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Sábado, 19 de mayo de 2007

CINE › “LES CHANSONS D’AMOUR”, DEL FRANCES CHRISTOPHE HONORE, EN COMPETENCIA

Canciones que escapan al esquema

El director es señalado como el heredero de la nouvelle vague, pero su film evita caer en las caracterizaciones fáciles.

 Por Luciano Monteagudo
desde Cannes

Desde que Los paraguas de Cherburgo se llevó aquí en 1965 la Palma de Oro, el cine musical francés tiene una tradición que nunca muere y que vuelve una y otra vez, no sólo a través de la obra de ese maestro del género que fue Jacques Demy. Gente tan seria como Jean-Luc Godard, Alain Resnais y Chantal Akerman sintió también, en algún momento, la necesidad de hacer cantar y bailar a sus personajes para que expresaran sus sentimientos y ahora Christophe Honoré, el director actual a quien la crítica francesa señala como el nuevo heredero de la perenne tradición de la nouvelle vague, presentó en la competencia Les chansons d’amour, un musical poco frecuente, capaz de concentrarse más en los dilemas de identidad de sus personajes –de orden familiar, sexual– que en el glamour visual con el que habitualmente se asocia al género.

Dividido nítidamente en tres partes –“La partida”, “La ausencia”, “El regreso”–, como si fueran capítulos de una novela, estas Chansons d’amour están filmadas en una París de todos los días, gris, común, lejos del circuito turístico, con una fotografía que no pretende embellecer nada que en todo caso no tenga una belleza cotidiana. Allí conviven Ismael (Louis Garrel) y Julie (Ludivine Sagnier), que se quieren y se necesitan, pero que aun así han sumado a sus vidas –y a su cama– a Alice (Clotilde Hesme). Muy a la manera del cine de Truffaut, Ismael no puede ni quiere hacer nada para deshacer ese típico ménage-a-trois que el cine francés ha contribuido a popularizar en el mundo desde Jules et Jim. Pero lo que no logra Ismael lo consigue el destino: cuando el film amenazaba con ser apenas una simpática comedia romántica cantada a tres voces, Julie muere sorpresivamente, dejando un súbito, enorme vacío no sólo en su compañero, sino también en toda su familia, entre quienes está su hermana mayor (Chiara Mastroianni, cada día más parecida a su padre). A partir de allí, con gran libertad, el film cambia bruscamente de tono en su segundo segmento, signado de manera determinante por esa ausencia, hasta que Ismael vuelve a recuperar la vitalidad que había perdido, a través de una relación inesperada, con un muchacho adolescente con el que termina cantando y bailando en la cornisa de un departamento típicamente parisino.

Lo singular del caso de Les chansons d’amour es que el director Christophe Honoré –de quien en marzo pasado se vio en Buenos Aires su film anterior, Dans Paris, en el marco de la muestra de la Quincena de los Realizadores de Cannes en la Sala Lugones– en ningún momento ni siquiera roza la idea de echar una mirada irónica sobre un género aparentemente anacrónico. Por el contrario, se diría que estas Canciones de amor –compuestas por su colaborador habitual, Alex Beaupain– se toman el asunto muy en serio, sin por ello perder el sentido del humor. No faltará quien extrañe el lirismo de Demy y la música de Michel Legrand, y tendrá razón, pero en todo caso el film de Honoré no busca repetir esa tradición sino honrarla, a su propia manera.

Otro francés que busca la manera de renovar sus raíces es Olivier Assayas, el director de Irma Vep y Demonlover. Admirador confeso tanto de la obra de Ingmar Bergman como del cine de acción asiático, ya desde su época como crítico en los Cahiers du Cinéma, a comienzos de los ’80, Assayas presentó fuera de competencia, en la sección de Medianoche, Boarding Gate, un film que por momentos pareciera querer acercar esas posiciones irreconciliables, no siempre con éxito, lamentablemente. Por un lado, hay toda una extraña, sádica historia de amor entre Sandra, una ex prostituta (Asia Argento, ¿quién si no?) y un improbable corredor de bolsa (Michael Madsen, a préstamo de Tarantino por una película). Entre los dos hacen de la primera parte de la película una suerte de Escenas de la vida conyugal, donde se escupen a la cara su pasado común y sus miserias. Pero de pronto, Sandra se ve involucrada en un asunto de contrabando y tráfico de drogas y termina perseguida a balazos por la mafia china en Hong Kong. Está claro que si no fuera por la hija de Dario Argento, que es capaz de llenar ella sola la pantalla con su presencia enfermiza y perturbadora, el nuevo film de Assayas ni siquiera existiría. Algo que a su vez podría decirse de buena parte de la obra previa del director, cuando su actriz fetiche era Maggie Cheung. Al menos, Assayas sabe elegir a sus protagonistas.

Si de decepciones se trata, quizá la mayor –en la apertura de la sección paralela “Una cierta mirada”– fue la de Le Voyage du Ballon Rouge, primera incursión del gran maestro taiwanés Hou Hsiao-hsien fuera del cine asiático. Con producción francesa y rodaje en París, Hou toma aquí como excusa la anécdota básica de El globo rojo (1956), de Albert Lamorisse, pero a partir de allí se dedica a filmar la cotidianidad de un niño en su relación con su madre titiritera y una niñera china que estudia cine y se dedica a filmarlo. A diferencia de Café Lumière (2004), donde Hou homenajeaba maravillosamente en Tokio al cine de Yasujiro Ozu, aquí todo resulta extraño, fuera de lugar, como si la película en su totalidad fuera resultado de un enorme malentendido, empezando por la sobreactuación de Binoche, varios cambios arriba de los necesarios.

Ante estas desilusiones, queda siempre el refugio de los clásicos, que en esta edición de Cannes llegan en envase chico, pero con una fuerte impronta cinéfila. Antes de cada función, se proyecta un fragmento, apenas una escena de una película famosa pero cuya acción transcurre en una sala de cine: puede ser el arrobamiento de los espectadores frente a un típico peplum en la Roma de Fellini; la frustrada salida romántica de los amantes de Breve encuentro, de David Lean, o la inquietante elección erótica de James Mason en la secuencia del autocine de Lolita, de Stanley Kubrick. Pero todos vienen a recordar que el cine da revancha, siempre.

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Chansons... es un musical que arranca por los carriles normales, pero irá cambiando su tono.
 
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