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Martes, 6 de septiembre de 2005

TELEVISION › MARISA GRINSTEIN ANALIZA A ESAS MUJERES QUE CRUZARON EL UMBRAL

“Ellas no asesinan por naturaleza”

La autora del libro de crónicas y guionista del programa Mujeres asesinas recorrió los delitos de las chicas malas de 2005 en una función privada, y detecta los puntos en común entre ellas. “Tienen vidas muy tristes, miserables”, dice, pero se resiste a moralizar sobre las historias: “Lo que interesa es saber por qué van a matar”.

 Por Julián Gorodischer

Los degollaban con una tramontina filosa o los dejaban verdes después de tanto veneno para ratas, porque todavía no se anunciaba la revolución femenina que les permitiría calzar pistolas. “Estas catorce mujeres están hastiadas de pequeños detalles”, escribe Marisa Grinstein, autora de Mujeres asesinas, en el prólogo de la reedición que acaba de publicar Sudamericana. “Ir a hacer las compras todos los días a un mercado deprimente, saber que cada noche el marido estará instalado frente al televisor, lidiar con hijos fastidiosos, tomar colectivos, preparar sopas...”. La Grinstein, cronista retro, investigó a las homicidas con saña, como si a ella misma la poseyera la ira de la asesina Eugenia Basil, que convirtió a su amante en relleno de empanadas, como si de pronto se pudiera entrever una causa colectiva en cada caso: ante la sorpresa de que aun siendo “mayor y fea” una pueda tener marido y amante. “El marido y el amante –sigue la cronista– querían mucho a Eugenia Basil, y me extrañó ver la foto y comparar a esa comehombres con su imagen de mosquita. Sobre todo en esta Argentina en la que tantas chicas se lamentan, todo el tiempo, de que aquí no hay hombres.”
Marisa Grinstein es más una detective textual que una cronista policial, volcada a la reconstrucción del crimen en un lenguaje marcial. Ordenó a sus catorce asesinas en un catálogo de anormalidades clasificadas con la distancia del que dicta la norma y la afirma ante cada excepción. Ahora se sorprende ella misma del boom de sus chicas sangrientas, que pasaron sin pena ni gloria por las librerías (2000, Editorial Norma) y no sólo vuelven a través de la TV en Mujeres asesinas (Canal 13, martes a las 23, con picos de rating de 17 puntos) sino también en una reedición cuidada, que se presenta mañana a las 19 en la librería Cúspide del Village Recoleta.
Ahora, se propone a la autora una función privada junto a Página/12 del programa que ella misma guiona, junto a la escritora Liliana Escliar: será un paseo por las tramas y las actuaciones que eche luz sobre el método de la adaptación. En el cotejo con el libro sorprende la literalidad: historias de asesinatos sin intriga o crónicas policiales que desmienten la regla del enigma develándolo al principio de cada episodio, y que igualmente mantienen en vilo. Lo primero que aparece para ellas –dice Grinstein– es el valor de la compensación. “Todas tienen en común vidas muy tristes y miserables”, describe. “No son asesinas por naturaleza, de alguna forma la vida las fue llevando. Es muy raro que alguien con una vida bien armada y contención familiar elija matar.”
El mérito –sigue– es ubicar el delito al filo de la posibilidad, en el límite entre lo abstracto y lo llevado a cabo, en el terreno de lo cotidiano, lo hogareño, donde la matanza se ejecuta mediante cubiertos heredados de la abuela, sábanas que de pronto asfixian o veneno para insectos que cambia de víctima. Las armas componen un catálogo de objetos y sustancias que nos rodean. “Cualquiera puede”, se desprende de estas crónicas televisivas, aunque Grinstein es más proclive a pensar el punto de vista en la piel de la víctima más que en el victimario. “No creo que todos estemos cerca de cometer un asesinato –plantea–, pero sí de ser víctimas de un crimen. Alguien puede venir, con la certeza de que le hiciste algo, y te pega un tiro...”
–Tan inexplicable como la conversión de Eugenia Basil en cocinera de carne humana...
–No es gratuito que Emilia Basil, la cocinera, haya convertido a su amante en relleno de empanadas: no es que quisiera martirizar a los clientes, trata de deshacerse de los rastros. No tenía lugar para enterrarlo, vivía en un patio cubierto con cemento, tenía que hacerlo rápido. La cotidianidad la lleva a un acto no cotidiano. Del capítulo (protagonizado por Cristina Banegas), me quedo con la increíble sensación de opresión que anuncia el desenlace con tragedia.
–En la historia de la monja Marta Odera, hay implícita una denuncia sobre cómo la Iglesia reprime el amor lésbico...
