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Martes, 15 de abril de 2008

TELEVISION › OPINIóN

Ni yanquis ni marxistas: simpsonistas

 Por Eduardo Fabregat

“Fueron muchos años sufriendo el exilio, por favor, le pido públicamente al titular del Comfer que arbitre las medidas para evitar que se siga envenenando a esta sociedad.” La frase del ex diputado justicialista Lorenzo Pepe no apunta a evitar que Cecilia Pando o algún defensor de Luis Patti haga uso de los medios para relativizar crímenes notorios. El legislador montó en cólera por el contenido de un capítulo de Los Simpson en el que, en el bar de Moe, dos borrachines sostienen el siguiente diálogo:

–Me gustaría una dictadura militar como la de Juan Perón. Cuando él te desaparecía, tú te mantenías desaparecido –dice Carl.

–¡Además, su esposa era Madonna! –retruca Lenny.

Es cierto, se trata de una barrabasada. De dos barrabasadas, para ser más exactos, pronunciadas por dos ebrios y basadas en una lectura más cercana a la payasesca ópera rock Evita que a los fascículos de José Pablo Feinmann en Página/12. Pero lo que el pedido de censura (porque de eso se trata) al Comité Federal de Radiodifusión no contempla es el contexto: una serie animada, no un libro o un documental de historia, en la que suelen pronunciarse 6 o 7 bestialidades en cada bloque, en el plano político, social, económico o el ámbito que se desee. Una de las razones de la vigencia de Los Simpson es precisamente ese salvajismo, ese permanente torcimiento de lo correcto, ese... humor. Como suele decirse de los peronistas, los Simpson son incorregibles: no parece sensato convertir un chiste, con inexactitud histórica (podría acotarse que la Triple A empezó a operar bajo un gobierno peronista, pero es difícil que los guionistas hayan pensado en tales sutilezas) pero un chiste al fin, en una cuestión de vida o muerte, en alusiones al veneno social y pedidos de censura. No deja de ser paradójico, además, que alguien hable de los años sufriendo el exilio para pedir una medida propia de esa clase de gobiernos que fabrican exiliados.

Se puede tomar a la creación de Matt Groening simplemente como lo que es, un programa humorístico que se ha reído, se ríe y se reirá de todo aquello supuestamente intocable: presidentes y papas, estrellas de rock y figuras de la ecología, profesores y padres de familia, instituciones, emblemas, símbolos y banderas. O se puede pedir que la tijera de Tato se vuelva a aceitar, llamar a Servini de Cubría para que aplique el ludibrio y la eutrapelia, pedir en el recinto legislativo una declaración contra la intromisión yanqui en la política argentina o –como le sucedió hace años a Daniel Paz por un dibujo de Perón y Evita en el Suplemento NO– exigir una retractación, un acto de desagravio. Aquellos que no tienen atrofiado el sentido del humor preferirán tomarse una cervecita en lo de Moe. Ni yanquis ni marxistas: simpsonistas.

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