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Martes, 25 de noviembre de 2008

LITERATURA

Alrededor de la casa del poder

¿Qué reflexión le merece el hecho de que la casa de gobierno de Bolivia se llame “Palacio Quemado”?

–Yo pensaba: ¡qué raro que no se haya utilizado en otra novela! porque es tan bueno como título, es un símbolo y una metáfora tan fuerte de Bolivia... Al Palacio lo quemó la oposición en 1860, estuvo siete años abandonado hasta que lo reconstruyeron, y de ahí nació su nombre. En Bolivia, la violencia había llegado a un extremo tal que se quemó el palacio de gobierno, supuestamente uno de los símbolos que siempre se trata de preservar: la casa del poder. Una de las reflexiones que me propuse llevar a cabo en la novela es sobre la relación entre violencia y poder. Cuando Sánchez de Lozada reprimió las movilizaciones en El Alto hubo muchas discusiones acerca de la legitimidad, qué pasa si viene el pueblo y toma el palacio. ¿Qué haces? ¿Sacas las tropas o dejas que tomen el palacio? Sánchez de Lozada decidió sacar las tropas. El se justificaba argumentando que el monopolio de la violencia lo tiene el Estado, algo muy clásico en la filosofía política. Pero cuál es la responsabilidad ética de los que llevan a cabo esas acciones. Cuando Sánchez de Lozada decidió sacar las tropas a la calle perdió la escasa legitimidad que le quedaba.

–¿Qué pasa con la responsabilidad del que manipula las palabras, del que escribe discursos políticos?

–En esta novela y en la anterior, El delirio de Turing, me interesaba explorar lo que llamo “la culpa de los sin culpa”. En El delirio... hay un personaje que trabaja en el Servicio de Inteligencia del Estado analizando los códigos secretos de la oposición. Con lo que él decodifica, los militares allanan casas, pero él no ve la sangre directamente. Entonces puede autojustificarse pensando que lo suyo sólo es un trabajo de oficina y no tiene nada que ver con la violencia política. Pero está totalmente implicado en esa violencia. De la misma manera que está implicada en esa violencia la clase media boliviana, que en los años ’70 apoyó la violencia de Banzer. El protagonista de Palacio Quemado está fascinado por la cercanía con el poder y por la capacidad de influir sobre los acontecimientos del país. Y pierde toda capacidad de distancia crítica. Y es tan responsable de la crisis como los que han tomado las decisiones.

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