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Viernes, 23 de noviembre de 2007

CINE › “DESAPARECIO UNA NOCHE”, DIRIGIDA POR BEN AFFLECK

Un viaje a las profundidades del delito y la corrupción

El actor debuta en la dirección con una historia que recuerda a Río Místico... pero es aún peor.

 Por Horacio Bernades

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DESAPARECIO UNA NOCHE
(Gone Babt Gone) EE.UU., 2007.

Dirección: Ben Affleck.
Guión: B. Affleck y Aaron Stockhard, sobre novela de Dennis Lehane.
Fotografía: John Toll.
Música: Harry Gregson-Williams.
Intérpretes: Casey Affleck, Michelle Monaghan, Morgan Freeman, Ed Harris, John Ashton y Amy Ryan.

Si el debut como director de ese actor inadmisible que es Ben Affleck permitía abrigar alguna esperanza era, más que por el guión de la muy convencional En busca de la felicidad (Good Will Hunting, escrita a cuatro manos con su amigo Matt Damon), por un corto que dirigió hace más de diez años, a los 21. La esperanza la daba el título del corto: Maté a mi esposa lesbiana, la colgué de un gancho de carnicero y conseguí un contrato por tres películas con Disney. En verdad, lo único que parece haber subsistido de ese título en el primer largometraje de Affleck como realizador es la negritud. Tanta que, en comparación, una película como Río Místico puede llegar a resultar esperanzadora.

La comparación tal vez parezca tirada de los pelos, pero no lo es. Desapareció una noche se basa en una novela de Dennis Lehane, autor del relato que dio origen al film de Eastwood. Como aquélla, la ópera prima del ex de Jennifer López transcurre en los barrios bajos de Boston, teniendo también como eje la desaparición de una nena. Con la diferencia de que ésta no aparece violada y muerta. Como sucedió en Portugal con la niña inglesa Madeleine, simplemente no aparece. Eso, y la presunta ineficacia policial, llevan a la tía de la niña a recurrir a una pareja de investigadores privados, que se especializan en hallar a niños perdidos. No se trata de socios, sino literalmente de una pareja: la integrada por Patrick Kenzie (Casey Affleck, hermano menor del director) y Angie Gennaro (Michelle Monaghan, la morocha de Misión: Imposible 3 y La mujer de mis pesadillas). De allí en más, la cosa no hace más que intrincarse, con el jefe de la división policial (Morgan Freeman) obligando a los investigadores a formar equipo con un tándem de detectives de confianza (uno de ellos, Ed Harris).

Con la alcohólica y promiscua madre de la nena sospechada de negligencia y abandono, los héroes descenderán a un pequeño infierno que incluye tráfico de drogas, secuestro de niños, pedofilia, un suculento botín, crecientes sospechas de corrupción policial, abusos y complicidades generalizadas. No sólo los meandros del delito proliferan en Desapareció una noche, sino también la más diversa variedad de intereses y puntos de vista, desde los conflictos entre la pareja de investigadores y los de ellos con los detectives de la policía hasta las disputas que tienen lugar en el seno de la familia de la niña. Incluyendo el sentimiento de culpa que embarga al protagonista, luego de hacer justicia por sus propias manos. Como en una novela negra, tras una resolución engañosa el detective privado reanudará la investigación por cuenta propia, descubriendo –como Philip Marlowe– que en el mundo en que vive no hay valor o certeza que no tambaleen.

El catolicismo agonista de Lehane lo lleva a disecar el cuerpo social como si fuera un pescado que se pudre desde la cabeza, quedando afectados no sólo el cardumen en su conjunto, sino hasta el más recóndito ámbito de la privacidad. En medio de las sombras puestas en escena por John Toll (director de fotografía de La delgada línea roja) habrá que agradecer a Affleck no haber caído en la solemnidad ni levantar demasiado el dedo acusador, logrando una muy buena pintura de ambientes white trash. Sobre todo en un pub muy pesado y una casa siniestra, habitada por una monstruosa mujer obesa y un pedófilo no menos monstruoso. Si más allá de las buenas intenciones Desapareció una noche no termina de convencer es tanto por su mecánica acumulativa (“siempre habrá más, y siempre será peor”, parecería la tesis subyacente) como por ciertas trampitas narrativas (hay flashbacks de escenas que el espectador nunca vio), a las que se suma algún amaneramiento (más que un slacker, el Patrick de Casey Affleck parece zombie) y no pocas incredibilidades. Básicamente, la pareja de investigadores jóvenes, cuya impericia e inadecuación parecerían propios de una comedia. Y aquí, de comedia, nada.

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Hay que agradecer a Affleck no haber caído en la solemnidad ni levantar demasiado el dedo acusador.
 
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