–De un parque nacional ubicado cerca del parque Yellowstone, en Estados Unidos. Allí estoy filmando, junto a una colega, una película basada en un par de libros escritos por el filósofo David Abram, que se plantean nuestra relación con el mundo animal y natural.

–¿Cómo se llaman los libros?

–Becoming animal (“Volverse animal”) y The Spell of the Sensuous: Perception and Language in a More-than-Human World (“El hechizo sensorial: Percepción y lenguaje en un mundo más que humano”).

–Es la primera vez en que se basa en un material preexistente.

–Sí. En las ocasiones anteriores fui más en busca de lo que pudiera presentarse. No es que no supiera qué tema quería tratar, lo que no tenía muy claro era cómo lo iba a tratar. Hay un elemento de azar al que me interesa darle lugar, porque creo que la propia vida es así.

–¿En Juegos, dioses y LSD esa búsqueda le llevó más tiempo, no?

–Sí, no sólo de rodaje sino sobre todo de edición. La filmé a lo largo de ocho años y un primer montaje dio por resultado 55 horas de metraje. Tuve que empezar a elegir, a tomar decisiones drásticas, a dejar afuera bloques enteros de película. Durante bastante tiempo tuve la idea de hacer otras películas con todo ese material que quedó fuera del metraje final.

–¿Ya abandonó la idea?

–Mmmhhh... No necesariamente (risas).

–¿Cómo hizo para organizarse, en las distintas etapas de la película?

–Empecé filmando la zona del aeropuerto de Toronto, simplemente porque es una zona que me interesa. Allí di con un grupo religioso que ora en el lugar, porque piensan que allí se presentó Jesús. Cerca del aeropuerto me encontré a su vez con un amigo, que me habló de su experiencia con drogas y me comentó que esa misma mañana había sido bautizado en el río que corre por allí. El río me trajo a su vez recuerdos de infancia, que incluí en la película. A la vez la presencia del agua, de lo que fluye, me sirvió como hilo conductor, llevándome al río Ganges. Otro hilo que adopté, para no perderme, fue el cronológico: filmé todo ese viaje en el mismo orden en que lo hice. Primero Toronto, luego el Monument Valley, en Utah; después Las Vegas, de allí a Suiza, donde vivo mitad del año, y finalmente la India.

–Hay quien define la película como un trip, tanto en el sentido literal de “viaje” como en el lisérgico.

–El de la adicción es uno de los temas de la película, y no sólo a las drogas (en Suiza entrevisto a una pareja de heroinómanos). Los jugadores de Las Vegas son adictos al juego, hay adicciones religiosas y hasta el propio hecho de filmar imágenes puede convertirse en una forma de adicción.

–¿Pero no piensa también que por momentos la película genera visualmente un estado próximo al trance?

–No sé con certeza. Lo que sé es que me interesa generar una cierta sensorialidad de las imágenes, en función de su percepción por parte del espectador.

– En toda su obra reflexiona sobre las imágenes y su estatus de verdad.

–Vivimos rodeados de imágenes y eso hace necesario aprender a “leerlas”, y a ver aquello que está detrás de ellas. Estamos inmersos en un mundo tecnológico.

–Su relación con la tecnología es bastante dual, ¿no?

–Sí. Creo que todo depende de cómo se la use. En mis películas filmo muchas máquinas. El acelerador de partículas de El fin del tiempo, la máquina de placer diseñada por un inventor de objetos eróticos en Juegos, dioses y LSD, una base misilística en otro caso... Lo que no me gusta es predicar, hacer un cine didáctico. Aspiro es a que el espectador asocie ideas, imágenes, por su propia cuenta. Me encontré con que mucha gente piensa cosas totalmente distintas sobre mis películas, y creo que de eso se trata, de que cada uno encuentre su propia película, así como al filmar un determinado objeto yo trato de registrar lo que suscita en mí.

–Sus asociaciones de imágenes parecerían producir también una cierta música. Como si más que editar, “compusiera” sus películas.

–El equivalente visual de eso, puede ser. Voy buscando relaciones, que pueden ser tanto entre ideas como entre imágenes y sonidos. Creo que toda película reclama cohesión, y esa cohesión debe darse en todos los planos.

* Peter Mettler: el cine como búsqueda y descubrimiento. Más información en www.docbsas.com.ar

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El foco dedicado a Mettler empieza hoy con la proyección de El fin del tiempo, en la Lugones.
Imagen: Pablo Piovano
 
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