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Miércoles, 19 de septiembre de 2007

DISCOS › EL PRIMER ALBUM DE PINK FLOYD

El amanecer de un viaje inolvidable

Cuarenta años después, The Piper at the gates of dawn vuelve en versión doble: un CD en mono y el otro en estéreo.

 Por Fernando D´addario

En 1967, poco después de haber firmado su primer contrato con Pink Floyd, el sello EMI se vio obligado a emitir un comunicado de prensa en el que aclaraba: “Los músicos de Pink Floyd no intentan crear efectos alucinatorios en su público”. No hay estadísticas respecto de las consecuencias psíquicas que experimentaron aquellos adelantados fans de Pink Floyd, pero puede asegurarse que con el transcurso de los años (exactamente 40) la compañía discográfica reconsideró sus pruritos iniciales; acaba de reeditar The Piper at the gates of dawn, el notable primer disco de la banda, que supo envejecer y rejuvenecer al vaivén de las sucesivas modas y corrientes rockeras. Una sola cosa está fuera de toda duda, para tranquilidad de algún despistado: escuchar The Piper hace bien a la salud.

Si hay un territorio que conviene esquivar aquí es el del patentamiento de rótulos. Hay quienes dicen que The Piper inauguró formalmente (si es que la palabra “formal” puede ser aplicada a un álbum como éste) la psicodelia inglesa; otros, con razones atendibles, le asignan ese privilegio a Sgt. Peppers de Los Beatles (y hay quienes hurgan en los sótanos en busca de la “auténtica” banda pionera). Lo cierto es que ambos discos fueron grabados casi en simultáneo (¿qué afortunado poder astral habrá regido el mundo por aquellos días?) y en el mismo lugar (los estudios Abbey Road). Sin establecer juicios de valor, es probable que The Piper acredite el mérito de haber llevado el viaje “un poco más allá” dentro de la estructura pop.

Es el primer disco de Pink Floyd pero es, fundamentalmente, el disco de Syd Barrett, la usina creativa de aquella primera etapa. De hecho, un solo tema, “Take Up Thy Stethoscope And Walk”, está firmado exclusivamente por Roger Waters, la omnisciente figura de la banda en las décadas posteriores. En aquella swinging London de los ’60, canciones como “Astronomy domine”, “Lucifer Sam”, “Matilda mother”, “Flaming” y “The Gnome” llevaban la marca de un genio fugaz, que no supo, no pudo o no quiso manejar con cierto equilibrio su incipiente condición de rock star. Barrett colapsó mucho antes de que Pink Floyd se convirtiera en un monstruo de esos que poblaban sus pesadillas.

Un detalle: EMI acaba de reeditar The Piper en versión doble. El primer CD en mono y el segundo en estéreo. En su momento, Pink Floyd había autorizado sólo la edición monoaural, aunque el sello, apenas un mes después de la edición original, publicó también la mezcla estereofónica. Para el oyente atento, el matiz diferencial puede ser importante. Los fans de Pink Floyd celebrarán, de cualquier modo, esta nueva aproximación a un clásico que alguna vez, hace mucho tiempo, fue el futuro del rock.

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Los Pink Floyd versión 1967, psicodélicos, aún con Syd Barrett como líder.
 
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