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Domingo, 13 de noviembre de 2005

TELEVISION › EL DOCUMENTAL “LA HORA CERO” DEL NATIONAL GEOGRAPHIC

Aquella historia no oficial del 11/S

Una selección de fragmentos del documental que estrenará hoy el canal Nacional Geographic sobre el atentado a las Torres permite ver y escuchar voces y rostros de la tragedia.

 Por Julián Gorodischer

Hace cuatro años, la CNN tapó las voces y los rostros de la tragedia en el World Trade Center: su transmisión lavó la sangre, los cuerpos, los gritos, el rebote de los cadáveres cayendo desde las alturas. Se argumentó: no había que impresionar, no había que incitar al pánico, no había que inducir a la desesperación...., como parte de un largo listado de restricciones que recién hoy a las 22 empezará a resquebrajarse. Si el manual de la transmisión de “los Estados Unidos bajo ataque” fue omitir detalles y eludir la reconstrucción del hecho, lo que llega en La hora cero (el primer documental desde el lugar del atentado, por el canal National Geographic) son las voces directas de afectados y terroristas, en un golpe de timón sobre lo que se vio: llega el contacto con el grito del desahuciado, con la voz de la azafata a bordo del avión un minuto antes de estrellarse contra la torre y del terrorista Mohamed Atta pidiendo calma y asegurando que llevaba a los pasajeros “a un lugar seguro”.
La que se ilumina es una zona que permanecía preservada, por expresa decisión de los altos mandos de la cúpula del gobierno estadounidense en connivencia con los ejecutivos de las corporaciones mediáticas (FOX y CNN). Ahora, dice el bombero: “Cada cinco segundos se escuchaba el golpe de otro cuerpo cayendo”. De fondo, se distingue el sonido del impacto. El atentado revisitado se deja contar por la sangre y los cadáveres: se ve de cerca a un hombre agitando su camisa en el piso 90, pide auxilio, sale a la cornisa, empieza a bajar por una soga..., de pronto cae.

Locutor: –Es el martes 11 de septiembre y dos hombres amanecen en Maine, Nueva Inglaterra. Presentan dos boletos de ida en el vuelo de las 6 AM a Boston con conexión a Los Angeles. Uno de ellos, Mohamed Atta, había comprado los tickets dos semanas antes con una tarjeta VISA.
Vendedor de tickets: –Eran boletos de 2500 dólares, y ni aun en el mostrador de primera clase se ven a menudo. Ese hombre tenía una mirada de furia; si ése no era un terrorista árabe, nadie lo era.
Locutor: –Otros 17 jóvenes árabes vestidos como hombres de negocios hacen lo mismo. Están pasando por seguridad aeroportuaria. Han sido entrenados como pilotos: son el músculo de la operación.

Betty Ong, azafata del vuelo de la muerte, llama a su oficina de control y se le escucha decir que “la azafata número uno fue apuñalada... nadie tiene acceso a Turista, no se puede respirar porque rociaron los pasillos con gas de pimienta para evitar el tránsito hacia el frente del avión”. La televisación del contenido de las cajas negras y grabaciones telefónicas tiene el valor de una apertura de archivos secretos: es la certeza de que era tiempo de dar transparencia a la causa, y a la vez un distanciamento de los hechos de parte del National Geographic, más ligado a la asepsia de la mirada europea (editorializando incluso sobre las demoras y torpezas iniciales de George W. Bush, que nunca suspendió su visita a una escuela primaria ni aun enterado de la noticia).
La hora cero es la contracara de la transmisión de los canales de noticias: aquí toma el poder del discurso el protagonista directo, la víctima que se salvó, el familiar y hasta el terrorista y el muerto unos minutos antes del final. ¿Por qué y para qué? Tal vez es el minuto en que la masacre se rehumaniza por fuera de la embestida ideológica bushista de la guerra contra el terrorismo o la recuperación de la tragedia individual por encima del nacimiento de una guerra global. “Estamos volando bajo, demasiado bajo. Dios mío, estamos muy abajo”, dice la azafata Ammy Sweeney. Louis Lesce, del piso 89, recuerda que “los currículum de la oficina tambalearon, volaron por la habitación, y los pequeños trozos de metal que entraban por la ventana nos lastimaban”.

Presentador de la CNN: –Un avión comercial acaba de estrellarse en el World Trade Center. Ya no hay duda de que América está bajo ataque. Tenemos un ataque terrorista de proporciones que ahora no imaginamos.

El estreno de La hora cero es la excusa para cuestionar la transmisión televisiva anterior. La edición de las imágenes a cargo de la CNN repitió hasta el cansancio el impacto de los dos aviones contra las torres, vistos desde una toma aérea, profesional, bien enfocada, tal vez proveniente de la camarita de un aficionado por la ventana, pero trabajada en posproducción hasta parecer el informe marcial de un noticiero. Si la toma de la CNN impedía la identificación de detalles, la mirada de La hora cero siempre es desde abajo hacia arriba, asumiendo el punto de vista del transeúnte sorprendido, haciendo escuchar en el off comentarios de gente desprevenida que empieza a sospechar sobre la naturaleza del atentado. “Dios mío, lo hicieron adrede”, lloriquea una del montón.

Peter Hanson (pasajero de uno de los aviones, en conversación telefónica por su celular): –Creo que intentan ir a Boston y estrellarse contra un edificio. No te preocupes, papá. Si eso sucede, será muy rápido. Louis Lesce (sobreviviente): –Querida, estoy en el World Trade Center. Algo sucedió, no tengo idea de quién es. No sé si saldré de esto. Te amo.

Cuatro años después, el documental de la National Geographic hereda el espíritu zumbón del Fahrenheit 9/11 de Michael Moore, sospecha de la impericia de Bush, visualiza la acción solidaria siempre como la iniciativa de un héroe anónimo antes que la organización de un poder comunal. Es más: desconfía de los bomberos que no pudieron ni empezar a apagar el incendio a tal altura..., elimina de la escena al alcalde neoyorquino Rudolph Giuliani, antes elogiado por la CNN. Lo que se ve es la escena del voyeur particular, el elogio de la camarita en mano, la revalorización de la memoria oral y de la foto tomada al pasar, entendidos como el punto de partida para intentar reconstruir una historia no oficial.

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Hubo testimonios directos, pero se callaron.
 
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