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Jueves, 12 de marzo de 2009

CINE › UN FILM QUE TRASCIENDE LA REALIDAD EN LA QUE SE INSPIRA

En el infierno cotidiano

A diferencia de la crónica novelada de Saviano, de una escritura efectista, la Gomorra de Matteo Garrone elige el camino contrario: no hay ninguna concesión al espectáculo en un film cuya aridez es su mayor elocuencia.

 Por Luciano Monteagudo

Hay un doble mérito en Gomorra, la película de Matteo Garrone que ha conseguido sacudir la apatía en la que estaba sumido el cine italiano de los últimos años. Ganadora del Gran Premio del Jurado del último Festival de Cannes, Gomorra no sólo alcanza una dimensión política y un espesor dramático que parecían perdidos en el cine peninsular. También logra algo particularmente difícil: sobreponerse al best seller de Roberto Saviano en el que está basado hasta darlo vuelta como un guante, con una libertad puramente cinematográfica, que trasciende la realidad en la que se inspira.

Allí donde el libro de Saviano –una crónica novelada de su experiencia personal en el interior de la temible Camorra napolitana– busca una escritura efectista y un estilo deliberadamente provocador, la película de Garrone, en cambio, elige el camino contrario. No hay ninguna concesión al espectáculo en un film cuya aridez es su mayor elocuencia. La primera persona singular del libro de Saviano –necesaria para dotar de verosimilitud al libro pero también para dejar constancia de su temeridad como protagonista– deja aquí lugar a un fresco coral que habla de una ciudad en guerra consigo misma, corroída desde sus propias entrañas.

Ya el prólogo, con ese ajuste de cuentas entre mafiosos supuestamente amigos mientras se broncean bajo las lámparas de un solarium, sienta el tono del film de Garrone. La música pop estridente, la luz azulada y artificial de los tubos fluorescentes, la brutalidad de los cuerpos trabajados en un gimnasio que terminan exánimes en el piso ensangrentado de las cabinas de plástico hablan de un infierno cotidiano, de una existencia dantesca enquistada en la superficie más banal.

A partir de allí, Garrone –con personajes y elementos tomados del libro de Saviano pero reformulados siempre en función de la película y no de la servidumbre al texto– narra simultáneamente cinco historias, que se van entrecruzando sin orden aparente, hasta tejer una trama que expresa la totalidad del universo mafioso. Allí está Totò, un chico de apenas 12 años, dispuesto a iniciarse en los rituales de la Camorra, con los que considera que se hará hombre, aunque todavía le guste jugar como un niño. Don Ciro, viejo contador al servicio del crimen organizado, distribuye regularmente las magras prebendas destinadas a quienes prestan servicio a la causa o tienen algún familiar entre rejas. Franco, un mafioso con aires de ejecutivo, se ocupa de encontrar la manera de sacar rédito de los desechos tóxicos, que terminan envenenando la misma tierra de la que él y los suyos se nutren. Don Pasquale, confeccionista de talento, capaz de copiar a escala industrial los exclusivos modelos de la alta costura, se debate entre su fidelidad a la Camorra o la posibilidad de ganar no sólo más dinero sino sobre todo mayor reconocimiento trabajando para la mafia china. Y finalmente Marco y Ciro, dos adolescentes ávidos de aventura y poder, convencidos de que pueden alcanzar la cima del mundo, como el Tony Montana que aprendieron a admirar en el Scarface de Brian De Palma.

Es particularmente notable la manera en que Garrone incorpora elementos de la cultura cinematográfica a su film, no sólo aquellos con los que se alimenta el imaginario social de sus personajes sino también los que le sirven al director para construir el universo estético de la película. Si el submundo proletario mafioso –porque aquí no hay grandes “padrinos”– parece tributario de los Buenos muchachos de Martin Scorsese, la visión apocalíptica del barrio periférico de Scampia, donde en unos monoblocks semiderruidos se enraciman los soldados rasos de la Camorra, evocan la tierra baldía del Stalker de Andrei Tarkovski, una Zona que parece funcionar con su propia lógica, al margen del mundo circundante.

Una breve secuencia, con una puesta en escena brillante, ilustra muy bien no sólo estas realidades paralelas sino también el talento de Garrone. Mientras el temeroso Don Ciro cuenta en un sótano los billetes que se van a llevar un grupo de camorristas, súbitamente una ráfaga de balas proveniente de una célula rival atraviesa el cuarto y deja un tendal de muertos a su alrededor. En estado de shock, bañado en la sangre de los otros, Don Ciro empieza a caminar hacia la salida: en un travelling cenital, sin cortes de montaje, la cámara lo acompaña en su caminata a través de los cadáveres, hasta que llega a la superficie exterior, sorda e indiferente a lo que sucede por debajo de su gris realidad.

8-GOMORRA

(Italia/2008).

Dirección: Matteo Garrone.

Guión: Maurizio Braucci, Ugo Chiti, Gianni Di Gregorio, Matteo Garrone, Massimo Gaudioso y Roberto Saviano.

Fotografía: Marco Onorato.

Edición: Marco Spoletini.

Diseño de producción: Paolo Bonfini.

Intérpretes: Toto Salvatore Abruzzese, Gianfelice Imparato, Maria Nazionale, Toni Servillo, Carmine Paternoster, Salvatore Cantalupo.

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Una existencia dantesca enquistada en la superficie más banal.
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