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Viernes, 29 de enero de 2016

CINE › MIS HIJOS, DEL VETERANO REALIZADOR ISRAELI ERAN RIKLIS

La identidad como invención y legado

La de Riklis es una de las muchas películas recientes que intentan abordar los conflictos de Medio Oriente a partir de historias personales, con un enfoque eminentemente humanista y un mensaje que hace foco en la posibilidad de la convivencia.

 Por Diego Brodersen

Conocida en el mundo con diferentes títulos, tanto oficiales como impuestos por las distribuidoras locales, la película del experimentado realizador israelí Eran Riklis (su primer largometraje tiene más de treinta años) es presentado en nuestro país con el genérico y poco adecuado Mis hijos. O quizás no tanto, teniendo en cuenta que A Borrowed Identity –uno de los alias del film– gira en parte, como su nombre lo indica, alrededor de una identidad falsa, tomada en préstamo. “La identidad es nuestro legado y no nuestra herencia; nuestra invención y no nuestra memoria”, reza una placa, cortesía del poeta Mahmoud Darwish, antes de presentar a su protagonista, Eyad, un niño palestino de unos 11 o 12 años extremadamente inteligente y sensible. El año es 1982 y el trasfondo, la cercana Guerra del Líbano. Basada en la novela Dancing Arabs, de Sayed Kashua, quien ofició además de guionista, el film propone como tema central el de la identidad palestina. Y el de un pueblo sin Estado, compuesto por una clase de ciudadano israelí de una categoría completamente diferente a la de su coterráneo de origen judío. Ese primer y breve capítulo tiene como misión presentar al chico y a su entorno, un barrio árabe a unos 50 kilómetros de Jerusalén. La pintura costumbrista le sirve al realizador para describir el conflicto árabe-israelí bajo un filtro amable y, por momentos, humorístico.

Corte y elipsis. Finales de los años 80: Eyad acaba de ser aceptado en una prestigiosa universidad de la capital, convirtiéndose de golpe y porrazo en el epicentro de una versión local de “m’hijo el dotor”. En particular para su padre, un recolector de frutas que vio abortada una carrera universitaria, décadas atrás, como consecuencia de sus actividades políticas. La interacción del protagonista con sus pares en ese nuevo hábito no será sencilla, como es de suponer, al menos hasta que Eyad conoce a Naomi, una estudiante judía con la cual iniciará una secreta relación sentimental, y un muchacho con distrofia muscular que irá transformándose con el paso del tiempo en su mejor amigo. Coproducción entre Israel, Alemania y Francia, Mis hijos es una de las varias películas recientes que intentan abordar la problemática de esa región a partir de historias personales, con un enfoque eminentemente humanista y un mensaje que hace foco en la posibilidad (harto difícil) de la convivencia. Riklis y Kashua echan mano a toda clase de recursos para que la historia de Eyad funcione como metáfora de esa utopía, expresión de deseos que termina desembocando en un recorrido simplista, incluso algo almibarado.

Las idas y vueltas de Jerusalén a Tira y las complicaciones de la vida en general (el joven es detenido por la policía por el simple hecho de hablar en árabe) y, en particular, las de su relación con Naomi, que ocupan una parte considerable del relato, son las que empujan a Eyad a tomar un par de decisiones importantes que tuercen el rumbo de su vida futura. En su carrera por resultar agradable, de llevar al espectador de la mano sin soltársela en ningún momento, Mis hijos termina convirtiéndose en una suerte de oxímoron, un crowdpleaser político diseñado para poner en discusión cuestiones muy peliagudas en un paquete hecho con copos de algodón. Precisamente por ello, y más allá de la corrección y profesionalismo general y del aporte de un casting que cumple y dignifica en todo momento, la impresión final es la de un objeto narrativamente liviano e ideológicamente ambiguo. Un retrato con tantas buenas intenciones que termina siendo, esencialmente, voluntarista.

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El protagonista, Eyad, un joven palestino extremadamente inteligente y sensible.
 
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