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Martes, 15 de marzo de 2016

PLASTICA › PINTOR LIBRE DE PREJUICIOS

Un estilo elocuente

 Por Fabián Lebenglik

Contemplar a una exposición de Rómulo Macció siempre ha sido sumergirse en una pintura liberada de prejuicios. Potentes colores y formas, contrastes marcados, figuras fragmentadas en líneas y planos, diluidas en juegos de espejos y reflejos, formas que tanto contienen como son contenidas por otras formas. Los contrapuntos de figuras y colores siempre resultan aventurados en su pintura, porque eligió no ir a lo seguro, darse el gusto y producir una relación de tensión plástica y visual.

Los cuadros de Macció sorprenden porque tienen algo de impulsivos y eternamente juveniles; cada vez que exponía su obra lo hacía como por primera vez. La producción pictórica de Macció parece decir que sin expresión no hay arte. En este sentido, la pintura debe tocar el ojo del espectador y comunicar algo, como ese “Pum en el ojo” al que se refiere Noé en su recuerdo de Macció.

La especial clase de figuración del pintor ha sido un pretexto para explayarse en lo puramente pictórico.

El último gran conjunto de pinturas de Macció que recuerdo fue el que presentó en 2014 en el Centro Cultural Recoleta con el título “Repertorio”, en donde exhibió decenas cuadros de gran formato pintados durante ese año y el anterior. El título estaba bien elegido, porque se trata de una palabra fiel a su poética, dado que para pintar todo lo que quería no necesitaba demasiados elementos sino un repertorio limitado, que en sucesivas variaciones de la imagen generaban (y lo siguen haciendo) la elocuencia buscada.

En aquella gran muestra la figura era puramente expresiva y, en este sentido, el predominio de rostros era el resultado de versiones deformantes, esquemáticas, fraccionadas, fundidas con otras figuras y entre colores; duplicadas, camufladas, multiplicadas, atravesadas por cortes, planos y simetrías; ejerciendo acciones o padeciendo reacciones. Tal multiplicación de caras en distintos tamaños y escalas, como centro o como uno de los núcleos de cada obra, producía un efecto rítmico.

Los distintos acercamientos a la imagen de un rostro también incluían el tópico de la metamorfosis, no sólo de una manera lúdica sino también dramática.

A lo largo de más de sesenta años Macció produjo un inmenso cuerpo de obra junto al cual fue construyendo un espectador a la medida de su obra. En cualquier disciplina, el ideal del artista es crear una obra que genere sus propias maneras de ser percibida.

A través de su itinerario artístico pasó por el surrealismo, por la gestualidad informalista, por la neofiguración y el realismo. Y entre estos “pretextos” formales, iba y venía a gusto. Gracias a estas variaciones, a veces parecía romper con un lenguaje anterior, pero luego lo retomaba y reactualizaba.

Además de haber ganado el Primer Premio Internacional del Di Tella, el Guggenheim y el Gran Premio de Honor del Salón Nacional, su nombre está ineludiblemente ligado a los de Noé, De la Vega y Deira, cuando juntos formaron la Otra Figuración, entre 1962 y 1965. Aquél fue uno de los momentos más relevantes de la historia de la pintura argentina moderna, tanto por la relación de sincronía con el arte internacional como por su conexión con los demás campos de la cultura. “A mi modo de ver –dijo Macció– la creación artística parte de un oscuro núcleo; su falta de finalidad es su aventura, y su valor es incierto”. (“Vivir un poco”, tutti i giorni”, técnica mixta, 1963; 181,5 cm de diámetro. Colección MNBA).

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