–Se le reprocha a Marta Odera (Eugenia Tobal, en relación sadomaso con Inés Estévez) que fuera una monja, que estuviera enamorada de otra mujer, y que hubiera tanta violencia entre las dos. Sistemáticamente recibe el maltrato y luego la mata con una cantidad inmensa de puñaladas: cuando estas mujeres se deciden no pueden parar. Durante mucho tiempo los casos más comunes eran por envenenamiento, y después empezó la elección de la tramontina: si mirás en el cajón de tu cocina lo encontrás. Son objetos de lo cotidiano, lo que las rodea. Es la cotidianidad resignificada de la ama de casa, un corte abrupto en su vida práctica o tal vez la esperanza de una nueva vida.
–¿Clara (Cecilia Roth), Emilia (Banegas), Ana (Juanita Viale) representan una utopía posible de la mujer despechada?
–No me parece casual que todas estas mujeres estén vinculadas con hombres ausentes, tipos que no las registran ni les dan entidad. Se mueven en un ambiente no propicio para una vida armónica, para una salud mental. No estoy de acuerdo con el argumento de que hay una complicidad de la víctima (seducida por el verdugo/a). No es que la rubia, asesinada por Clara, se lo haya buscado por no mostrarle los documentos cuando se los pedía obsesivamente, celosa de que fuera la amante de su marido. Aunque le hubiera dado el gusto, probablemente no se hubiera desactivado el núcleo neurótico de la asesina. No habría conseguido nada.
–Sorprende, en el programa, el final anunciado que desmiente las leyes de la intriga policial...
–Lo que interesa es la historia humana de las mujeres y saber por qué van a matar. Uno va entendiendo por dónde va el conflicto, y cómo puede derivar sin que el crimen en sí sea lo más importante; el peso está en la historia íntima de las mujeres. Y en sondear sobre qué cosas te pueden conducir a matar. En el caso de Clara, una se pregunta cómo un marido soporta que le cuelguen campanitas en la puerta para controlar el ingreso y la salida. Me genera hasta respeto por la mujer que siguiera tan enfáticamente su verdad.
–Sus historias son tan tramadas y circulares que se delatan más como ficciones que crónicas...
–Es, cada una, una historia circular: Ana D., que tira el ácido en la cara al hombre que la abandonó, tiene primero un accidente que le deforma un brazo. Luego, su venganza por despecho consiste en deformar al cirujano plástico. En estas historias la tragedia se va anunciando, nunca es súbita. Hay otro caso de una mujer que mata a sus hijos por asfixia, y cuando era chica había sufrido un intento de asfixia de parte de su madre. Pero no hay invención, así pasó.
–¿Es una decisión no moralizar el crimen, y hasta justificarlo en el marco de vidas castigadas?
–María Ofelia Lombardo, que mató al marido para que no sufriera por cáncer, podía quedarse hablando sobre la teoría de Nietszche durante horas y es una mujer entrañable. En el sentido estricto de la palabra es asesina... ¿pero por qué moralizar su historia? Tal vez lo hizo para que su marido no sufriera más, tal vez entendiendo el homicidio como una acción de bien para sí misma.
–Vuelve, en las historias, la condición de desclasadas...
–Ana María Gómez Tejerina (Julieta Díaz) está enamorada de un tipo que no tiene plata, y no quiere vivir una vida de pobreza. Se casa con uno bien forrado pero sigue enamorada del que no tenía un mango. Le pone una bomba, lo somete a siete tiros y finalmente logra su objetivo. Pero le seguía dando rabia que el marido no se diera cuenta de que era ella la que lo intentaba.
–Tal vez no se quería perder el único momento estelar en vidas tan grises...
–Es un momento estelar en el que dan un corte a lo que les está pasando, a lo que las lastima. Emilia Basil siente una verdadera liberación tras haber matado al amante: ya no tiene que soportar al hombre que la amenaza con contarle a su marido. Era tal la encerrona, que tiene que cortarlo de algún modo.
–Después de verlas en acción, el crimen parece tan cerca...
–De pronto se te aparece la imagen de Clarita (Roth), y no podés creer que una vecina cualquiera pueda terminar así. Por ahora pienso, como máximo: Ojalá que se muera, y no llego más allá. La mayoría no cruza la frontera del deseo abstracto. Puedo llegar a tener una fantasía homicida, pero... ¿implementarlo?...

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La primera edición del libro pasó sin pena ni gloria, pero el programa obligó a una reedición.
 
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