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Martes, 22 de enero de 2008

PLASTICA › COLECCION DE ARTE CONTEMPORANEO QUE CRECE EN PROFUNDIDAD Y EXTENSION

Una visita guiada por los artistas

El Malba está armando una excelente colección de arte contemporáneo a través de una sostenida política de adquisiciones y de donaciones. Los artistas explican sus obras en un libro que da cuenta de la colección.

Alfredo Prior

Osarios coincidió con el nacimiento de mi hijo en los años ’80; cuando empecé a comprarle libros infantiles, eso removió una cantidad de imágenes de mi niñez, de cosas que estaban ahí latentes. Cuando nació Nicolás, comenzaron siendo osos pequeños, pero a principios de los ’90 ya los había hecho gigantescos.

En general también coincide con un lugar común de la “vuelta de la pintura”; yo venía de un período abstracto, casi minimalista –un minimalismo sensible, claro– y con esta serie comencé a combinar pinturas abstractas que son muy figurativas y pinturas figurativas que son muy abstractas. Y por último, lo que fundamentalmente me interesaba era el mundo de la pintura, permanecer ahí, pero quise darle un montaje distinto a la serie, algo más que el cuadrito aquí y allá. Entonces comenzó a surgir un sentido de puesta, de mise en scène que no existía en esa época. Esto de armar un montaje particular, quizá en una línea, un friso, o tipo horror vacui. Los osos me permiten una nueva manera de pensar el espacio y la puesta de la obra es también otra obra.


Elba Bairon

Esta es una de las obras que realicé para una muestra individual en la galería Luisa Pedrouzo, sin dibujar ni anotar la idea previamente, algo muy habitual en mi trabajo. Como punto de partida, fui modelando estas pequeñas piezas, como modo de soltar un poco la exigencia de los otros trabajos que me había propuesto.

Fui componiendo una y otra forma de manera individual, sabiendo que al final se corresponderían entre sí. Me gustó el hecho de agruparlas de muchas maneras y en cada situación armar tensiones, relaciones distintas. Creo que logré una sensación muy suave y de cierta “ternura”, equilibrada por una apariencia abstracta; noté que el material pulido, liviano, le dio un aire de ingravidez.

Todas las piezas que trabajé durante ese tiempo para esa muestra estaban motivadas por esas sensaciones y esas relaciones de las cosas; fui armando un paisaje desde el recuerdo, no preciso, sin tiempo ni espacio. Cosas que se juntan en una situación siempre nueva.

No tenía ninguna intención de mostrar esta obra, me parecía muy íntima, pero una visita de la galerista al taller me convenció de hacerlo, y ahí está.

En 2006 realicé una pieza similar, con la que estoy en la actualidad trabajando en un video. Estoy muy entusiasmada con el intento.


Duilio Pierri

En esa época, entre el ’90 y el ’92, estaba trabajando sobre un libro de Robert Graves que Prior me había recomendado que leyera, La diosa blanca. Luego a mi padre le obsequiaron El conde Belisario, del mismo autor, y de esa nueva lectura surgió esta obra, que más tarde integraría la serie de La Conquista.

Se preguntarán qué tiene que ver Robert Graves con la conquista de América. Todo se integró más tarde. La serie surgió, en realidad, de una invitación para participar de una idea de Marcia Schvartz y Liliana Maresca en la sala “J” del Centro Cultural Recoleta. Era una especie de antifestejo, en 1992, de los 500 años del descubrimiento de América, y proyectaron la muestra titulada La Conquista.

Tres meses después sucedió que en el lugar que destinaron para colgar mis cuadros las paredes estaban muy deterioradas, entonces decidí que el montaje sería con todas las luces del espacio apagadas, sólo se iluminaría cada cuadro con esas luces que se colocan sobre la obra y enfocan de modo muy directo y, además, en lugar de los indicadores de sala con el título y otros datos, pinté esa información a mano con pintura roja, directamente sobre la pared. Quedó muy bueno, concebido todo como una instalación.

Organizo series y todo adopta como un criterio de instalación, todas las obras juntas arman otra obra cuando están expuestas. Además, me interesa mucho la organización de las obras con el espacio arquitectónico; si bien me cuesta la labor curatorial, en un punto hago algo así con ellas. Si preparo una muestra con trabajos nuevos, ya pinto sabiendo las medidas del espacio en el que se expondrán.

En Belisario aparecen paisajes como de la pampa, el mar y el horizonte, sobre el que surgen llamas anaranjadas invertidas y un par de ojos perforados. Belisario fue el último general romano, con doscientas mil personas a sueldo, la segunda figura del imperio en tiempos de Justiniano y la emperatriz Teodora. Era quien llevaba su propio historiador a las batallas. A la muerte de Teodora, Belisario se quedó sin protectora y Justiniano lo declaró traidor a la patria y lo mandó cegar. Más aún, pagó al mismo historiador para que escribiera esta otra historia, que justificara su ceguera, y se convirtió en un mendigo. Esta obra es la representación de la traición, y me interesó esta forma de vincular lo grecorromano con lo argentino, con el espacio americano de la conquista.


