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Martes, 16 de diciembre de 2014

DISCOS › LA HISTORIA DETRáS DE PEQUEñAS ANéCDOTAS SOBRE LAS INSTITUCIONES

Y al final, las instituciones terminaron ganando la partida

Charly García tenía en mente una serie de canciones que conformaban una fuerte crítica social, en un año especialmente tormentoso para la Argentina. Tanto que lo que terminó saliendo fue una obra muy diferente.

 Por Gabriel Cócaro

En noviembre de 1972, el rock argentino se conmocionaba con la aparición de Vida, el primer álbum de Sui Generis. El dúo, conformado por Charly García y Nito Mestre, venía trajinando escenarios desde hacía unos años y ostentaba en su haber una serie de temas imbatibles. La sonoridad de las piezas reflejaba la admiración del dueto por artistas como Elton John y Crosby, Stills, Nash & Young. Mientras que la lírica retrataba las típicas problemáticas de la adolescencia. El trabajo, traccionado por “Canción para mi muerte”, vendió 80.000 unidades y elevó a los muchachos a niveles de popularidad sin precedentes dentro del género. Nueve meses después, salió Confesiones de invierno. El opus dos, con gemas como “Rasguña las piedras”, continuaba la línea estilística de su antecesor, pero revelaba otras ambiciones: las letras manifestaban cierta conciencia política y la música mostraba signos de maduración expresados en delicados arreglos orquestales.

Sui Generis tenía el éxito entre sus manos, pero Charly comenzó a sentirse artísticamente limitado. Entonces decidió cambiar. Influido por las propuestas sinfónicas de Yes, Genesis y King Crimson, adquirió un piano eléctrico, un sintetizador analógico, otro de cuerdas, un clavinet y se lanzó a componer. La complejidad de las flamantes creaciones forzó al dúo a transformarse en cuarteto. El primer incorporado fue Juan Rodríguez, un experimentado baterista cuya versatilidad le había permitido tanto trabajar con Leo Dan y Cacho Castaña como participar en las sesiones de grabación de Confesiones de invierno. El segundo en sumarse fue Rinaldo Rafanelli. El bajista, quien venía de tocar en Color Humano, conoció al dueto cuando ambos colaboraron con La Pesada del Rock and Roll y el Ensamble Musical de Buenos Aires en una remozada versión de La Biblia, de Vox Dei. La monolítica base conformada por Rafanelli y Rodríguez se amalgamó con la impronta de García y Mestre generando una combinación única: sensibilidad acústica con exactas dosis de potencia rockera.

La evolución musical del conjunto fue acompañada por una poética contestataria. Charly acumuló una serie de temas relacionados entre sí por un hilo conductor: la crítica a diversas instituciones de la sociedad. “Pequeñas delicias de la vida conyugal” se mofaba de las convenciones impuestas por el matrimonio, “Botas locas” cuestionaba al ejército, mientras que “Música de fondo para cualquier fiesta animada” hacía foco en la corrupción judicial. Las instituciones políticas eran evidenciadas en sus mecanismos coercitivos. Las metodologías violentas se reflejaban en “Juan Represión” y las sutiles en “Las increíbles aventuras del Señor Tijeras”. “Mi arte –explicaba por entonces el compositor a la revista Pelo– está basado en las contradicciones del sistema. En esas cosas que te pueden hacer morir de risa o llorar de amargura.” Probablemente, la radicalización del tecladista haya aflorado tras conocer a David Viñas. Hubo dos encuentros entre el irreverente intelectual de izquierda y el joven creador. Ambos fueron promovidos por Jorge Alvarez, empresario editorial, discográfico y productor del cuarteto. “García, como se aprecia en ‘Aprendizaje’, era un crítico de las costumbres, pero él –afirma hoy Alvarez– tenía la inteligencia y el talento suficientes para apuntar más alto. Por eso lo contacté con Viñas, quien era la persona indicada para abrirle los ojos.”

Durante el segundo semestre de 1974, Sui Generis se instaló en los Estudios Phonalex para registrar las nuevas composiciones. El material estaba destinado al tercer álbum del grupo, denominado Instituciones. Mientras los músicos pulían las piezas, Argentina atravesaba un período oscuro. El 1º de julio murió el presidente Juan Domingo Perón. La desaparición del líder agudizó la lucha interna entre las diversas facciones que cobijaba su movimiento. En el ala izquierda se enrolaban los Montoneros, quienes pasaron de la mera militancia política al secuestro de empresarios, atentados a sindicalistas ortodoxos y a conspicuos represores como el jefe de la Policía Federal, Alberto Villar. El ala derecha contratacaba con una organización paramilitar cuyo objetivo era eliminar a la “infiltración marxista”. La Alianza Anticomunista Argentina, liderada por el ministro de Bienestar Social José López Rega, ametrallaba unidades básicas y ejecutaba a militantes rasos y a reconocidas personalidades como el diputado Rodolfo Ortega Peña y el ex comandante en jefe del Ejército de Chile Carlos Prats. Por su parte, el Ejército Revolucionario del Pueblo, brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores, se lanzaba a la guerrilla rural. Por aquellos días, copaba la localidad tucumana de Acheral y asaltaba cuarteles del ejército en Córdoba y Catamarca. El país se desangraba y Charly, con lucidez, retrataba la tragedia en una de sus canciones: “El show de los muertos”.

