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Miércoles, 28 de diciembre de 2005

Textual

Querido Borges: dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ése era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura, y sin embargo sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Eso tenía algo que ver con la apertura y generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores, así como el más artístico. También tenía algo que ver con una pureza natural de espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo bastante prolongado, perfeccionó las prácticas de fastidio e indiferencia que también lo convirtieron en un viajero mental hacia otras eras. Tenía un sentido del tiempo diferente al de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente, futuro, citando al poeta Browning, que escribió algo así como “el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado”. Eso, por supuesto, formaba parte de su modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores. Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo, no necesitaba ser indignante. Más bien tenía que ser inventivo... Y usted era, por sobre todo, inventivo...

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