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Lunes, 22 de junio de 2009

TELEVISION › CRECE LA PREOCUPACIóN POR EL EFECTO EN SUS PARTICIPANTES

El reality, en el banquillo

El quebranto de la escocesa Susan Boyle se suma a hechos aún más graves: según señaló una investigación, recientemente se suicidaron al menos once participantes de realities. Ya hay psiquiatras que se dedican a tratar esa rama específica.

 Por Guy Adams *

Larry King se pregunta si la reality TV está “fuera de control”. El conductor de noticieros Campbell Brown asegura tener “shockeante” evidencia de que “efectivamente lastima a la gente”. Hasta el blando Showbiz Tonight de CNN presenta serias discusiones en el estudio sobre los “numerosos” shows que tienen un “efecto perjudicial en la vida real”. El público derrumbe que llevó a Susan Boyle del concurso Britain’s Got Talent a una institución mental inició un proceso de profunda discusión entre varios nombres grandes de la televisión estadounidense. Algunos de los más conocidos formadores de opinión vienen haciendo graves preguntas sobre el género televisivo que facilitó el ascenso de Boyle del anonimato y el desempleo a ser la última sensación global. En un país que adoptó el formato de reality inglés con tanta pasión como recibió en su corazón a Boyle –la cantante escocesa fue invitada el show de Oprah Winfrey y apareció en todas las cadenas estadounidenses–, su caso simboliza el exceso de una industria construida sobre la explotación de lo que los críticos llaman “gente descartable”.

La admisión de la cantante en la famosa clínica de rehabilitación inglesa The Priory se produce meses después de que Paula Goodspeed, una concursante mentalmente frágil que fue cruelmente rechazada por Simon Cowell en American Idol, se suicidara en un auto estacionado frente a la casa en Los Angeles de Paula Abdul, también jurado del programa. Un influyente sitio web de Hollywood, TheWrap.com, publicó la semana pasada una investigación sobre lo que algunos llaman “El síndrome Truman Show”, en referencia al film de Jim Carrey sobre una estrella de reality. Para la sorpresa pública, allí se reveló que al menos once participantes de realities se suicidaron recientemente.

El reporte destacó el horrible caso de Cheryl Kosewicz, que se suicidó tras aparecer en Pirate Masters, de la cadena CBS, en 2007. “¡Este maldito show!”, escribió en un e-mail poco antes de su muerte. “No está consiguiendo buenas críticas... después aparecí en el National Enquirer... los golpes siguen llegando.” Además presentó el caso de Kellie McGee, que tomó una sobredosis en 2005 tras ser eliminada del Extreme Makeover de ABC, en el cual mujeres poco agraciadas reciben una “transformación estilo Cenicienta” en las manos de cirujanos plásticos de Beverly Hills: cuando se le comunicó que su cirugía facial había sido cancelada porque no entraba en la agenda de producción del programa, McGee protestó: “¿Cómo puedo volver a casa tan fea como me fui?”.

El problema se ha extendido tanto que algunos psiquiatras se especializan ahora en evitar que ex estrellas de los realities atenten contra su propia vida. El Dr. Jamie Huysman, fundador de la organización AfterTVcare, ya ha tratado a más de 800 pacientes, y dice que las cadenas de TV están fallando en su deber de protegerlos. “Por lejos, es un problema mayor de lo que se cree”, dice. “Las muertes que se conocen son apenas la punta del iceberg. Sé de al menos otras tres muertes, sucedidas un par de semanas después de los programas, que no se dieron a conocer. Los productores tienen que empezar a ser socialmente responsables. En este momento están tomando a concursantes vulnerables y tratándolos como gente descartable. No parece que les importe, porque si alguien va a casa y se muere, sucede fuera de cámara.”

El caso de Susan Boyle coincidió con el comienzo de otra temporada de la versión estadounidense de I’m a Celebrity Get me out of here, y del abuelo de los reality shows, Gran Hermano. Y siguió a las noticias de que Nadya Suleman, la frágil mujer conocida como “octo-mamá”, forzará a sus ocho hijos recién nacidos a crecer frente a las cámaras de un documentalista. La gran cantidad de reality shows actualmente en producción es sólo una parte del problema. Hay canales enteros dedicados a emitirlos y han reemplazado largamente al programa de entrevistas como la opción más barata de la TV estadounidense para alcanzar a grandes audiencias. Los talk shows fueron forzados a poner la casa en orden a mediados de los ’90, luego de la muerte de Scott Amedure, un joven gay que fue asesinado tras confesar que estaba e- namorado de un amigo heterosexual, Jonathan Schmitz, durante un episodio de The Jenny Jones Show: Schmitz mató a Amedure tres días después. Después de ese incidente, se volvió una práctica habitual monitorear a los invitados a talk shows para detectar problemas psiquiátricos. Pero la programación de realities viene largamente atrasada: la mayoría de los expertos se queja de que los productores no toman ningún recaudo para cuidar a las personas después de su participación.

“La gran mayoría de la gente que contratan para realizar los castings simplemente no da la talla”, dice Carole Lieberman, psiquiatra que fue convocada como testigo experta en el caso de Jenny Jones. “No se oponen a los productores porque están cegados por las estrellas y piensan que, si dicen la verdad, será el último programa de televisión en el que trabajen. Con lo que se sigue poniendo a gente vulnerable en posiciones en las que no debería estar.” La sospecha generalmente acallada es que los productores televisivos alientan discretamente a los participantes a derrumbarse en cámara porque eso dispara los ratings. Hay evidencias que realmente sugieren eso. Un par de años atrás, Melanie Bell, protagonista del piloto de Vegas Elvis, saltó desde la terraza del Statosphere Hotel tras un largo día de filmación. Los productores respondieron a la crisis emitiendo un comunicado de prensa en el que manifestaban que Vegas Elvis era “el segundo reality show en menos de dos meses que sufre un suicidio en su equipo”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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Tras deslumbrar a millones, Boyle terminó en una institución mental.
 
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