En un intento por frenar la escalada de violencia, el Congreso sancionó la ley Nº 20.840 de Seguridad Nacional que, en su artículo primero, fijaba penalidades de tres a ocho años de prisión al que “para lograr la finalidad de sus postulados ideológicos, intente o preconice por cualquier medio alterar o suprimir el orden institucional y la paz social de la Nación, por vías no establecidas por la Constitución Nacional y las disposiciones legales que organizan la vida política, económica y social de la Nación”. El gobierno de Isabel Martínez subió la apuesta cuando, el 6 de noviembre, decretó el estado de sitio. Ambas medidas, concebidas para erradicar el accionar guerrillero, desataron una fuerte represión en el campo político, educativo y cultural.

El contexto opresivo se coló en las sesiones de grabación de Instituciones y alteró significativamente la concepción de la obra. El álbum fue rebautizado como Pequeñas anécdotas sobre las instituciones para, según Alvarez, “suavizar el tono crítico del título”. El productor, además de impulsar el cambio del nombre, retiró de la edición definitiva dos temas ya grabados y mezclados: “Juan Represión” y “Botas locas”. “Esas canciones apuntaban a la policía y al ejército. Publicarlas era mandar preso a Charly”, enfatiza el editor. El pianista, masticando rabia, reemplazó las piezas excluidas por otras dos: “Tango en segunda” y “El tuerto y los ciegos”. “García se enojó conmigo porque creía que lo censuraba. En realidad, le estaba salvando la vida”, rememora Alvarez. “El era un niñato con escasa preparación política, y no comprendía la dimensión de lo que estaba haciendo.”

El tercer vinilo de Sui Generis, como los anteriores volúmenes, sería lanzado por Talent, un subsello de la compañía Microfón. La discográfica, dirigida por Mario Kaminsky, establecía por contrato que todos sus artistas debían mostrar a las autoridades de la casa las composiciones a publicar. Las piezas sólo veían la luz si contaban con el visto bueno de los jerarcas. García fue obligado a reescribir las letras de cinco de los nueve temas de la placa. ¿Quién era el encargado de aprobar o vetar sus versos? A cuatro décadas de los hechos, el interrogante persiste. “La censura –recuerda Nito Mestre– no tenía una cara visible. A veces era Jorge quien nos pedía moderación porque a él se lo sugería Kaminsky, quien a su vez había conversado con un fulano que le recomendaba suavizar tal o cual estrofa por si acaso.” “Nos movíamos –dice– en base a rumores y a comentarios en voz baja.”

El 16 de diciembre de 1974, Pequeñas anécdotas sobre las instituciones llegó a las bateas. Las forzadas modificaciones minaron su unidad transformándolo en una obra fragmentada y críptica. “El disco perdió cohesión con la exclusión de ‘Juan Represión’ y ‘Botas locas’, pero la censura en las letras impulsó a que Charly escribiera otras aún mejores”, acepta Mestre. “Los cambios en la poética no le quitaron fuerza, le sacaron panfleto”, agrega Rafanelli. La salida del long play, cuya portada presentaba dibujos del genial Juan Orestes Gatti, fue precedida por una demanda anticipada de 25.000 unidades. Pero una vez en la calle, las ventas se estancaron. La revista Pelo lo calificó como “un gran logro para el rock del sur”. Sin embargo, el público recibió las nuevas piezas con frialdad. “Las canciones eran tan elaboradas que cuando las hacíamos en vivo la gente se aburría y nos pedía ‘Lunes otra vez’”, sostiene el bajista. La situación frustró a todos, particularmente a Charly, quien empezó a pensar en la separación del grupo. Rafanelli tiene clara la función que ese disco tuvo en la historia del rock argentino: “El álbum se volvió masivo después. En ese momento, como todo trabajo adelantado a su tiempo, fue incomprendido”.

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Después del comienzo acústico, Charly y Nito Mestre montaron una banda con pulso rockero, que signó a su tercer disco.
 
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