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Jueves, 26 de febrero de 2009

CINE › EXPERIENCIA IDEAL PARA LA SALA DE CINE

Un ballet mecánico

En dos partes bien diferenciadas, la película de Tarantino sabe hacer jugar el yin y el yang de su ideario, entre diálogos sabrosos e impactantes escenas de acción con motores rugientes.

 Por Luciano Monteagudo

La vuelta del cine estadounidense al imaginario de los años ’70 –que encuentra ahora en El luchador, con Mickey Rourke, uno de sus mejores ejemplos– tuvo su apogeo dos años atrás, cuando el Festival de Cannes programó en su competencia oficial Zodiac, de David Fincher, Sin lugar para los débiles, de los hermanos Coen, Los dueños de la noche, de James Gray, y la película más literalmente representativa de esta tendencia, Death Proof, de Quentin Tarantino, en un montaje realizado especialmente para el festival, de casi dos horas.

Sucede que en los Estados Unidos el film de Tarantino tuvo originalmente una duración menor y se estrenó en tándem con Planet Terror, de Robert Rodríguez, a la manera de los dobles programas de cine clase B de las viejas salas de barrio de los años ’70. Pero la cosa no funcionó y a Cannes Tarantino llevó solamente su propia película, que es la que ahora, con un par de años de demora, llega finalmente a los cines de Buenos Aires. Los fans del director hace rato, sin duda, que la vieron pirateada en DVD, pero la naturaleza del film más reciente de Tarantino justifica holgadamente hacer la experiencia de verla en pantalla grande, donde la película encuentra no sólo su verdadera dimensión sino también ese diálogo cómplice que pretende establecer con la platea, como si se estuviera en el viejo y desaparecido cine Avenida.

Como ya sucedía en Kill Bill –donde Tarantino daba su propia versión del cine asiático de acción que formó parte de su educación sentimental–, hay dos películas en una en A prueba de muerte, un film que no sólo recupera la estética del cine de más bajo presupuesto de los ’70 sino también la manera en que el espectador de entonces veía esas películas: con rayas en la copia, cortes abruptos entre los distintos actos y hasta con algún trailer de otra película en el medio.

La primera parte de Death Proof comienza como una brutal sla-sher movie de esas que mostraban descuartizamientos varios, y la segunda sigue como una de persecuciones y rompecoches a la vieja usanza, con citas explícitas a La fuga del loco y la sucia (1974), de John Hough, y Carrera contra el destino (1971), de Richard Sarafian, como el Dodge Challenger preparado que aquí vuelve a ser protagonista.

El lazo entre ambos episodios es Stuntman Mike (Kurt Russell), un doble de riesgo especializado en choques de automóviles, a quien tantos años de accidentes y adrenalina lo han convertido en un auténtico asesino serial, que utiliza su Chevy negro adornado por una inmensa calavera para estrellar de frente autos repletos de chicas en sus noches de juerga. Pero Mike no tardará en encontrarse con unas rivales a su altura, dos morochas y una rubia de cuidado que también tienen su mismo oficio y que le dan pelea a 200 km por hora en las rutas del Midwestern.

Claro, tratándose de Tarantino no toda la película son carreras y más de la mitad del metraje va preparando su tensión –como sucedía en Pulp Fiction– con unos prolongadísimos diálogos donde los personajes discuten banalidades y groserías... hasta que pisan el acelerador y sólo hablan los motores. Es allí donde Tarantino se luce verdaderamente, porque filma esas carreras como se hacía antes: sin efectos especiales, apelando a la destreza de los pilotos, a la temeridad de los técnicos y dobles (son particularmente impactantes las acrobacias de Zoe Bell) y a la planificación del montaje, que convierte a Death Proof en un auténtico ballet mecánico.

Es fácil preferir la segunda parte a la primera, pero se diría que entre ambas Tarantino construye una suerte de dialéctica, de yin y yang de la clase B. Si el primer movimiento es eminentemente nocturno y urbano (transcurre en un tugurio de Austin, Texas), el segundo en cambio es diurno y rural, ambientado en caminos perdidos de Tennessee. Y si en el comienzo predominan las palabras, luego llega el apogeo de la acción y la velocidad. Finalmente, no se puede sino reparar en el rol de las mujeres, que pasan de ser víctimas –como es costumbre en el género de terror– al lugar de victimarias, amazonas vengadoras montadas arriba de un brioso ocho cilindros en línea.

8-A PRUEBA DE MUERTE

Death Proof, Estados Unidos, 2007.

Dirección, guión y fotografía: Quentin Tarantino.

Edición: Sally Menke.

Diseño de producción: Steve Joyner.

Intérpretes: Kurt Russell, Zoe Bell, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Sydney Tamiia Poitier, Tracie Thoms, Rose McGowan, Jordan Ladd, Mary Elizabeth Winstead, Quentin Tarantino, Marcy Harriell y Eli Roth.

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Kurt Russell es Stuntman Mike, ex doble de riesgo que encuentra la horma de su volante.
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