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Martes, 9 de septiembre de 2014

PLASTICA › DOS MUESTRAS SOBRE CORTáZAR EN EL MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES

Viaje al mundo del escritor

En homenaje al centenario del nacimiento de Julio Cortázar, ambas muestras con un montaje muy cuidado introducen al visitante en el mundo del escritor a través de fotos, documentos, sonidos, instalaciones, objetos y documentales.

 Por Fabián Lebenglik

El Museo Nacional de Bellas Artes presenta en estos días las muestras Los otros cielos (en el Pabellón) y Los fotógrafos: ventanas a Julio Cortázar, en el segundo piso, en homenaje al centenario del nacimiento del escritor.

La muestra Los otros cielos, curada por Juan José Becerra y Graciela García Romero, juega en su título con el del cuento “El otro cielo” (incluido en el libro Todos los fuegos el fuego, de mediados de los años sesenta) en el que hay un desdoblamiento temporal (entre fines del siglo XIX y comienzos del XX) y espacial (entre Buenos Aires y París), así como una polarización de funciones de ambos tiempos y geografías, en relación con el deber y el deseo –de ser otro–, entre otros temas. Tiene mucho sentido tomar este cuento, en el que la figura del flaneur está también presente, como punto de partida, porque el visitante de la muestra es invitado a un paseo que lo introduce e ilustra sobre el mundo de Cortázar.

Aquel cuento evoca el final del siglo XIX y el comienzo del siglo XX en Buenos Aires y París, una etapa clave, de grandes transformaciones y del surgimiento de las vanguardias. Todo un sistema de ideas que converge en 1914, año de nacimiento del escritor.

La muestra, cuyo montaje estuvo a cargo de Gustavo Vásquez Ocampo, está dividida en doce capítulos alrededor de la vida y la obra del escritor e incluye gran cantidad de fotografías, documentos, borradores (por ejemplo, de la novela Rayuela), registros sonoros, cartas, manuscritos, videos y objetos que pertenecieron a Cortázar, en gran parte provenientes del Fondo de Aurora Bernárdez (la activa ex esposa del escritor) depositado al cuidado del Centro Galego de Artes da Imaxe.

El visitante recorre la infancia, la niñez y juventud; la vida porteña, la construcción de la imagen del escritor, la obra y su contexto, el traslado a París a comienzos de los años cincuenta, sus parejas y amigos, su medio cultural; el Cortázar revolucionario que surge en los años sesenta, el escritor popular y consagrado. Siempre en un itinerario acompañado de fragmentos del ensayo de Juan José Becerra que va dando cuenta de cada etapa.

La metáfora del “cielo” no se agota con el juego de palabras, sino que remite a una teoría. Becerra escribe que “para Cortázar, el mundo es surrealista, y es bajo la fascinación de esa creencia que hay que percibirlo, describirlo y comprenderlo. Si bien la lectura de Cocteau, y todo aquello con lo que esa lectura se conecta, es la inauguración del surrealismo civil en Cortázar, hay también un surrealismo intuitivo, silvestre, que comienza en los años de Banfield, cuando junto a su madre se entretenían con un pasatiempo que consistía en ‘mirar el cielo y buscar la forma de las nubes e inventar grandes historias’. El cielo es un elemento muy frecuentado por la pintura surrealista. En Salvador Dalí, Max Ernst, Giorgio De Chirico y René Magritte (también en las películas de Luis Buñuel), lo que sucede ocurre recortado sobre el fondo amenazante o promisorio de cielos que nunca están quietos. El cielo es, sencillamente, lo que está allá, el mundo simultáneo y lejano que nos despierta la melancolía de la ubicuidad, principio oculto del surrealismo”.

El recorrido de fotos y documentos está matizado con instalaciones y una breve exposición de cuadros, más una escultura. La primera instalación consiste en una entrada/portal (que marca el paso de Buenos Aires a París) con una gruesa cortina de tiras anchas que a su vez oficia de pantalla sobre la que se proyectan escenas urbanas. La segunda instalación consiste en una ambientación del lugar de trabajo del escritor, con su escritorio, su silla, su máquina de escribir, su pipa y una guitarra en el entorno de un montaje fotográfico. La tercera instalación consiste en la proyección simultánea sobre el piso de varias imágenes y videos alusivos al mundo del escritor, que en conjunto conforman una rayuela y, finalmente, hay un panel donde están montadas distintas tapas (en gran formato) de los libros de Cortázar.

El cuarto espacio diferenciado es el de la breve exposición pictórica, que se abre un poco antes con la cabeza de Balzac esculpida por Rodin y luego sigue con telas de algunos de los artistas preferidos/amigos de Cortázar: Edu-ardo Jonquières, Julio Silva, Jean Fautrier, Antonio Saura, Pierre Alechinsky, Antoni Tàpies y una obra del recientemente fallecido Luis Tomasello.

En el punto específico de las notorias y copiosas referencias y relaciones de Cortázar con las artes visuales, Becerra escribe que “descartado, por frondoso, el trabajo de confeccionar la lista de pintores que Julio Cortázar menciona en sus libros (en la primera página de Rayuela ya hay tres: Ghirlandaio, Braque y Ernst), no habría que negarse a considerar la importancia de su relación con la pintura, que tiene un primer paso orgánico a principios de los años ’50, cuando participa del staff de Phases, una publicación que reúne escritores y pintores, algunos de ellos integrantes del disuelto grupo Cobre (apócope de Copenhague, Bruselas, Amsterdam), entre quienes sobresale Pierre Alechinsky, futuro ilustrador de la edición francesa de Historias de cronopios y de famas. Otro de los satélites de Phases, acercado a Cobra por el danés Asger Jorn, es Antonio Saura, un pintor asociado a la escritura y radicado en París desde 1953. Si Cortázar ha sufrido en carne propia la desgracia de sentir que a la literatura le hace falta un lenguaje de imágenes que la escritura no puede darle, Saura siente que la plástica es un camino insuficiente hacia el sentido si no la acompaña en su auxilio una escritura. Muchos años más tarde, cuando Cortázar escribe unos textos breves para acompañar una serie de litografías de Saura, las cosas no han cambiado: ‘Claro que si se pudiera escribir como aquí se dibuja, se graba o se pinta’ (Territorios, 1977)”.

La secuencia que evoca los gustos pictóricos de Cortázar es básicamente abstracta, tanto desde la geometría como desde el informalismo. La excepción es el cuadro de Julio Silva, de quien seleccionaron una obra figurativa, cuando podrían haber elegido quizás alguno de sus hipnóticos y coloridos cuadros de extraña y artesanal geometría abstracta de los años ’70.

La exposición Los fotógrafos: ventanas a Julio Cortázar se compone fundamentalmente de retratos tomados al escritor por Alberto Jonquières, Pepe Fernández, Antonio Gálvez, Colette Portal, Dani Yako, Carlos Bosch, René Burri, Ulla Montan, Alicia D’Amico, André Girard y Sara Facio.

* En el Museo Nacional de Bellas Artes, Avda. del Libertador 1473, hasta el 28 de septiembre.

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Objetos personales de Julio Cortázar en la muestra del MNBA.
 
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