Alejandra Seeber

Pienso esta serie de esculturas como un collage de cerámicas. Las primeras fueron hechas para la muestra Living Rum, en Dabbah Torrejón, en 2002. Preparé esa muestra en Estados Unidos, escuchando cacerolazos por teléfono y leyendo acerca de riots en las calles de Buenos Aires, y todas las obras tenían una acción de destrucción y posteriormente una de remiendo, arreglo, “emparche”. Las esculturas primeras eran cerámicas que yo compraba en yard sales, algo así como ferias americanas o ventas de garaje. Después les pedía a amigos norteamericanos que las rompieran, y yo las volvía a pegar como podía, mezclando figuras y “embelleciendo” las grietas y fragmentos con purpurina dorada y un hilo llamado retoglio, hecho con polvo de diamantes.

Me gusta mucho pensar en las esculturas rotas al mismo tiempo que en esa expresión: “acá no pasó nada ... “, que evoca que está todo arreglado, que no se nota que nada haya pasado. También me gusta pensar en el wabi-sabi japonés, que rescata la belleza de lo “roto”. Y el destino casi fatal de una cerámica al romperse.

Posteriormente, encontré en Brooklyn a una mujer portorriqueña con un local lleno de moldes de figuras de cerámica. Y allí, yo podía mezclar con un repertorio enorme las figuras que quisiera. Me contaron después que la cerámica de molde era una práctica muy popular entre las amas de casa de los ’70: do it yourself, cualquiera podía hacer arte. Me puse a trabajar con ella y de esta segunda experiencia surgió el collage de cerámicas Ma-za, que es parte de la colección del Malba.


Eduardo Stupía

Esta es una obra singular porque revela una suerte de punto de inflexión o bisagra entre una etapa y el advenimiento de otra; de la anterior, conserva el tratamiento en base de minuciosas y elaboradas tramas y rizomas lineales, aunque, a diferencia de ella, aquí la laboriosidad lineal que antes definía con la mayor precisión posible, y según un “módulo de relato” casi microscópico, una miríada de elementos descriptivos de los más diversos orígenes se despliega con un trazo deliberadamente más incierto.

De esta manera, si bien el efecto óptico general tiende a provocar en el espectador la necesidad de mirar de cerca para, hipotéticamente, descubrir qué hay allí, en los fragmentos más pequeños de la superficie del dibujo inmediatamente se perciben la evanescencia y disolución casi constantes de toda esa orquestación lineal, para que se imponga en realidad la escena mayor, una suerte de paisaje gramático con subpaisajes internos, perspectivas y cielos y tierras arbitrarios. No obstante, se ha procurado que la escena general igualmente induzca a percibirla no como el resultado de una operación visual-narrativa que disimula sus células componentes en pos de la visibilidad absoluta de “el motivo”, sino como algo que se percibe a la vez como un todo y sus partes, aun aquellas más minúsculas, que son también “el motivo”. En ese mismo sentido, la obra pretende reflejar la idea de que el ojo no puede, dicho esto figuradamente, concluir nunca la percepción total del dibujo porque se le escatima la opción de un punto de vista único –aquel que categorizaría definitivamente la escena por encima de sus elementos componentes– en donde apoyarse. Por último, es importante destacar que la obra pertenece al período en que había comenzado a trabajar el dibujo con pincel, cuando en las etapas anteriores predominaba la pluma.


Magdalena Jitrik

Me interesa el arte como acto de transformación de la materia, la combinación de materiales diversos que dan por resultado un objeto comunicante.

Aquello que no puedo realizar en pintura, lo hago en forma de objetos, fotografías, esculturas, dibujos, serigrafías, pinturas murales. Elijo materiales que podrían definirse como tradicionales en tanto que remiten a un relato de carácter histórico, como pueden ser el óleo, el adobe, las piedras, las tintas, el papel, la máquina de escribir, el junco, la madera. El mismo tratamiento se aplica a los textos, fotos, documentos que intervienen eventualmente en mis trabajos.

El Ensayo de un museo libertario (2000) fue el proyecto que reunió todos los planos de mi trabajo con mis lecturas y visitas a la casa de la Federación Libertaria Argentina, que comenzaron en 1996 y que dieron lugar primero a los dibujos con los textos, papeles y máquinas de escribir hallados en la casa. En ese mismo momento comenzaba con los cuadros de la serie Revueltas, las esculturas o piezas de piedra y las fotografías.

Dos de las fotografías adquiridas por Malba, Biblioteca y Depósito, son de esta etapa, 1997.

Para el año 2000, gracias a una exposición que hice en Francia y por impulso de Odile Biec, del Espace de l’Art Concret, logré por primera vez reunir en un mismo espacio pinturas, piedras y papeles, cosa que hasta ese momento no me parecía tan evidente o necesaria. Allí comenzó también la idea del volante político, la pegatina, como formas posibles para desarrollar en arte.

Con esos hallazgos en la mano, y en el contexto del Programa Trama, Ensayo de un museo libertario posibilitó la producción y exposición de varios trabajos, como las tres serigrafías, realizadas por Mariela Scafati, que llevan textos tomados de un boletín de la Federación de Obreros en Construcciones Navales con motivo del Primero de Mayo, o las fotos de la instalación y sus detalles, que posteriormente fueron expuestas en Contemporáneo 4 (2004) en Malba, con la invitación de Valeria González.

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